Ruinas sobre ruinas, poderes contra poderes
Notas sobre el sistema penal del capital tecnológico
Por Leonardo Sai
Todo el mundo descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta. Los momentos que se oponen a la realización de uno y otro estado límite son de la misma naturaleza: se derivan de nuestra condición humana, que es enemiga de cualquier infinitud. Se opone a ello nuestro eternamente insuficiente conocimiento del futuro; y ello se llama, en un caso, esperanza y en el otro, incertidumbre del mañana. Se oponen a ello las inevitables preocupaciones materiales que, así como emponzoñan cualquier felicidad duradera, de la misma manera apartan nuestra atención continuamente de la desgracia que nos oprime y convierten en fragmentaria, y por lo menos en soportable, su conciencia.
Primo Levi
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as ruinas del poder disciplinario son los términos de lo que se percibe, socialmente, como “decadencia”. Se habla de “decadencia moral” como de “decadencia cultural” o “decadencia civilizatoria”. Son todas formas tristes de referirse al retiro de los dioses.
Sucede que la decadencia no tiene nada que ver con la representación de un “derrumbarse”, de un “venirse abajo”. Todo lo contrario:es el esplendor de esta época en su consistencia maquinal. La decadencia es el resultado de la auto-superación propia de la dominación tecnológica desenvuelta a escala planetaria. Decadencia es una noción lista, disponible, al alcance del comentario. No importa su esencia técnica. No nos referimos a la decadencia de los “filósofos de la decadencia”. Tampoco nos importa demasiado, a los fines de nuestro trabajo, la relación genealógica entre la idea de “decadencia” y el presente adjetivado como “decadente”. No son pensadores los que se ocupan así del presente. Son profesores de ética, periodistas, comunicólogos, opinadores profesionales, entretenedores culturales… Habladurías: la decadencia sobrepasa al cotidiano que lo copa todo con su inmortal “queja de usuario”. Decadente tampoco es un tiempo que ha culminado y otro que no termina de nacer; unas instituciones que no murieron y otras que no han terminado de parirse porque tal interregno no es otra cosa que el presente concebido por una conciencia todavía medieval. La “decadencia” así mentada no es un concepto sino una actitud. Una afectación en el sentimiento. Una imposibilidad de comprender las fuerzas novedosas que rigen la actualidad. El resultado es la moralización del presente bajo una selección ideal de un pasado que nunca existió. Esa “decadencia” allí donde se la argumenta denuncia, groseramente, la ausencia completa de sentido histórico.
La decadencia aconceptual es la reacción frente a la ruina de los ídolos de la sociedad disciplinaria. Esa sociedad que, en el marco de la acumulación nacional centrada del capital industrial, producía cuerpos productivos, obedientes, capaces de crear riqueza en formas objetivas independientes del arbitrio del hombre como un poder que solo se ejerce pero que nadie posee. Las nuevas objetividadesdesarrolladas por las fuerzas del trabajo humano muestran las formas anteriores como rudimentarias, como modos embrionarios, falsos, incapaces de alcanzar una condición presente (subjetiva) para la producción social: el presente se nos escapa, el disfrute no llega nunca. Y con cada innovación, la percepción se refuerza ad infinitum.
Vemos la falta de disciplina en el trabajo, en el estudio, en los oficios: el mundo es indisciplina como peligro. No tenemos tiempo y corremos detrás de la información como monos en busca de una banana (certeza). Seguridad es esa obsesión compulsiva. Seguridad es la solución como necesidad de responder a los cuerpos desobedientes sin conciencia. Nuestra conciencia era el fruto de una disciplina metódica, sea exterior, sea interior: has de cambiar tu vida como primacía de la práctica de sí sobre sí. Era también el modo en que la sociedad nos hacía una mentalidad, nos individualizaba y sujetaba nuestra fuerza a la producción de capital en donde nos representábamos como seres abstractamente iguales: nos gobernaban con orden. En este presente llamado “global” la miseria, el atentando, el descontrol, la expulsión constituyen el funcionamiento del instante: el desgobierno como resultado del ejercicio del poder.
