Hacemos que Gabino vuelva de la muerte». Rubén Vaccarezza está apoyado contra la pared del gimnasio del módulo 2. Estamos en el Complejo Penitenciario Federal I, en Ezeiza, y el hombre de 45 años acaba de interpretar a un paisano en una obra que recuerda al payador Gabino Ezeiza. Su grupo de teatro, Negro tenía que ser, es uno de los tantos que el actor Lito Cruz y María Dutil armaron bajo el proyecto cultural y teatral que funciona en las cárceles del Servicio Penitenciario Federal (SPF). La iniciativa podría derivar en una cooperativa de trabajo que facilite la reinserción social de los convictos.
A Rubén le falta cumplir la mitad de su condena. Está feliz porque su hija Fátima, la de 24, volvió a hablarle y va a visitarlo. No la ve desde que tenía 5 años. Además de actuar, el hombre estudia percusión, hace el secundario y el taller pastoral, donde le enseñan a tejer y bordar. Asume que siempre que estuvo preso «fue para comprar droga» y, por tal motivo, cumple un tratamiento en el Centro de rehabilitación de droga-dependientes (CRD) que funciona dentro del complejo.
«En el CRD te preguntan cuál es tu empeño del día. El mío es perseverar», reveló. Su próximo objetivo es que Ornella y Sergio, sus otros hijos, también se le acerquen.
Las obras que representaron los internos llevan cuatro meses de ensayo y son parte de una serie llamada «Bandidos rurales y otras leyendas argentinas». Reúne las historias de Juan Moreira, el Gauchito Gil, Juan Bautista Vairoletto, Isidro Velázquez y el Pibe Cabeza, entre otros.
El abordaje fue una idea del historiador Pacho O’Donnell. El equipo de Cruz también lo integran Joaquín Molinari, Iván Varela y un equipo de ocho directores.
En los últimos meses se trasladaron a las cárceles federales otras obras como Sangre en las Tierras de Navarro (encuentro ficticio entre Dorrego y Lavalle); Llamame Traidor (conversación entre San Martín y Guido antes que el general desembarque en Buenos Aires); El Maltrato (la historia de la muerte de Mariano Moreno, primer desaparecido arrojado al mar y el Virrey Cisneros), y este año comenzaron las clases con Ensueños (la vida y lucha de Juana Azurduy y su marido Manuel Padilla).
EN EL PAPEL DE MILICO. Mario mira a su compañero con la misma fiereza con la que lo miraron a él durante los últimos dos años. Trabaja dentro del penal, fabricando zapatos para el SPF. Empezó el taller como un juego y le terminó gustando tanto que se animó a actuar para sus padres. Encarna el personaje que, junto con el de mujer, nadie quiere representar. Está vestido de milico y se apresta a matar a Juan Moreira.
«Me cargaron toda la semana», contó a Tiempo. «Me gritaban ‘encargado de la térmica, apagá la luz’ o ‘requisa’. Es medio complicado hacer justo este personaje pero uno está actuando y sabiendo que esto ofrece una posibilidad de trabajo para cuando salga».
Ese momento será dentro de un mes y medio. Mario volverá a Merlo, su camión y su hija de 9 años. Tal vez por eso se le cae una sonrisa cuando termina su cuadro y se retira de la escena.
Los organizadores entienden el proyecto como parte de «un modelo de integración que permite tener una visión diferente de la vida que permite entender que el cambio hoy es posible y necesario».
Al gimnasio le faltó un telón pero no los aplausos, ni las lágrimas. Las representaciones tuvieron una potente carga emocional y a pesar del ruido provocado por las visitas familiares, los actores mantuvieron la concentración. Tal vez sin saberlo, los participantes legitimaron a Diderot: la sala fue «el lugar donde las lágrimas de virtuosos y malvados hombres se mezclaron por igual». «