Caminando hacia el sur, llegando al barrio Hospitales, me detuve en Sarmiento y Virasoro para mirar el espectacular esqueleto de hormigón que se erguía sobre los restos del viejo Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (ex HECA). La gigantesca armadura de hierro y cemento de 20 millones de pesos requeriría de otras decenas de millones más para su finalización. Mientras observaba, pensaba en la peli de Trapero, «Elefante Blanco», el trabajo social en las villas, el narcotráfico, la casi diaria muerte a balazos de jóvenes pobres en Rosario y en pedazos de historia. Así, recordé que fue el socialista Alfredo Palacios, en 1923, quien creyó al colocar la piedra basal que allí, donde yace el dinosaurio de Lugano, algún día funcionaría el Instituto Argentino contra la Tuberculosis. Paradójico resultaba, que otro socialista, Hermes Binner, casi 100 años después, demoliera un Hospital para dar paso a la eventual construcción de un monumental centro de venganza y castigo.
En paralelo, los puestos de venta de diarios exhiben páginas policiales cubiertas de sangre y los bares sintonizan sus televisores en el rojo de crónica. En ello, mientras tanto, los vecinos del barrio Hospitales continúan aferrados a la perplejidad que les produjo, tanto los fulgurantes anuncios constructivos, como la pera de demolición que arrasó con el viejo HECA. Siguen perplejos porque no dejan de advertir el clima de debilidad fiscal de la Provincia y dan poco crédito a los anuncios ministeriales que continúan rotulando al edificio como emblemático de una transformación sustancial, necesaria y profunda para la justicia santafesina. En el mientras tanto, la legislatura provincial deberá discutir tanto la Reforma Tributaria como la necesidad del endeudamiento provincial por 500 millones de dólares para la obra pública. Espero que, dentro de esa discusión, se llegue a un equilibrio porque hay obras esenciales y prioritarias. Lamentablemente el nuevo Centro Penal no era, no es, ni lo será, hasta que otros problemas estructurales de los santafesinos sean atendidos.
Sin embargo, la cotidiana conmoción de la sociedad, consecuencia del geométrico crecimiento del índice delictivo, lo convirtió en una de ellas como parte de las acciones políticas de sobreactuada potencia simbólica que pretenden apaciguar la angustia popular con la inseguridad. Así, como en su momento la demolición del viejo HECA simbolizó el continuado lanzamiento de la reforma al Sistema de Enjuiciamiento Criminal, el Gobierno Provincial, acosado en la emergencia, apeló como única estrategia contra el narcotráfico, a la demolición como arte, para poner en escena topadoras municipales barriendo pequeños puestos de venta de drogas. Ambas representaciones reflejan un denodado esfuerzo por unificar el todo social bajo principios simples. Todo acontece bajo parámetros publicitarios que intentan realzar la imagen de los productos.
Así las cosas, se juega con la ilusión popular bajo la lógica del absurdo, porque lo que importa no es la modificación a corto, mediano o largo plazo de la realidad sino dejar la impronta de una marca como si la política criminal fuese equiparable a la venta de una crema eficaz para quitar las arrugas. En el fondo, todos sabemos que las topadoras no derrumban el negocio del narcotráfico y que el cambio de proceso penal no reduce los niveles de impunidad ni la de cantidad de delitos. Sin embargo, nos dejamos llevar por el poder mágico de la ilusión. Todas esas acciones publicitarias de política criminal que carecen de validación fáctica, tienen, desde el momento de su lanzamiento la eficacia de lo magnificente y sobrenatural. Por eso, el discurso demostrativo de los hechos nunca aparece en las palabras y todo se reduce a la esencialidad de las imágenes.
*Defensor General de Santa Fe.
fuente http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/22-35206-2012-08-21.html