Los límites entre Norma y Excepción son ahora muy borrosos, difusos, contingentes. No hay colectivos que temer sino a un individuo virosico que puede resultar la causa formal de un estado de excepción sin barreras nacionales. Todos adentro y todos afuera: el Otro ya no es el bloque socialista sino cualquiera de los mortales. Hay que controlarlo todo porque la monada terrorista puede destruir Occidente. Someter a grandes porciones de la población a la nada y volver a incorporarlas a la producción en ciclos económicos cada vez más violentos, turbulentos, veloces, caóticos y crueles, es la textura del capital: su lógica se ha acelerado, respecto del Veinte, ganando grados mayores de destrucción. Humildad y vértigo. La tasa de desempleo sube, baja, parece que vuelve el estado benefactor y el pleno empleo. Luego, se devasta casi todo y se reconstruye como “oportunidad inversora”. Un poco de keynesianismo allí, más libertad para el sector privado allá: el capital reforma su poderío sea con el mercado, sea mediante el estado, mientras sus placas tectónicas dibujan los ojos asiáticos de la geo-política porvenir.
Y la cárcel está ahí, permanece intacta, más reformista o más cruel, más humana o con tolerancia cero, con voluntad de volver a la disciplina o como empresa que utiliza la delincuencia para reproducir el poder del estado como mafia.
Dicho sintéticamente: la noción de decadencia proviene de una vieja conciencia medieval, atrapada entre el peso del pasado y un futuro escatológico, que no alcanza jamás una condición actual sino que hace exégesis de textos para actualizar el pasado —contra el presente— a favor del instante intemporal. Sucede que la decadencia de nuestros días, el terco amontonar de ruinas sobre ruinas, no es otra cosa que su urgencia: la aceleración de las fuerzas destructivas de la modernidad, contra lo moderno, paradójicamente pone al presente en un precipicio frente al cual solo queda retroceder y seguir adjetivando la época con el sufijo “post”.
No existe, entonces, ninguna sociedad “post-disciplinaria” sino una sociedad del control que reordena las fuerzas normalizadoras como carga y diferencia.
I
El plan—. La metodología de las ciencias sociales entorpece la perspectiva con la cual el pensar mira lo venidero con una especie de “momento” de la investigación en donde se hacen manifiestos los denominados “presupuestos” del método. Lo que se pretende aquí es una instancia policial revestida de apariencia científica. Importa que el investigador declare su escuela, su pertenencia teórica y siga, detalladamente, los pasos indicados en pos del respeto de la comunidad de investigadores. La originalidad importa menos que la previsibilidad de una escritura obediente. Tales presupuestos equivalen a sentar sobre tablas si es marxista, interpretativista, positivista, estructuralista, etc. Pensamos que el método no existe con anterioridad a la investigación porque el pensar hace presa de su asunto como lo propio de sus fuerzas. La metodología no tiene que ver con el pensamiento sino con el oficio de matricero. ¿Qué es un centro interpretativo?
Un centro interpretativo es una condensación de fuerzas. No se trata de citar una maraña de autores. En este artículo hay pocas menciones. Uncentro argumentativo tampoco es la exposición minuciosa del objeto mediante sucesivas determinaciones del concepto. Una condensación de argumentos es un decir con voluntad polémica. No busca el diálogo sino el encuentro. No busca la verdad en contraposición a la mentira y al error sino las fuerzas que se hacen con la interpretación. No hace ciencia sino que la presupone. Un centro interpretativo es un basamento como condición de posibilidad de la investigación. No es un programa ni una teoría como esquema sino el apremio con el ojo.
El centro interpretativo del presente artículo es el siguiente:
1. La economía mundial del capitalismo tecnológico crea y recrea continuamente zonas vulnerables donde el estado no puede, no sabe, no quiere que pase absolutamente nada que no sea control y seguridad. El estado de excepción ya no tiene su modo de ser sobre la lucha de clases —en un sentido harto reduccionista como represión de la clase trabajadora— sino sobre una selección específica del conjunto humano supra-nacional que no posee capital (desde asalariados hasta religiosos) y a los que se identifica, específicamente, bajo la forma del derecho penal del enemigo[2]. La economía general del poder de castigar, en la sociedad de control, no se aplica, por lo tanto, sobre conjuntos sino sobre una movediza zona de individualización y desindividualización productora de dispositivos[3] que conducen el poder a la dominación.
