Por Sandra Saiman – Jueza de Faltas de Barranqueras

Coincide esta conmemoración del Día Internacional de la Mujer con un debate sobre la democratización de la justicia en nuestro país. Es evidente que la comunidad le reclama cambios a la Justicia, fundamentalmente porque en muchos casos, no le da las soluciones que reclama. Porque no la entiende; porque no le sirven sus tiempos ni comprende su lenguaje.

Es cierto que la justicia llega cuando los hechos ya han sucedido y el dolor de las víctimas es irreparable. Pero también es cierto que la mala actuación de la Justicia y policía acrecienta ese dolor y por el contrario, aquellas buenas prácticas o actuaciones contienen, ayudan a mitigar el sufrimiento y en muchos casos, las decisiones son ejemplificadoras.

Días atrás, la Suprema Corte bonaerense anuló por arbitrario y por fundarse en prejuicios discriminatorios una sentencia del Tribunal de Casación que liberó a un pastor que había abusado sexualmente de dos niñas, de 14 y 16 años, de familias pobres y las dejó embarazadas, con el argumento de que el delito de corrupción de menores no se configuraba en ese caso al tratarse de “mujeres que viven en comunidades en las que el nivel social acepta relaciones a edades muy bajas” y que “además poseían experiencia sexual”.

En nuestra provincia, podemos recordar el tristemente célebre caso de la joven indígena, LNP, que viviendo con su familia en extrema pobreza en El Impenetrable, fue violada en octubre de 2003, a los 15 años, por tres jóvenes “criollos”, que la amenazaron para que no los denuncie. Pese a que en el juicio se probó el acceso carnal por la fuerza, todos fueron absueltos en un proceso plagado de irregularidades, prejuicios de género y discriminación étnico-racial. Entre otros hechos, la víctima no contó con asesoría jurídica; el juicio, llevado en español y sin intérpretes, dificultó la comunicación de la víctima y los testigos; se preguntó a testigos si la víctima tenía novio, si el violador era el novio, si ella ejercía la prostitución; testigos fueron descalificados por ser indígenas; los jueces, dudando del no consentimiento de la víctima, consideraron que no se debería “confundir la violación con la violencia propia del acto sexual” y que las heridas en ella se debían al “ímpetu con que se intenta la penetración” y a la “juventud del sujeto activo”, además de la ingesta alcohólica, que le produce “mayor desenfreno”. La víctima recibió maltrato de la policía, el centro de salud y la Justicia.

Es evidente que a pesar de toda la legislación internacional (incorporada a nuestra Constitución Nacional), leyes nacionales y provinciales, la brecha entre el pleno goce de los derechos relacionados al acceso a la justicia y el debido proceso para las mujeres sigue siendo muy amplia.

La justicia cuenta con grandes jueces, fiscales y defensores. Dentro de las fuerzas policiales, de igual modo, existe personal de gran calidad humana. Sin embargo, se siguen reproduciendo decisiones contrarias al respeto por los derechos humanos, particularmente contra un grupo doblemente vulnerable, por su género y su situación económico-social: las mujeres pobres. Demoras, maltrato, derivaciones inconducentes, desconfianza en los relatos, cuestionamiento de conductas, falta de privacidad en las oficinas para escuchar los hechos y hasta negativa a recibir denuncias, son sólo algunos de los padecimientos de las víctimas. Una clara revictimización que se lleva adelante desde las instituciones y que cientos de mujeres padecen día a día.

Días atrás Carlos Rozanski, juez del Tribunal oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata, escribió: “Es absolutamente imprescindible que las convenciones sobre derechos humanos ’bajen’ a la vereda de cada calle de tierra o asfaltada de nuestro país, a cada fiscalía, tribunal, comisaría y juzgado de paz de llanuras, montañas o bosques. La misma sensibilidad la tienen que tener los jueces de Tartagal, Ushuaia o Buenos Aires. Si no, no vale; si no, el cambio es incompleto”, se refirió a la democratización en la justicia.

La violencia de género también forma parte de la seguridad pública y en cualquier instancia judicial o cualquier comisaría de nuestra provincia, el Estado debe proveer de garantías a la víctima. Son nada más y nada menos que garantías constitucionales. Este 8 de marzo, vale la pena recordarlo.

