Habla de un «oasis» en un universo de represiones ilegales, muertes, vulneración de derechos y negociados, que puntualmente denuncia el Comité contra la Tortura donde actúa el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, agrupaciones de familiares, militantes anónimos, la Procuración Penitenciaria de la Nación y organizaciones alternativas en todos los distritos del país. Para el titular del programa UBA XXII-Educación en Cárceles, Ariel Cejas Meliare, el «oasis» en realidad es un derecho que ningún preso o detenida debería perder ya que la ley sólo los priva de la libertad ambulatoria. Como se sabe, la contundencia de la realidad suele arrasar el espíritu de las leyes, pero desde hace 25 años el aprendizaje tras los muros en el que se empeñaron docentes de la Universidad de Buenos Aires y sus singulares alumnos, es una excepción a esta regla. Cejas Meliare se emociona con el relato del comienzo del programa, y destaca con orgullo que el Centro Universitario Devoto (CUD) y toda la actividad del programa son una referencia original en el mundo, aunque lamenta que no se desarrolle en todas las prisiones del país. Su mirada está puesta en el futuro donde piensa ampliar el número de carreras que se dictan en prisión y los cursos, entre muchos otros, de inglés, teatro, periodismo o computación del que participan hoy, en cifra récord, 500 estudiantes.
–¿Cómo llegaste al mundo de la cárcel y en particular a la educación en contextos de encierro?
–Mis inicios se dieron, paradójicamente, cuando trabajaba en Tribunales, en un juzgado federal y en otro penal. Por entonces me vi conmovido por las injusticias que se cometen contra los detenidos, quienes siempre provienen de los sectores vulnerables. No hay una mirada global, no se observa la vida integral, familiar, grupal, de interacción con la comunidad, sino que está el hecho, el delito, se escribe y punto. A su vez, estaba en la facultad, militaba en el Centro de Estudiantes de Derecho, íbamos a charlas y seminarios y se fue generando entusiasmo, una voluntad de querer cambiar las cosas. El trabajo social que hacíamos con el Centro de Estudiantes me fue vinculando con el más débil. Después comencé a trabajar en la Procuración Penitenciaria de la Nación, con el doctor Francisco Mugnolo y vimos la realidad desde adentro, con ingreso a pabellones, a celdas de castigo, con charlas con los detenidos, donde verifiqué en la práctica los elementos teóricos, las violaciones y la necesidad de ampliar espacios de educación y otros horizontes.
–¿En qué consiste esa realidad a la que hacés referencia?
–Bueno, no sólo las cuestiones más evidentes de castigo físico, de muertes en un lugar donde nadie debe ir a morir, sino también la violación a los derechos más elementales, como dormir, comer, que no maltraten a tus visitas, el derecho a la salud, a estar en paz y que la violencia no sea un hecho cotidiano, pudiendo evitarse fácilmente en ocasiones. Recuerdo que en Devoto había peleas por el uso de los teléfonos, porque eran muy pocos, y cada detenido tenía 10 minutos para hablar con la familia. Pero si en su casa hay una situación angustiante o una tragedia, ese hombre va a hablar más de 10 minutos, y al que está atrás en la fila le va creciendo la angustia porque él está urgido de hablar con los suyos y muchas veces esa encrucijada se resolvía con violencia y hasta terminaba con una muerte. Tuvo que vivirse esa situación reiteradamente para que alguien se diera cuenta que había que instalar más teléfonos. ¿Qué representa para el Estado poner 50 o 100 teléfonos más y así garantizar el derecho a la comunicación y evitar lo irreparable?
–¿Qué significados contiene el concepto educación en contextos de encierro en general, y en el programa UBA XXII en particular?
–Fundamentalmente significa libertad dentro de un lugar donde no podés tenerla. Lo veo y lo vivo cuando doy clases. Allí hablamos como si no estuviéramos en una cárcel. Es el momento en el que el detenido puede realmente decir y hacer lo que siente. Es un vínculo muy fuerte entre el afuera y el adentro. El programa UBA XXII es ese espacio de lucha donde la Universidad de Buenos Aires dicta clases a sus alumnos, no los considera la resaca social. Hay un conjunto de docentes de la UBA y talleristas en interacción con seres humanos que tal vez jamás pensaron que los llamados «altos estudios» eran para ellos. Ese esfuerzo compartido enriquece la vida de todos los que participamos. Concretamente, hay 500 alumnos que cursan el Ciclo Básico Común, Ciencias Económicas, Ciencias Exactas, Ciencias Sociales, Filosofía, Letras, Derecho, Psicología, diferentes talleres: de escritura y reflexión sobre Derechos Humanos, computación, asesoría jurídica, asesoría social, español para extranjeros, proyecto Ave Fénix, teatro, murga, taller de periodismo radial, de periodismo y expresión, entre otros. Se dictan en seis sitios de encierro: Devoto, Marcos Paz, las dos cárceles de Mujeres de Ezeiza, Ezeiza de hombres y jóvenes adultos (entre 18 y 21 años) de Marcos Paz. Y tenemos estudiando a las chicas trans, que antes no se podía. Claramente, son espacios de aprendizaje de valores, tolerancia, libertad y alegrías. Aunque también tenemos sinsabores, por ser benévolos en el lenguaje.