2. El problema ya no son los desviados y su sociología sino los normales y su marketing. Es el individuo normal sobre el que hay que ejercer el control: el hacker, el terrorista, el distribuidor de pornografía infantil. Para los “desviados” hay tolerancia, abandono como “anti-psiquiatría”, olvido y psicoanalistas (sub) contratados, flexibilizados, tercerizados por el aparato de estado, la medicina prepaga y las obras sociales. No constituyen ni demandan un esfuerzo presupuestario inabordable. Las mayores pérdidas para el capital no provienen de los anormales sino de controlar los movimientos del hombre común que, por ejemplo, ya no quiere pagar para acceder a la cultura y no reconoce, en su práctica, el derecho privado a la ganancia proveniente de la (re)producción industrial. La piratería de las luchas virtuales de este siglo son formas de resistencia al “proceso de privatización” del conocimiento colectivo y la cooperación social en redes supra-nacionales. De la locura esquizofrénica al copyright binario.
3. El estado que ejecuta el derecho penal del enemigo sobre la normalidad para desplegar y justificar la excepción no requiere de saber sino de información. No tiene conceptos. Tiene PowerPoints. No solicita “discursos” sino imagen, sonido, archivo de la sospecha permanente. Un estado supra-nacional que no se define por la territorialidad sino por la capacidad absoluta de ver. Tiene hambre de flujos y de visión. Seduce con su Ojo y con él construye una objetividad, prácticamente, invulnerable. Las redes sociales como paradigma de funcionamiento y legitimidad de este poder de ver: el reality show como fiesta del “castigo postmoderno”. El espacio social no se define por la disciplina vigilada en su rebeldía sino por la participación activa en el control que los ciudadanos ejercen sobre lo que el dispositivo de ver absoluto presenta de modo continuo e ininterrumpido. El panóptico ha dado vuelta su propia media: de unos pocos que observaban y castigaban a muchos que observan y controlan. El suplicio carcelario es un circo romano mediático que nos devuelve una realidad ficcional de la exclusión comoentretenimiento y turismo social.
4. El consenso generalizado avanza sin cesar en la mira de un orden auto-regulado crecientemente por agentes no estatales. El estado es uno más en una mesa donde no tiene el mando, ni el control, ni la primacía. El capital tecnológico le ha secuestrado el comando del castigo al Estado. El estado se vuelve miope para intervenir en los territorios. Intenta armar redes de clientela pero esa dinámica no es un unilateral y la mafia lo termina devorando casi siempre tirando al tacho gobernadores tras gobernadores, ministros tras ministros. El ideal del encierro es ahora la prisión domiciliaria donde la propia comunidad controla y observa con un estado que certifica y ofrece tecnología o directamente la importa. El poder de castigar se repliega en forma aparente: se vuelve, selectivamente, más económico. No gasta en burocracia sino en cámaras de seguridad.
5. El poder de disciplina al secularizar la justicia, es decir, la venganza del Dios en el Estado no solo modifica la fundamentación del castigo sino la concepción moderna (laica) del tiempo. La pena no se desarrolla en un tiempo absoluto que re-establece el orden vulnerado sino en un tiempo progresivo, metódicamente, observable, según una linealidad individualizada que re-constituye el caso sometido, a su propia evolución, bajo el juicio de la ciencia. Poder disciplinario absorbiendo el poder de soberanía. Resocialización. Todo eso ya no importa ni como “hecho” ni como “discurso”. La posmodernidad penal suspende la interpretación jurídica disolviendo la especificidad del derecho en el ejercicio desnudo de la dominación.
El resultado de los puntos presentados es que la sociedad se encamina hacia el gobierno de los indisciplinados en un presente donde el estado, al ejercicio de poder de castigar clásico, le está sobre-imprimiendo las tecnologías del control desarrolladas por el capital más innovativo y diferenciado. La tecno-política busca deglutirse viejas burocracias con formas más locales y efectivas. Lo que falta para instaurar una nueva mentalidad[4] al poder de castigar es hacerse, resolutivamente, con un estado de situación que deslegitime —por izquierda y por derecha— la existencia misma de la cárcel. Esa tierra está arada, disponible y preparada, sea por el abolicionismo ideológico, sea por la puesta en práctica de las tecnologías de seguridad: la cárcel ya no tiene más cabida ni razón de ser. Para poder instaurarse la penalidad del XXI la mentalidad que deslegitima de raíz la estructura del XX debe producirse como “superación” al interior del propio campo del sistema penal. “No más cárcel”, sea por clamor socialista. “No más cárcel”, sea por compasión reformista. “No más cárcel” sea, por voluntad de venganza a domicilio. Una comunidad de vecinos vigilantes por laptot observa en Youtube la vida del preso del barrio: la comunidad, en tanto burócrata colectivo, abre la cárcel al ojo tecnológico que todo lo graba, archiva, ve. Esta banalización última del panóptico es, en realidad, la primacía de su dominio.
