Buenos Aires > El 18 de septiembre de 2006 era el día más esperado por Jorge Julio López. Después de casi 30 años de haber sido secuestrado y torturado por el ex represor Miguel Etchecolatz, iba a volver a verle la cara. Pero esta vez sentado en el lugar de acusado. Ese día eran los alegatos del juicio y la querella iba a acusarlo de genocidio. Salió de su casa temprano. Pero nunca llegó. “Estábamos esperando que llegue para empezar. Y a medida que pasaba el tiempo la angustia era cada vez mayor. A las dos horas, cuando un periodista se acercó a preguntarnos por qué no empezábamos, Adriana Calvo, compañera de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, dijo lo que ninguno de los demás nos animábamos a poner en palabras: ‘Porque Julio está desaparecido’”, recuerda Myriam Bregman, militante del PTS y abogada del colectivo Justicia Ya, que en el histórico juicio que condenó a Etchecolatz a reclusión perpetua representaba a López.
¿Cómo fue que a las dos horas ya sabían que estaba desaparecido?
Sabíamos quién era Etchecolatz, qué es la Bonaerense y qué relación tienen él y su patota con esa policía que sigue funcionando con el mismo modus operandi que en la dictadura y que tiene mucha impunidad. Porque, un dato que dice mucho: en 2006 pedimos un informe de cuántos miembros de la fuerza venían de la dictadura militar y nos respondieron 9.026. Todo esto, además de lo complicado del juicio y sumado a saber que Julio estaba muy entusiasmado, nos hizo pensar en un secuestro desde el principio. Y una vez que Adriana lo pudo decir, enseguida presentamos un habeas corpus.
¿Por qué no hubo una reacción inmediata?
Hoy te puedo decir que claramente hubo una voluntad de desviar y encubrir. Porque en lugar de salir a buscar con las pistas que nosotros le dábamos, de empezar por Marcos Paz, que era donde ya estaba preso Etchecolatz y por el resto de los nombres que Julio había identificado en su testimonio, empezaron a armar la hipótesis de la desaparición por sus propios medios o porque se había perdido. Si nos hubieran prestado atención en ese momento quizá Julio hoy estaría entre nosotros.
¿Cómo se armó tan fuertemente esa versión?
Arrancó con la denuncia de la familia como persona extraviada. Y eso enseguida lo tomaron la çPolicía y el Gobierno. Aníbal Fernández, en ese momento nada menos que ministro del Interior, nos dijo que no se descartaba ninguna hipótesis y que él no podía decir que Julio no se hubiese ido a Villegas, a la casa de la tía. Primero, cuando uno no descarta ninguna hipótesis lo que hace es no investigar ninguna seriamente. También en el ámbito judicial funcionó esto. Porque tardamos tres meses en que la causa pasara de averiguación de paradero en la justicia provincial. Hasta el procurador, que era Esteban Righi, en ese momento todavía kirchnerista, dijo que no se podía hablar de desaparición. Tuvimos que llegar hasta la Corte Suprema para que, con un dictamen en contra del procurador, pasara a la Justicia Federal.
Sin embargo tampoco ahí prosperó la investigación. ¿En qué estado se encuentra la causa hoy?
Tampoco. La causa judicial puede ser mirada desde dos puntos de vista. Uno es el resultado: cero, no hay un solo imputado y ningún preso. Ahora, contradictoriamente, hay un montón de pruebas y muchísimas pistas. Lo que pasa es que desde aquella teoría de Fernández de que hay que seguir todas las pistas, se le dio vía libre a la Bonaerense, la Federal, la SIDE, etc., para poner todo al mismo nivel. Entonces, por ejemplo habiendo móviles firmes, se dedicaron tiempo y recursos a la hipótesis planteada por una vidente que decía que por la noche se convertía en pájaro y avistaba a Julio López… Es absurdo hasta decirlo, pero hubo operativos y allanamiento siguiendo lo que esa mujer decía.
¿Qué pasó con el policía que pudieron identificar como quien hizo un seguimiento de López en los meses previos a su desaparición?
Nada. A este hombre, que visitaba a Etchecolatz habitualmente, nosotros lo identificamos dos meses después de la desaparición. Teníamos su nombre y su foto, porque había estado en una marcha en la puerta de la casa de Chicha Mariani (una de las históricas líderes de Abuelas de Plaza de Mayo) en agosto, o sea, un mes antes del secuestro. Bueno, desde que en noviembre de 2006 presentamos la foto, tardaron nueve meses en allanar la casa y obviamente cuando llegaron no había más que un panfleto nazi. Así se fueron viciando y nulificando todas las pruebas. Por ejemplo, unos policías estuvieron tomando mate con ropa de Julio en un lugar donde después llevaron perros de rastreo. Otra: hace poco los dos policías que debían hacer el cruce de llamadas telefónicas desde hace seis años, le informaron al fiscal que no pudieron hacerlo porque la computadora que tenían no podía leer el cd con los datos de las llamadas. Así con todo. Esto no puede ser un conjunto de errores, sino que hay un clarísimo e impune encubrimiento desde hace seis años.
¿Cuán importante fue el testimonio de López en la condena a Etchecolatz que él probablemente nunca haya visto porque fue después de su secuestro y desaparición?
Importantísimo. Porque él logró reconocerlo en persona, ubicarlo en varios operativos y hasta identificar a muchas de sus víctimas. A Etchecolatz y a casi toda su patota. Por eso se empezaron a esgrimir aquellos argumentos de la edad y hasta de cuestionar su militancia. Eso justamente fue algo que él se ocupó de reivindicar cuando declaró para que quede claro que acá no se desapareció a gente que estaba en una agenda, sino que se eliminó a una generación de militantes. Quisieron desacreditar su testimonio porque era un albañil. ¿Qué iba a ser? Si la mayoría (de los desaparecidos) fueron estudiantes y obreros.