–¿Por ejemplo?
–Bueno, la finalidad del programa es darle herramientas al más pobre, al más vulnerable. Y hoy quiere ser utilizado por los genocidas que se encuentran presos, aquellos que se conocen como «los de lesa humanidad». En realidad yo creo que no existe una voluntad de formación en ellos, es una actitud para embarrar el espacio. Y sucede que si ellos se anotan en una carrera o en un curso los demás presos se borran; y si sienten que no se los deja, acuden a la Justicia y ya tenemos dos fallos donde los jueces ordenaron que estudien pero que rindan libre.
–¿Cuál es la solución a este problema?
–No es sencillo porque desde el punto de vista jurídico ellos argumentan que fueron juzgados por jueces comunes y condenados a cárceles comunes, por lo tanto, tendrían el derecho que tienen todos, pero a la vez es legítimo el rechazo de quienes no quieren compartir su espacio con quienes perpetraron los crímenes aberrantes de la dictadura. Yo tengo más de 120 firmas que me llegaron de distintas cárceles que no quieren compartir nada con ellos. Sin ir más lejos, este año se bajaron 20 estudiantes en una carrera porque se habían inscripto algunos de «los de lesa». La solución es difícil, hay cuestiones jurídicas, hay cuestiones políticas y acá no se trata de corrernos por izquierda, a ver quién tiene la posición mas dura. La Universidad tendrá que tomar una resolución, y esto de que lo hagan en forma libre, aparece como una salida.
–¿Cuales fueron los mayores logros desde aquel 1985?
–El gran éxito es el afianzamiento que tuvimos a pesar de todos los embates que recibimos. No pudieron evitar el crecimiento de la Universidad en las cárceles. Desde aquella primera clase del programa que dio Alcira Daroqui, ella llevó Sociología a la cárcel y realizó una gran labor, sobre todo en el CUD. Y en otras cárceles no pudieron detenernos. Los logros te dan mucha alegría porque somos una referencia en el mundo, fijate que todas las autoridades de turno lo llevan por el mundo como un paradigma: «¡La Argentina tiene la Universidad pública dentro de la cárcel!» Pero, por otro lado, hay que decir que costó mucho que la Universidad ingresara y se mantuviera en un ámbito donde hay rémoras y prácticas dictatoriales. Muchas veces fuimos avasallados por las distintas gestiones del Servicio Penitenciario: durante la última, donde estuvo al frente de SPF Alejandro Marambio Avaría, sufrimos todo tipo de presiones contra los alumnos y los docentes, contra las instalaciones. Y aún no recuperamos todos los derechos que teníamos hasta entonces. Hubo 7 estudiantes en huelga de hambre por 54 días. Fue el intento más serio por correr a la Universidad de las cárceles, pero se resistió y se mantuvo el derecho a la educación, que no se pierde con la condena. Realmente fue durísimo para todos. En cambio, con la nueva gestión tenemos otro tipo de relación. Yo lo escuché al director nacional decir a sus subordinados que deben colaborar y facilitar las cosas para que se desarrolle la educación en las cárceles. Ahora bien, ¿esto quiere decir que inmediatamente todos los agentes penitenciarios van a modificar hábitos y costumbres que vienen de lejos y hace tiempo? No, de ninguna manera. No fue un camino fácil y no lo será.
–¿Como recibiste el nombramiento como titular de UBA XXII?
–Con mucha alegría, porque significa representar a la UBA en este desafío, y también me entusiasmó que justo se dio en el momento que se aprueba la ley de Estímulo Educativo. La ley permite al detenido que se ha esforzado en las distintas instancias educativas anticipar su salida transitoria, su salida laboral, su libertad condicional o su libertad asistida, reducirla desde 4 a 20 meses, según corresponda. No es una reducción de la condena, sino una reducción de los tiempos de soltura.
