Hace algo más de 30 años, la Universidad Nacional de Buenos Aires desembarcó en la cárcel de Devoto e hizo estallar en mil pedazos la lógica imperante del sistema penitenciario, que intenta hundir a quien atenta contra el funcionamiento de una sociedad en la más profunda de las soledades. Un crisol de vínculos sociales se teje constantemente en las aulas universitarias de esa cárcel, modelo que se replicó en la de Ezeiza, de mujeres. Juan Pablo Parchuc es coordinador de la Facultad de Filosofía y Letras en el marco de UBA XXII, el programa educativo de esa casa de altos estudios en prisiones. En diálogo con este diario, analizó los porqué de ese efecto de ruptura que los claustros universitarios logran entre rejas y sus aportes a las personas privadas de su libertad.
–¿Afectan al trabajo del Centro Universitario de Devoto las versiones que circularon respecto de las salidas de presos a actos militantes?
–Las consecuencias serán negativas para el trabajo que se desarrolla de manera continuada desde organizaciones, universidades, sindicatos, para gente que trabaja continuamente en las cárceles. Desde el CUD, por ejemplo, hacemos diferentes tipos de salidas con los presos que estudian allí como parte de nuestro trabajo, porque nos interesa vincular el afuera con el adentro. Estas movidas mediáticas suelen diluirse rápido de las tapas de los diarios, pero sus efectos continúan. Despiertan el pánico social respecto de la inseguridad que implicaría la salida de presos de sus contextos de encierro, además de tener su implicancia –tampoco positiva– sobre el trabajo de los jueces, que están todo el tiempo midiendo la opinión pública para tomar decisiones. Los presos nunca salen sin custodia penitenciaria. Nosotros procuramos que cuando ellos llegan a la actividad se les quiten las esposas, pero la custodia penitenciaria los acompaña en todo momento, a todos lados. Salvo que sea una persona que esté en una etapa de su condena que le permita salidas transitorias o libertad condicional, en todos los casos salen custodiados y por más de una persona, incluso. Y encima armados. No es que el preso está libre.
–¿Qué importancia tiene para un preso el contacto con el afuera?
–Ese contacto tiene dos instancias. El salir a la calle, realmente, y el contacto que logran con alguien de afuera que entra a la cárcel. La experiencia del CUD da cuenta de que todos los vínculos que los presos universitarios generan con los docentes, con las organizaciones sociales, con las agrupaciones estudiantiles los cargan de herramientas que les permitirán afrontar mejor su salida en libertad. Saldrán menos desprotegidos. El tratamiento que la cárcel le da a un preso es muy limitado, sabemos que hay una cultura carcelaria teñida de violencia con una lógica muy moralista de lo que implica ese tratamiento y muy individual. La universidad rompe esa lógica penitenciaria, sostenida no sólo por el servicio penitenciario sino por todo un Estado implicado en esa situación de encierro. La Justicia, el servicio, los medios de comunicación que generan pánico a la delincuencia e inseguridad. A nivel nacional, el 50 por ciento de los presos no tiene condena. A nivel provincial, esa cifra asciende al 70 por ciento. La progresividad de los últimos 15 años es exponencial en cuanto al aumento de la población carcelaria. Pero eso no es solamente porque hay más delincuencia, porque también entra en juego la necesidad del sistema de encarcelar por la reacción frente a la inseguridad. Y ese mecanismo de reacción y control sólo recae sobre un sector de la sociedad: todas las personas delinquen pero sólo los pobres están en cana.
–¿Cómo rompe el CUD esa lógica, entonces?
–La presencia institucional de la universidad adentro de la cárcel revierte esa lógica individual que mide a los presos en solitario, en términos de conducta, en un mecanismo colectivo. La educación adentro se vuelve un hecho colectivo, sobre todo como hecho político, todo lo que se produce en ese espacio redunda en más derechos para toda la población de la cárcel. La asesoría jurídica del CUD, por ejemplo, en la que los estudiantes de Derecho avanzados y profesionales de afuera asesoran a los presos que lo necesiten, abandonados por defensores oficiales que no los ven nunca, para presentar una nota o un hábeas corpus. Se elaboran proyectos de ley también allí. La actual ley de ejecución de la pena salió del CUD. Hace poco se formó el sindicato único de trabajadores privados de la libertad que funciona para todos los presos.
–¿Existe relación entre un preso universitario y la posibilidad de que reincida en el delito?
–El tema de la reincidencia se menciona como un comodín pero es engañoso. Entendemos que si una persona reincide tiene que ver con condiciones que arrastra desde que cayó por primera vez; la cárcel no le da ninguna herramienta para poder afrontar el afuera de otra manera. Si sale, busca trabajo y no lo consigue por tener antecedentes; si el patronato de liberados no lo ayuda en su inclusión, no le queda demasiado. La educación sí da herramientas para que afronte el afuera mejor preparado.
–¿Qué pasa con el discurso que impera en la sociedad y que despierta rápidamente cuando circulan versiones como la de las salidas de los presos a actos militantes?
–La tapa de Clarín resalta un discurso presente en el sentido común, construido institucionalmente con la contribución de varios otros discursos. Hemos visto un gran avance en términos de derechos que no siempre es acompañado por la opinión pública. Uno siempre se choca con ese discurso instalado sobre el pánico moral a la delincuencia, los pibes chorros. Va a costar mucho instalar en la opinión pública un discurso contrario al del encierro y la penalización, al discurso punitivo, algo que sólo se conseguirá tras una larga batalla cultural, de constante esfuerzo y trabajo, que hay que dar en varios frentes.
fuente http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-200931-2012-08-13.html