Tanto el abolicionismo, como ideología y crítica del sistema penal, como la tecnología que habilita los nuevos micro-espacios del castigo a distancia están terminando de socavar las resistencias de la penalidad disciplinaria ante el surgimiento de una penalidad de la sociedad del control. Los presupuestos para un decidido avance de un derecho penal de mínima ya están dados, tecnológicamente, por el capital más innovativo. La distancia a recorrer es subjetiva (social). Puede llevar muchas décadas. La disolución del discurso del derecho penal laico[5] solo será re-habilitado, positivamente, cuando la penalidad de la sociedad de control despliegue su ejercicio, sus propias condiciones de enunciación, es decir, sus límites. Allí aparecerán normas para el estado que hoy son la anomia manifiesta y expuesta por los sucesivos informes de malos tratos y torturas en prisiones. No obstante, contra la marea del río que se encamina a hacer de la cárcel lo más chiquita posible otra contra-tendencia se afirma con igual tenacidad.
Cárceles más grandes y concentradas, con polos educativos y capacidad de re-conversión de la improductividad en ventaja competitiva (salarios bajos) sea adosadas al impulso del capital tecnológicamente potenciado, sea al mantenimiento de una industrialización tardía, más o menos caduca. La cárcel reconcentrada como política económica, como ayuda a las PyMES, como modo de vitalizar la economía de gasto del estado. A nuestro criterio se trata solamente de obra pública para alimentar el sistema de castigo con tecnología privada, agentes no estatales y vista buena de la burocracia. El estado hará sus murallas y el capital tecnológico aplicado a la seguridad suministrará el diseño y se hará con el plusvalor. Dicho de otro modo: el destino de la cárcel re-concentrada es la quiebra. El sistema penal del capitalismo tecnológico no quiere reformar con disciplinas sino hacer marketing de las tecnologías de seguridad y control: una primera muestra de botón. Es el carácter público del derecho penal lo que está en juego, tanto por las teorías que quieren erigir un derecho penal de autor, como por la economía política de un derecho al cual el capital tecnológico no cesa de secuestrarle el castigo ya sea invadiéndolo con tecnología o proveyendo con soluciones más económicas, racionales y de intervención anticipada o eficaz.
El presente artículo trata de pensar el asunto del derecho penal en la época del capital tecnológico. La organización del mismo es la siguiente: A) se presenta, sucintamente, la noción básica de capital tecnológico; B) se analizan noticias sobre el sistema carcelario en sociedades muy disímiles ya no bajo el eje seguridad / inseguridad —eje que hace a la legitimidad del castigo— sino bajo el eje productividad / improductividad que ilumina laproducción del castigo en lugar de los modos de hacerlo socialmente aceptable. Tal análisis se realiza en la dirección de considerar la decadencia de la sociedad disciplinaria como su superación en manos de un capital tecnológicamente diferenciado que aún no ha desplegado toda su capacidad de destrucción sobre la institución penal pero que ha podido privatizar, subsumir, capturar las funciones sociales de la seguridad estatal: el capital tecnológico como liquidación discursiva del derecho penal en tanto poder público; C) se concluye con el señalamiento del límite intrínseco de toda política reformista del sistema carcelario, en el marco del capital, y la necesidad de una teoría y estrategia transicional.
II
La potencia destructiva-creativa del capital—. Los secretos industriales tratan siempre de mantenerse a fin de garantizar las ganancias “diferenciales”, un descubrimiento, una innovación valiosa, es un secreto de Estado para el capital. Carlos Marx a lo largo de todo “El Capital”, su obra mayor, expone, críticamente, el concepto de plusvalor relativo, el plusvalor extraordinario, la diferencia entre trabajo simple y trabajo potenciado.
