Un 23 de marzo ingresa F. V. a un Instituto de máxima seguridad de Menores de La Plata. Tiene 17 años. Lo traen esposado con las manos atrás, lleva una capucha negra en la cabeza, va en silla de ruedas. El grupo Halcón que lo viene trasladando desde el conurbano se mueve de a diez, con armas largas y en dos autos. Cuando lo bajan, lo hacen pararse recto. Para moverlo, F. V. siente que una turba de pies le patea los tobillos recién operados, hasta que pasa la puerta del instituto, donde le sacan la capucha, pero lo ingresan solo a una celda.

Once días antes, más precisamente el 12 de marzo, F. V. se acerca por sus propios medios al Hospital Diego Thompson de San Martín, lleva dos impactos de bala en la pierna izquierda. Según los médicos que le sacan dos plomos calibre 22, está fuera de peligro. Como ocurre en estos casos, rápidamente interviene la policía. F. V. es asignado a la cama 525 en la que F. V. queda detenido.

En el transcurso de los once días, F. V. se encuentra doblemente esposado: de un brazo al respaldar y del pie derecho a una cadena enredada al camastro. En ese tiempo, aun cuando pida, nadie lo lleva al baño, pues cuando lo pide los dos policías que lo custodian le dicen que se aguante. F. V. escucha que todos hablan de él: los dos polis, las camas cercanas, en la televisión encendida todo el tiempo, las enfermeras… Cuando F. V. duerme siente que alguien lo fotografía, no puede distinguir bien si se trata de los paparazzi apostados en la puerta o es la propia policía. Siente que entra y sale gente, la policía lo interroga tantas veces que F. V. pierde la cuenta.

Marta tuvo a F. V. cuando tenía 15 años, escucha la tele y se entera de su hijo. Villa Melo es un pequeño asentamiento de Villa Martelli en el que instalaron la casilla hace unos años, y en el que sobrevive sola con sus otros dos hijos, de 15 y 6 años. Marta está autorizada a ver a F. V. durante una hora, en la que lo limpia, le pregunta qué pasó, los policías no se mueven de su lado y le cronometran el tiempo.

F. V. nunca estuvo preso, estudiaba hasta hace un año, ayuda a su mamá y a sus hermanos. Tiene un abogado particular que Marta contrató y está viendo cómo pagar. F. V. no declaró, espera de la Justicia de la Provincia de Buenos Aires un trato acorde con los estándares de derechos humanos y, por sobre todo, un juicio justo.

El 24 de marzo de 2012 recorro un instituto. El encuentro con F. V. es puramente casual. Como es nuevo, todos ya lo mencionan como el Baby Etchecopar. Su relato es pausado, tranquilo, siente satisfacción cuando me cuenta que al final pudo entrar al baño el último día, que le sacaron la cadena del pie. Tengo una curiosidad, le pregunto si sabe qué pasó hace 36 años. Me dice que no lo sabe. Trato de explicarle, pero no sé si me entiende.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-190422-2012-03-26.html