–Sin embargo, hay organizaciones, presos y detenidas que tenían mayores expectativas sobre esta ley.
–Lo que sucede es que hubo jueces que emitieron fallos negativos porque hicieron una interpretación muy singular y personal, contraria al espíritu del legislador. Pero a su vez existieron otros jueces que ya emitieron fallos a favor.
–¿Contiene ambigüedades la ley?
–No, lo que existen son jueces que interpretan de una manera o de otra. La ley es la ley.
–¿Podría mejorarse con un nuevo articulado o agregados?
–Puede ser, pero yo no tengo esa visión, lo que sucede con esta ley sucede con todas las otras, habría que poner el foco en el poder judicial, en los hombres que lo integran, en su pasado y en su presente.
–¿Cuáles son los proyectos más importantes en los que estás trabajando?
–Primero y principal reforzar las carreras, y que las ya existentes se den en otras unidades. Por ejemplo, que la carrera de Derecho vaya a la Unidad 3 de mujeres, que la carrera de Sociología vaya al complejo de varones de Ezeiza. También quisiera allanar los caminos para incorporar otras carreras. Tenemos que hacer un estudio de la cantidad de alumnos que tenemos aprobados en el CBC y que ese CBC corresponda para distintas carreras y después ver si esa carrera es compatible para que se dé en la cárcel. Por ejemplo, Medicina no es compatible, por una cuestión de estructura y de elementos que se necesitan para dictarla, pero Agronomía, Matemática, Ingeniería, son posibles. La idea es no quedarnos con estas 6 carreras que tenemos hoy, sino ampliar.
–¿Por qué el programa no está en todas las cárceles?
–Sé que en Florencio Varela y en La Plata llega la Universidad aunque no de la misma manera y con la misma regularidad que lo hace la UBA. Siempre hay trabas y dificultades que complican todo. La realidad es contundente, la Universidad está en muy pocas prisiones y sólo por recordar un dato: en la provincia de Misiones más del 80% de los detenidos no concluyó la primaria. Y no es que yo crea en la llamada «resocialización», pero si existe algo que le podemos brindar a alguien a quien antes de ser encerrado ya se le había quitado, entre otros, el derecho a la educación, son precisamente estudios, saberes y oficios que le permitirán tener una herramienta.
–El criminólogo y poeta Elías Neuman solía decir que cuando recorría las cárceles, encontraba seres humanos con la misma coloración de piel, los mismos tatuajes, y hasta los mismos apellidos…
–Creo que la cárcel está llena de pobres. Y esto sucede desde sus comienzos, desde hace más de 200 años, este tipo de cárcel que nosotros conocemos nace con el capitalismo. Pero hay que establecer los matices que corresponden, no es lo mismo una cárcel de América Latina a una Suiza. Por ejemplo, Estados Unidos tiene la tasa más alta de prisionización y Canadá, que está al lado, una de las más bajas. En Estados Unidos hay una tendencia clara a la privatización y esto lo convierte en un negocio, ya que la cárcel puede ser también una alegre inversión legal, además de cumplir su función represiva. Pero no sucede del mismo modo en Holanda. Y los derechos que se te privan en una cárcel, están siempre relacionados con los derechos que también son conculcados fuera de ella.
–En comparación con otros países, ¿como está Argentina en materia de educación en contextos de encierro?
–Lo que te puedo decir es que centros universitarios con esa autonomía, que constituyan sedes de la Universidad pública con estas características, yo no lo he visto en América Latina, ni en Estados Unidos, ni en los países de Europa que he visitado.
–¿Quiénes son tus referencias para el trabajo que estás haciendo?
–La gente que ideó, desarrolló y mantuvo el programa. Tengo respeto por muchos decanos que se comprometen con el tema, por la gente de la Facultad de Derecho, la decana de Derecho y también me referencio en los presos y presas. Hoy recuerdo a alguien que aportó mucho, que ya no vive entre nosotros, Horacio Rojo, quien se recibió de abogado en la cárcel. Sin el esfuerzo de ellos, está claro que el Programa no se hubiese mantenido ni ganado el respeto nacional e internacional. Me referencio en hombres y mujeres que fueron hasta el fondo en el naufragio y luego pudieron marcar un camino plagado de valores para otros.
Oscar Castelnovo
Fotos: Jorge Aloy
fuente http://www.acciondigital.com.ar/15-07-12/entrevistas.html