Cuando Marx quiere captar aquello permanente, continuo, que se metamorfosea en el proceso de producción del capital piensa con categorías metafísicas: flujo homogéneo, fuerza indiferenciada, sustancia, gasto de energía, restos, etc. En un marco histórico determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, la potencia social adquiere esa textura: un puro condenso de materia abstracta. En este marco histórico, esquemáticamente “a lo Eric Hobsbawm”, “la era del capital industrial”, el tiempo productivo y el tiempo de concepción, solo coinciden en la innovación general, “una vez cada tanto”. El resultado es la miel de la plusvalía extraordinaria. Ese privilegio será luego diseminado y apropiado por el sistema elevando el piso técnico y tecnológico de la sociedad bajo la forma de plusvalor relativo. La producción capitalista se define, esencialmente, por el ritmo permanente de la concepción innovadora. Ya no es “una vez cada tanto” sino todo el tiempo. Es que existe una forma del capital, un capital específico, a ello dedicado: un capital tecnológico en la estructura de Das Kapital. Ese capital tecnológico (Pablo Levin; 1997) se dedica a innovar en forma permanente y a elevar en forma sistémica la tasa de ganancia; secuestra a la humanidad todas su capacidades técnicas, las recluye en loslaboratorios del capital. Volvamos.
La materia del trabajo no diferenciado, el trabajo de lo simple muchas veces multiplicado, lo condensado, homogéneo, trabajo que es en sí mismo indiferente, indistinto, indiferenciado; imagen de tedio, tiene peso psíquico: la industria produce una fuerza bruta monótona. La educación es un plus de espíritu sobre la cosa deshumanizada, un problema de Estado. Lo homogéneo se deja captar como aquello que niega la diferencia, como aquello que para ser cuestionado, o modificado, debe serlo desde su raíz. Debe ser destruido creativamente. El capital no se apodera del proceso de trabajo en su figura histórica sino que revoluciona las condiciones sociales de la técnica de forma inmanente. Tal sintetiza la premisa histórica del plusvalor relativo. En ese sentido, el fenómeno general de la innovación tecnológica no es nuevo. Que existan empresas dedicadas, exclusivamente, a ello si lo es. No existiría capital tecnológico sin el continuo desarrollo y acicate del plusvalor extraordinario. Tales plusvalías son la historicidad de esta forma desarrollada. La plusvalía extraordinaria del capitalismo industrial no se detuvo en el texto. Produjo una nueva estructura. La innovación, durante el capitalismo industrial, constituye un proceso de diferenciación interno del capital. Proceso que desemboca en nuevo carácter de la acumulación: el capital tecnológicamente potenciado. La plusvalía relativa ahora ya no se disemina en el conjunto del sistema y cuando lo hace: los laboratorios del capital ya tienen entre mano el lanzamiento de una nueva innovación general o radical. No quiere decir que se anula la competencia ni que hay empresas con el trono asegurado: quiere decir que la competencia es más despiadada que nunca.
En su dimensión genérica, el trabajo fue siempre diferenciado por la tecnología: un trabajo potenciado, otro simple. Si hacemos abstracción de todas las determinaciones específicas —del mismo que los economistas del XVIII nos explicaban que el capital, en cuanto instrumento de trabajo, era una relación universal, natural y eterna— que impone el capital tecnológico (su teoría) podríamos afirmar que el hombre de las cavernas innovó, rascando las piedras, con trabajo diferenciado. Dicho de otro modo: la dimensión genérica de los conceptos solo expresa la impotencia de pensar la diferencia como modo de ser. ¿No hubo desde el inicio un tintorero más lucido, un peón más fuerte, un contador más rápido y así y todo se impuso la ley del valor mercantil porque lo que cuenta es, en definitiva, lo social promedial? Al contradictor se le responde del siguiente modo: si, y solo si, nos quedamos en el capitalismo industrial y en el texto de Marx. En el capitalismo tecnológico de nuestros días a ese tintorero más lúcido, o peón más fuerte, o contador más rápido se le secuestra la fórmula de su lucidez, fuerza, rapidez mediante una estructura específica que captura el virtuosismo para aplicarlo a una (re) producción a escala global. El trabajo diferenciado crea las condiciones de posibilidad del trabajo potenciado como laboratorio y planificación. Es, en rigor, el laboratorio del capital para la producción mundial de trabajo potenciado. Es objeto de estudio vasto las estructuras específicas de planificación tecnológica del capital diferenciado. Laboratorios sin paredes. En la actualidad, forman parte de cualquier managment de una empresa de cierto tamaño. Hacerse de capital tecnológico es una condición necesaria para obtener el privilegio monopólico de la innovación sistémica.
