José Amado / Redacción de UNO
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La detención irregular de un artista y un fotógrafo una noche de abril todavía se sigue comentando en diferentes ámbitos de la ciudad de Paraná, y la historia llegó a la Redacción de UNO contada por una de las víctimas. Un hombre estaba pintando un mural de las Islas Malvinas y un joven le sacaba fotos, mientras varias personas observaban la actividad artística. El buen momento se interrumpió cuando llegó la Policía: sin razón alguna primero detuvieron al pintor, y luego al fotógrafo porque registró el procedimiento irregular.
Cuando liberaron al joven, le devolvieron la cámara sin las fotos ni el video del episodio, porque se los borraron. El hecho se investiga en la Justicia, en una causa con unos seis policías denunciados, algunos de ellos del Grupo de Infantería Adiestrado (GIA).
“Prepotentes y agresivos”
El domingo 1º de abril a las 20, en la víspera del 30º aniversario de la guerra de Malvinas, un artista pintaba las Islas en la peatonal de calle San Martín y Laprida, mientras el público lo observaba. Joaquín Berlo, un estudiante de fotografía de 18 años, registraba el momento con su cámara. “De pronto se acerca un policía, prepotente, agresivo, y le dijo ‘me borrás esto o te hacemos pelota’. La gente decía de todo, el policía se empezó a poner nervioso y pidió refuerzos. Los que llegaron eran del GIA”, recuerda el joven. Estos le dieron cinco minutos al artista para que “limpie todo”.
El pintor pidió disculpas y empezó a juntar sus cosas, pero cuando fue a buscar agua los uniformados “lo agarraron del cuello y le dijeron: ‘te dimos cinco minutos, así que ahora jodete’ -cuenta Joaquín-. Me acerco con la cámara, ya estaba filmando, y se aproxima uno del GIA, me agarra y me empuja. Le digo que no me podía empujar, y me dice que apague la cámara”.
En ese momento aparece un superior que le pregunta al policía qué estaba haciendo, y le dice que el fotógrafo lo estaba insultando. El oficial le dijo: “Y bueno enganchalo a él también”. El joven, mientras seguía filmando todo lo que pasaba, le dice: “Pará que yo no te estoy haciendo nada, no me podés llevar ni censurar”. Pero poco les importó: sin siquiera preguntarle el nombre ni la edad, lo agarraron entre dos y lo subieron a la caja de una camioneta de la Policía. Alrededor toda la gente le gritaba a los uniformados por llevarse a los jóvenes, y los efectivos les respondían: “Tómensela o los llevamos a ustedes también”.
El recorrido
“Me agarraron del cuello y me tiraron como si hubiera robado una cartera, me pisaron la cabeza en el móvil policial. Les pregunté los nombres, pero me decían ‘callate, ruso, callate’, y me pegan un manotazo”, recuerda Joaquín. “Me preocupé porque no sabía dónde me llevaban, por ahí uno se persigue por todo lo que se ve de la Policía, el gatillo fácil, todo eso”.
En el patrullero iban seis policías, uno al volante y los otros cinco atrás. El primer destino fue la Jefatura de calle Córdoba. Les sacaron sus pertenencias y le dieron la cámara de fotos a uno del GIA. Los efectivos del patrullero se bajaron en la Jefatura, a los cinco minutos salieron otros diferentes, subieron a la camioneta. “Sale un superior que me trata mejor, me dice: tranquilizate que no va a pasar nada, ahora te llevamos a la quinta”, cuenta Joaquín.
En la comisaría quinta le sacaron el cinto y los cordones de las zapatillas, los ingresaron al calabozo bajo la recomendación: “Si llega a pasar algo, todos culitos contra la pared”.
Aunque le dijeron que iba a estar 24 horas, aparentemente por orden del juez de Instrucción Elbio Garzón, fueron liberados a la hora y media.
Luego, cuenta Joaquín que fue a la comisaría primera: “Me hicieron firmar un papel, cuando quise ver el nombre de los testigos me dejaron ver la hoja así nomás, la leí y me la sacaron de la mano. Llegué a leer el apellido de una chica Retamal”.
Otra sorpresa se llevó el joven cuando le devolvieron la cámara fotográfica, ya que faltaban los archivos de videos y fotos que había sacado.
Luego de la larga noche y el inesperado itinerario, llegó a su casa, conmocionado por lo sucedido y “agradeciendo” que no le pasó nada más grave. Le dolía el brazo, donde al otro día le salieron los moretones por el trato policial.
El martes 3 de abril Joaquín radicó la denuncia en la Fiscalía a cargo de Juan Francisco Ramírez Montrull. Dos semanas después lo citaron a declarar en el Juzgado de Instrucción Nº 7, de Elbio Garzón. Cuando vio el expediente, leyó que un supuesto testigo vio que el joven iba insultando y agrediendo a la gente. “No sé de dónde sacaron eso, como si yo era el malvado de la película, no sabia si llorar o reír”, dice el muchacho.
“Hay que denunciar”
“Yo no quiero tirar bardo a nadie, no quiero meter política en esto, solamente quiero contar lo que yo viví”, dijo aUNO Joaquín Berlo, de 18 años. El muchacho, además, quiso dejar un mensaje: “A la gente cuando le pasen estas cosas que no las naturalicen, que haga la denuncia, que haga las cosas como las tiene que hacer. Por ahí cuesta, uno tiene miedo de lo que le pueda pasar, pero por más que las causas duren años y años, uno tiene que tratar de parar estas cosas porque así como naturalizamos la corrupción, la delincuencia, la pobreza, así nos va”.