Solidarias unas con otras

Por Sofía Benítez – Trabajadora de la Línea 137 de asistencia a las víctimas de violencia

Las virtudes o valores que definen a una mujer, pueden ser iguales a las de cualquier ser humano que se sensibiliza cuando ve injusticias. No hay un esencialismo que defina específicamente a las mujeres. Sí es sumamente importante que las mujeres seamos solidarias con otras mujeres, intentar siempre ponernos en lugar de la otra, dejar de lado la crítica destructiva con nuestras congéneres. La competencia que fue impuesta por una cultura machista es muy dañina. Si hay algo que nos identifica es poder pensarnos y entendernos como un conjunto de seres humanas que por injusticias históricas, culturales patriarcales. Haber sido confiscadas al ámbito doméstico, que por mucho tiempo se nos negara el acceso a la educación, al voto, a la salud y que aun hoy se nos hace sumamente difícil acceder a muchos derechos que nos ganamos por medio de luchas y muertes.

Los 255 femicidios de 2012 o los 1.177 casos que la Línea 137 registró de agosto a diciembre en el Área Metropolitana de Resistencia, están para comprobarlo.

Como dijo Eva Giberti: “A quienes ocupan cargos públicos le importan muy poco las víctimas”. Es importante comprometerse, sensibilizarse y solidarizarse con las víctimas de violencia de una cultura injusta y desagradecida como es la patriarcal. Una víctima de violencia generalmente no tiene poder de decisión, muchas, por padecer violencia no pueden trabajar, no pueden estudiar, no tienen herramientas para defenderse, y alguien que no puede defenderse no puede reclamar por sus derechos. Esta cultura impone que las mujeres estemos obligadas a pelear, a luchar para hacer respetar nuestros derechos. No hay en esta sociedad una conciencia generalizada de respeto como seres humanas. Hay que pelear en la calle, en las comisarías para que nos tomen una denuncia, para que nos traten bien, hay que pelear para que en los juzgados le den curso urgente a esas denuncias, hay que pelear para que salgan y se cumplan las medidas cautelares, etcétera. Hay mucha gente que está en el Estado y no tiene conciencia de que está ahí por nosotras. De que se le paga un sueldo gracias a nuestras necesidades, padeceres, penas e injusticias. Y que ellas y ellos los siguen recreando diariamente. Por ejemplo que yo haga una denuncia hace que el sistema “judicial” tenga existencia, y por ende que se justifique ese trabajo, ese sueldo.

Es importante comprometerse en terminar con la violencia desde todos los ámbitos. Eso puede ser un cambio muy significativo en la calidad de vida de las mujeres y abrirá el acceso a otros derechos. Un ser humano, mujer, niño o niña, que padece violencia no puede ejercer sus derechos no puede ejercer su ciudadanía y eso afecta directamente sobre el nivel de representatividad de las mujeres. Es notable la ausencia de representación femenina en los cargos públicos y muchos otros ámbitos. Y para nada tiene que ver con las aptitudes. Esto evidencia una sociedad, donde la injusticia, la discriminación, la violencia en todas sus modalidades y formas (donde la pobreza también es violencia y está demostrado que el 70% de los pobres del mundo son mujeres) dirime el curso de las decisiones. Que las mujeres estemos diariamente ocupadas con el hogar, los hijos y los quehaceres domésticos además de trabajar en doble o triple jornada laboral nos imposibilita tener tiempo para pensar en debatir política. Y si por excepciones de la vida podemos hacerlo, la organización machista de los partidos políticos se encarga de confiscarnos a limpiar el local, y hacer las tareas que más o menos se asemejan a las del hogar. Por todo eso, por la experiencia tan similar de vida que nos impuso esta cultura, es necesario, importante y muy interesante que las mujeres empezáramos a ser solidarias unas con otras.

 

Con el esfuerzo de cada una vendrán los cambios

María Soledad Ríos es árbitro de fútbol hace cinco años y aunque no fue la primera, es una de las pioneras en la provincia. Desde dos ocupaciones complementarias: salud y deporte se suma a miles de anónimas trabajadoras chaqueñas.

-¿Qué valores, virtudes o características definen a una mujer?

-Creo que las principales características que nos definen son la fuerza de voluntad, coraje, cariño, respeto y sacrificio para transitar una sociedad aún marcada por el machismo, principalmente en la rama del deporte, en la que me desempeño.

-Como chaqueña, ¿cuáles son sus motivaciones e intereses?