Dicho en términos clásicos: Las ramas que poseen una mayor composición orgánica, es decir, que emplean en la producción mayor cantidad de capital constante que las demás al valorizarse a la tasa general de ganancia se estarán apropiando de más valor mercantil que el que ellos mismos crearon. Esto se debe a que una mayor parte del capital invertido (máquinas y equipos) no genera nuevo valor sino que solo lo transfiere al propio producto. Las ramas con una composición orgánica menor, al utilizar una mayor proporción de capital variable, o sea, capital cuyo uso además de transferir valor lo crea, estarán apropiando a través de la tasa de ganancia, un menor valor que el que engendraron. La diferenciación entre las ramas, lo que hace que unas se apropien, respecto de la masa total de plusvalor creado, de más valor mercantil que el que contribuyeron a crear, es el resultado de la mediación del capital tecnológico en la estructura del capital.
La lógica orgánica que establece el capital tecnológico sobre el sistema del capital de conjunto puede abreviarse del siguiente modo:
Las empresas de capital tecnológico producen un plusvalor diferenciado, sistemáticamente, aplicado a una reproducción global de mercancías (maquinaria y equipos) que todo capital —privado de esa innovación general– reclama, en acuciante necesidad, de enfrentar la así desatada competencia capitalista. Tales capitales dirimen su competencia en tanto reproductores industriales exógenamente innovados (ajustados, en consecuencia, a la mera aplicación de tecnología y por definición “capitalistas no innovadores”) produciendo el plusvalor absoluto que el sistema de conjunto requiere para asentar la posición dominante del capital diferenciado sobre la jerarquía de capitales existentes.
En el vértice, el capital tecnológico y una fuerza de trabajo, altamente calificada, obreros de la ciencia y la tecnología aplicada. En la base, el plusvalor absoluto de la vieja estructura industrial[6]. Allí, tanto el capitalismo asiático como el industrialismo sustitutivo, encuentran mano de obra abundante para reducir costos y competir con manufacturas a escala global. Las cárceles —cuando no talleres de esclavitud y mafias— se han vuelto, plenamente, depósitos de carne[7] con una fuerza de trabajo ociosa, sin calificación, que desconoce los derechos sociales que el otrora estado de bienestar de la época industrial les reconocía en tanto “proletariado nacional”. Dicho de otro modo: no tenemos una era del capital industrial y otra del capital tecnológico, como tampoco tenemos una era de la disciplina y otra del control, sino una organización serial compleja donde un elemento toma la primacía del conjunto y la ordena sobre su vértice.
Y así como “el descubrimiento de América”, mediante el saqueo, potencia la maquinaria industria inglesa, en el presente, la explotación absoluta de la fuerza de trabajo indiferenciada potencia el sistema tecnológico del capital supra-nacional. La primacía de un elemento sobre el conjunto —la dominante— no tiene carácter cuantitativo sino cualititativo: impregna la serie y la re-define. En este sentido, el capital tecnológico determina el gobierno del delito.
III
Sistema de la penuria—. La fundamentación del encierro re-socializador hace rato hizo aguas y la cárcel solo se afirma en su función primaria represiva de poder desnudo para intimidar, neutralizar, castigar, vengar el delito contra el bien jurídicamente custodiado. Cada vez más países privatizan cárceles y entregan al sector privado la gestión de la seguridad ciudadana. Lo decisivo de ese pasaje es la disolución de la diferencia entre sociedad y estado que caracterizaba a la sociedad moderna y constituye el signo de la posmodernidad en el ámbito de la decisión, la política. A la economía general del poder disciplinario ahora se le sobre-imprime la economía general del capital tecnológico de forma tal que los modos presentes y futuros del castigo ya no estarán diseñadas por el estado, sus ministerios y burocracias, sino por empresas de innovación tecnológica en materia de seguridad, control e información sobre el delito y su gestión, combate, regulación; etc. Ya son proveedores del estado, contratistas y cada vez más la condición misma de aplicación efectiva de los castigos. No es “el problema de la inseguridad” el que estratégicamente se anida al llamado “neo-liberalismo” para desmantelar el estado social, privatizar y mercantilizar, la seguridad como servicio y reconstruir al ciudadano como usuario: es una nueva estructura del capital la que impregna todo el ámbito social y se apropia, sucesivamente, de los ámbitos de decisión del estado.
