María Ovando podría ser la mujer que colecciona violencias desde niña. Tal vez por eso agacha la cabeza cada vez que sonríe con una mueca de plomo. Hace casi un trimestre que fue absuelta. Un juez llamado Roberto Saldaña la encontró culpable por la muerte de una de sus hijas y se convirtió en otro de los hombres que sometieron su destino con misoginia y abusos de autoridad. Como su papá, que la entregó a su madrina cuando era un bebé de tres meses con los mismos mofletes inflamados que tiene hoy. Esa fue la familia que la cuidó con cariño pero no podía mandarla a la escuela porque quedaba muy lejos. En cambio, fue tarefera desde los 6 años y empleada doméstica a los 11.
María mira con atención cómo escribo en mi block. Está en Buenos Aires para presentar un libro que cuenta su historia. Su propio álbum de figuritas del horror. Sin embargo, no sabe leer. La publicación hecha por la comisión de género del MST lleva una portada violeta, como la remera que María trajo a la ciudad, y las mangas cortas exhiben sus brazos, cruzados durante toda la entrevista como troncos caídos. Uno encima del otro. Llevan rayones que fueron heridas. Su piel es similar a la de una presa pero los cortes son anteriores a su encierro. Se los infringió Manuel Castillo, padre de nueve de sus hijos. “El agarraba cualquier hierro y me pegaba. Me cortaba”, cuenta en el libro. El la desvirgó. Su primer parto fue a los 14 años. Luego de Perla Elizabeth siguieron Alicia, Juan Ramón, Ana María, Roberto, Manuel, Catriel, Noelia, Roque, Carolina, Soledad y Carmen. En total, 12 hijos con dos hombres. Un hijo cada dos años, si es verdad que María tiene 38 años, porque la fecha de su nacimiento es una de las cosas que la mujer no recuerda. O elige no recordar.
El final de esa relación terminó con una fuga, luego de una paliza. “Me escapé por la ventana, salí a la calle y corrí. Al otro día a las once de la mañana me di cuenta… Estaba en un montecito, bañada de sangre dura. Me miraba el cuerpo, tenía todo cortado”, contó. Castillo se escapó al Paraguay donde se cree que lo mataron, aunque nunca encontraron el cuerpo.
Violencia de género. Violencia física y psicológica. Y luego de los niños, la violencia institucional. Catriel, su séptimo hijo fue uno de los tres que María tuvo en soledad, en su casa (los otros fueron Manuel y Ana María). Luego de ese parto fue al hospital de El Dorado a pedir que le ligaran las trompas. “No me dieron bola, dijeron que era muy jovencita; que tenía que tener la firma de mi marido o un familiar”, relató. Otra vez un hombre decidiendo sobre su propio cuerpo.
En suma, el sistema laboral rural. La tarefa (nombre que se le asigna al trabajo en los cultivos de yerba mate o naranjas) es más dura para las mujeres al punto que rara vez son remuneradas. No obstante, fue mejor que picar piedra embarazada y hasta el día anterior de otro parto, el de Carmen. A su patrón, otro hombre, no le importó que la legislación nacional y provincial garantiza la licencia paga.
“Carolina lloraba, no sé si de hambre. La cargué caminando por la ruta. Caminé un montón. La cargué hasta donde pude, ella seguía llorando. Llegué a la ruta. Nadie paró. Después dijo ‘ay mamá’. Pensé que se había dormido, que había pasado el dolor. Cuando la volví a bajar en brazos, ella ya estaba dura. Le toqué el cuerpito… No quiero ni recordar”. El libro rescata el relato más fiel de lo sucedido en marzo de 2011. Ese día, Carolina, de 3 años, murió en sus brazos, víctima de una enfermedad que podría haberse generado por la ingesta de agua del arroyo Aguaray Guazú, un riacho contaminado por la pastera Alto Paraná. La mujer, por miedo, decidió enterrarla y callar. El informe ambiental que figura en el expediente contó que la familia vivía en un rancho de madera, sin luz, agua ni gas. Con un cuarto de 4 x 4 en el que dormían 9 personas. A 5 kilómetros del centro de salud y a 20 del hospital. El primer documento de identidad que tuvo la pequeña Carolina fue su certificado de defunción. Sin embargo, carga sobre sus espaldas una carátula que la inculpa por «abandono de persona calificado por la muerte resultante y por el vínculo». Por ese fallo, pasó 20 meses presa en el penal de mujeres de Villa Lanús. De su ex marido no hay noticias.
En la actualidad la mujer vive con dos de sus hijos y viaja todos los viernes a Puerto Esperanza y a Mado para visitar a sus hijos más chicos y a dos nietos, que viven con sus abuelos. Espera que la burocracia política y judicial le devuelva las tenencias. Mientras tanto les lleva galletitas y juega con ellos. Con Roque lloran juntos a la hora de separarse y se prometen más juegos y paseos. Durante el resto de la semana, trabaja limpiando una casa que queda a 3 kilómetros de su vivienda. Además, empezó a hacer pan para vender entre sus vecinos. También comenzó la primaria en una escuela nocturna. En el grado, hay un solo hombre y cinco mujeres.
«Me gustaría que me devuelvan a mis hijos y vivir en Posadas en una casa más grande, tal vez también tener una moto», contó a este diario entre sonrisas. De sus orejas penden dos aros con forma de mariposas que se mueven al ritmo de su vergüenza. Para mucha gente, estos insectos representan necesidad de cambio y mayor libertad. Ella, sin conocer el dato, los eligió para contar su historia. «
fuente http://tiempo.infonews.com/2013/03/08/sociedad-97803-luego-de-vivir-el-horror-maria-ovando-pelea-para-recuperar-a-dos-de-sus-hijos.php