– La familia es una motivación que ocupa un primer lugar siempre y en cualquier ámbito en el que nos desarrollemos, lo cual es una característica predominante como mujeres. Mis intereses se basan en poder desempeñarme como técnica radiología, profesión para la cual estoy capacitada, y en segundo ámbito como árbitro de fútbol, para la cual todavía me sigo capacitando y es una carrera que he podido abrazar con el paso del tiempo.

-¿Cree que hoy existe acceso pleno de la mujer en todos los espacios?, ¿o que están garantizados todos sus derechos?

-A pesar de tener el acceso a todos los ámbitos -estoy inmersa en el fútbol, un ambiente, por muchos años destinado únicamente a los hombres- de vez en cuando, principalmente en las tribunas, tratan de hacernos sentir ajenas al espectáculo, y digo ajenas por no decir desubicadas.

-¿Qué se debe mejorar?, ¿faltan políticas públicas o cambios culturales?

-Creo que de a poco y con el esfuerzo de cada mujer, vamos a ir cambiando de a poco nuestra cultura, que aún tiene raíces antifeministas.

-¿Qué le inculcaría a una hija a diferencia de un hijo varón?

-Haría hincapié en el respeto por su cuerpo, tanto como al hacerse valorar como mujer y que entienda que está en igualdad de condiciones, frente a cualquier otra persona, sin importar el sexo.

 

Estudio y logros personales, parte del crecimiento

Ana Martínez, hija del cacique Dionisio Martínez, pertenece la comunidad qom y es actriz. Mamá de nueve hijos -la menor de ellos tiene diez años y el mayor, 38- se dedica al cuidado de niños para contribuir a la par de su compañero en el sostenimiento económico de la familia. Vive en el barrio Toba, donde cursa el secundario y se propone aprender el manejo de computadoras.

-¿Qué define a una mujer?

-Valorarse, cambiar por una misma y si es necesario cambiar de actitud hacia los demás. Ése es un gran valor. Si no lo hacemos, no podremos lograr lo que queremos de verdad.

-¿Cuáles son sus principales motivaciones e intereses?

-En mi comunidad estamos rescatando el valor de la cultura, es un tesoro que ha sido enterrado y que la mayoría de la comunidad qom -a la que pertenezco- debería atesorarlo.

-¿Siente que algo de eso se perdió?

-Sí, hace mucho tiempo. El idioma sobre todo. Ahora solamente en el campo encuentro gente que todavía lo habla y algunos niños también. Soy la última generación de los que lo hablaban. Con un grupo de varones y mujeres hacemos teatro en escuelas para transmitir relatos, cultura. El grupo se llama Tatec lamaic (Eterna dulzura), comenzó en 2000, nos detuvimos por dos años y ahora retomamos.

-¿Existe acceso pleno de la mujer en todos los espacios?, ¿están garantizados todos sus derechos?

-Falta eliminar las relaciones de dominación y de poder entre varones y mujeres. Hay varones que creen que por ser cabeza de familia pueden decidir por nosotras. También somos inteligentes y cuando nos hacen creer que no lo somos, nos quedamos.

-¿Qué falta mejorar?, ¿políticas públicas o cambios culturales?

-Hay cosas para mejorar de ambas partes (gobernantes y gobernados). Mi tía Zunilda Méndez, como integrante del Chelalaapí hizo mucho por la transmisión de cultura y para que no la abandonemos. Me gustaría que se la recuerde y se reconozca que estuvo por más de 40 años enseñando y nos dejó muchas enseñanzas a todos.

-¿Cómo completaría la frase? “Es bueno ser mujer porqueà”

-Porque somos educadoras de la paz. Si no educamos paz en nuestra familia y sembramos eso nde la familia al barrio y del barrio al mundo.

-¿Qué le inculcaría a una hija a diferencia de un hijo varón?

-El primer deber de una madre es enseñar lo bueno de la vida, la honestidad, la bondad y decirle a una hija que ella tiene que decidir las cosas y no que otros lo hagan por ella.

-¿Qué lugar ocupa la mujer indígena?

-Hay mujeres indígenas que están haciendo cosas. Veo que muchas son sometidas. En mi comunidad veo sometimiento. Las que estudian y logran cosas por ellas son parte de un crecimiento. Pero las de mi generación son más oprimidas.

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fuente http://www.diarionorte.com/article/84900/el-protagonismo-femenino-en-la-provincia