El estado ya no decide el delito: se lo impone la sociedad con una plétora de tipos penales que desfiguran y liquidan la estructura constitucional, lógica y discursiva, del derecho penal. El capital tecnológico aplicado a la seguridad no cesa de crear “sensaciones de inseguridad” cotidianas a las cuales suministra los dispositivos de seguridad y gestión del riesgo. De este modo, tilda de “corrupto” “burocrático” y “perverso” al estado y a su “política penal” al tiempo que le secuestra sus funciones y se declara, abiertamente, apolítico: el capital tecnológico que produce seguridad es la política penal como empresa.
El estado, a no querer, poder, saber cómo transformar la miseria de las zonas vulnerables (guettos, villas, favelas, etc) asegura la demanda efectiva de seguridad como mercancía. Esto no es otra cosa que la valorización continua del mercado inmobiliario como reserva de valor y especulación del capital financiero: el estado no toma a su cargo la planificación de la población. La asistencia social no reconvierte a las zonas vulnerables en clase trabajadora: el mercado no las pueda absorber ni a corto ni a largo plazo. La asistencia social financia la soberanía política sobre el delito en manos de las empresas de seguridad y tecnología privadas.
Sobre las miasmas del estado, las hordas policiales[8], cual lobos hambrientos, se reparten los huesos y los cadáveres: hacen política brava cual campos de exterminio. En el medio, una sociedad infecta de miedos contrata seguridades privadas, pide justicia y mano dura contra los delincuentes y huye despavorida de barrio en barrio en busca de más y más seguridad hasta alcanzar el control perimetral del encierro verde del country. Mientras tanto, la construcción es uno de los “booms productivos” de la década y un reaseguro clásico en tiempos de turbulencias financieras. Al estado le quitan las leyes, le deshacen el código penal con descontrol legislativo o “populismo punitivo”, le dan recursos que nadie sabe bien qué función sistémica contienen (si la tienen más allá de toda conspiración); luego, se establecen, con relación al ciclo económico, recortes presupuestarios que desandan lo andado y vuelven el juego al cero. Ningún ministerio de seguridad tiene consolidado un largo plazo presupuestario y la opinión pública le reclama todo lo que su neurosis asocia con la palabra “seguridad”.
El abolicionismo “realmente existente” no es una ideología del cambio social abstracto sino la subsunción misma operada por el capital tecnológicamente potenciado sobre la soberanía del estado lo cual significa la supresión del derecho penal en su realidad actual —y en su formulación positiva— por otro en el que los individuos y la “comunidad punitivamente organizada” más que la sociedad, y sus órganos específicos, se encargarán de ejercer un control social que será mucho más difuso, ilimitado, generalizado que el veterano ámbito de la cárcel vetusta.
No hay ningún “gobierno de la (in)seguridad” sino un inmenso negocio tan anárquico como el mercado que (re) produce, tanto la seguridad como su necesidad, sujetando la decisión de qué hacer con la población a un proceso de innovación y acumulación extrínseco que humilla a la Nación asqueándola de vergüenza: el sistema penal argentino es una máquina que intensifica la acumulación de indigencia urbana, exacerbando las consecuencias anómicas, destructivas, de la marginalidad no solo para el sub-proletariado así objetivado sino para el conjunto de la sociedad.
La voracidad corrupta del mecanismo puesto en marcha —gestionado y explotado por las mafias policiales— tiene mucha cárcel y muchas causas ya no para reprimir al “ejército industrial de reserva” sino para asignárselas a cualquiera[9].
