Que la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) esté dictando una Licenciatura en Criminología y Ciencias Forenses en Cipolletti y que la Universidad Nacional del Comahue (UNC) imparta una Maestría en Criminología en General Roca resultan circunstancias muy auspiciosas para generar en lo sucesivo nuevos debates criminológicos, así como para elevar la altura de los ya existentes en la región.
Esos marcos académicos constituyen un pilar fundamental para arriesgar renovadas hipótesis en torno a los problemas que aquejan a nuestras sociedades, aunque sin perder de vista que por su propia naturaleza éstos suelen exceder los particularismos regionales precisos.
Entre tanto, es posible advertir que una recurrente fascinación colectiva en torno a las formas más manifiestas de la violencia subjetiva, interpersonal y tangible en su resultado impide adentrarnos en los aspectos nucleares de otras modalidades menos evidentes.
Como si se tratase de una hipnosis colectiva, sólo rondamos alrededor de la sangre derramada sin percibir que ella puede tratarse del último eslabón de una cadena fenomenológica más larga y compleja.
La corrupción estatal y corporativa, el incumplimiento sistemático de las autoridades gubernamentales en torno a los derechos básicos de la población, el crimen de «cuello blanco», todos ellos invisibilizados por las torpezas habituales de los mecanismos de persecución penal, guardan una razonable vinculación con el hecho criminal que veremos esta noche por televisión o mañana por la mañana en el periódico de lectura escogida.
¿No hay algo sospechoso y sintomático en este enfoque único centrado en la violencia subjetiva, es decir, en la violencia de los agentes sociales, de los individuos, de los aparatos disciplinados de represión o de las multitudes fanáticas?
¿No llama la atención que todas las intervenciones sociales se dirijan exclusivamente a ellas, omitiendo cualquier referencia o acción respecto de las violencias estructurales, vertebrales, propias del ordinario funcionamiento de nuestras sociedades?
Slaboj Zizek propone historiar a fondo la noción de violencia objetiva, que adoptó una nueva forma con el capitalismo, a punto tal que el destino de un estrato completo de la población, o incluso países enteros, puede ser determinado por la danza especulativa del capital, que persigue su meta del beneficio con total indiferencia sobre cómo afectará dicho movimiento la realidad social.
Zaffaroni, por su parte, suele recordar que las técnicas de perpetración de los homicidios masivos se teorizan a alto nivel político, incluso por agencias académicas o de reproducción, y se glorifican por los medios de comunicación social, circunstancia que ha venido siendo omitida por los estudios criminológicos debido a que ese saber social no suele ocuparse de esos crímenes. Hacerlo efectivamente, afirma, supondría «abandonar su pretendida e imposible neutralidad ideológica».
Para dicho autor es evidente que las disciplinas penales no tienen otra opción que «desprenderse de su increíble pretensión aséptica si es que pretenden encarar seriamente la cuestión de los crímenes más graves». Y ello por cuanto tal cometido tan sólo puede ser realizado mediante la crítica de las ideologías, lo que conduce a descubrir aquellas cuya finalidad es la de preparar homicidios masivos mediante discursos vindicativos, incluso penales y criminológicos.
La verdadera prevención que el saber jurídico penal y la criminología pueden ofrecer ante esa modalidad criminal perpetrada desde las estructuras de poder estatal consiste «en el ejercicio de la crítica y el rechazo frontal de las técnicas de neutralización de valores, elaboradas finamente por teóricos y groseramente por la instigación pública o mediática a la venganza».
El pensamiento criminológico crítico y capaz de develar algunos de los entramados ideológicos que proponen las narrativas demagógicas o mediáticas de la cuestión criminal resulta indispensable en contextos como el actual. Se trata de reconquistar espacios cognitivos que han sido cedidos a las manipulaciones electoralistas y, cuándo no, a los vendedores de una seguridad ilusoria.
Martín Lozada es Juez penal. Catedrático Unesco.
Fuente: http://www.argenpress.info/2012/02/reflexiones-criminologicas.html