IV
Hundidos y salvados—. La Corrections Corporation of America (CCA) —un gigante financiero de Wall Street— es la compañía privada más grande en Estados Unidos. Envió una carta (publicada por el diario The Huffington Post y replicada en una infinidad de weblogs en Internet) a 48 gobernadores norteamericanos ofreciéndoles la compra de sus prisiones estatales para ponerlas bajo su control[10]. CCA ofrece un montón de cash fresco a los gobernadores y los estados se sacan de encima tremendo gasto. ¿Privatización como el sueño finalmente alcanzado de todo “budget”? ¿Qué tiene que hacer el estado como contrapartida? ¿Cuál es su obligación contractual? Pues bien: 20 años de promesa contractual de que las cárceles estarán un 90% pobladas. Dicho de otro modo: la contrapartida para CCA es operar a un 90% de “capacidad instalada”.
Cabe mencionar que, actualmente, hay más de seis millones de norteamericanos encarcelados cuya mayoría son afroamericanos y latinoamericanos; Que Estados Unidos gasta seis veces más presupuesto en sostener su sistema carcelario que en su sistema de educación superior; Que cada día amanecen 50 mil internos en celdas solitarias donde no pueden ni leer ni escribir libremente, ni ver a nadie y solo pueden salir afuera a hacer ejercicios por una hora; Que la violación es tan endémica como parte del castigo socialmente esperado. Todo esto es reconvertido por laindustria del entretenimiento policial cuya cereza en la torta son las representaciones colectivas de violaciones entre internos, sea bajo la forma del chiste cotidiano, del reality show o de la “stand up comedy”[11].
En un mismo movimiento, la empresa se saca de encima el riego de inversión —20 años de “seguridad jurídica”— y le impone al estado el aseguramiento de sus ganancias —mantener las prisiones en funcionamiento al 90% de su capacidad—. Es que si las cárceles no están llenas, no hay negocio. Se trata, obviamente, de una “profecía auto-cumplida” puesto que el contrato asegura la criminalización permanente en un país que no cesa de batir records mundiales de población encarcelada, año tras año, ocupando el primer lugar en la Champions League del Encierro. Asegurar una criminalización permanente no es otra cosa que poner el derecho penal al servicio de las ganancias de CCA. Esto quiere decir que el derecho penal ya no opera como “discurso jurídico”, en el marco de una jerarquía de soberanía constitucional, sino como una máquina abstracta que suministra clientelapara valorizar al capital. No se trata de un deber emergente del cobro de impuestos ciudadanos en la trama del poder de soberanía sobre los súbditos sino de cómo esa soberanía es apropiada por el capital en la trama de un poder que más que disciplinar controla los flujos de la población (financieros, inmigratorios, de servicios, etc).
Hace bastante tiempo que las prisiones privadas le cobran a diferentes estados por hacerse cargo de la gestión: numerosos estudios revelan que es más caro mantener a los internos en cárceles privadas que en cárceles estatales porque las cárceles privatizadas no se hacen cargo de los prisioneros enfermos, delegados a la supervisión del estado, sino de “los normales”. El cambio, no obstante, es muy significativo porque, hasta la fecha, el sector privado o construía las cárceles o las gestionaba pero nunca las compraba de forma tal de que queden bajo su control absoluto y casi en la totalidad de los estados que componen Norteamérica. ¿Qué hace CCA? Capitaliza enormes ganancias con “la agenda social” y encima le cobra impuestos al estado de modo tal que los contribuyentes también financian a la empresa privada de seguridad vía “taxes”. En los ochentas y noventas, lo hicieron a través de la denominada “War on Drugs” y actualmente lo hacen encarcelado inmigrantes. Asimismo, cabe mencionar, que los empleados de las prisiones privadas son los que menos ganan, menos beneficios reciben y están más flexibilizados. Al hacerse cargo de un gigantesco monopolio sobre las prisiones del estado, CCA clausura de raíz todo proyecto descentrado de prisión domiciliaria como contra-tendencia de la propia sociedad de control. La oferta de CCA —hasta el momento de escribirse este artículo— no está siendo considerada por autoridades de California, Pensilvana, Virginia, Montana, Georgia, Texas, Illinois y Nueva York. Además, tanto Illinois como Nueva York, tienen leyes que prohíben que prisioneros del estado ser alojados en prisiones privadas.
De lo que trata el caso presentado es de cómo el capital financiero puede reconvertir el ámbito público de intervención del estado en ganancias privadas que potencien el alza sostenida de acciones corporativas —las acciones de CCA pasaron de 8 dols en 1992 a 30 dols en el año 2000 y siguieron la marcha alcista. El estado queda sujetado, a largo plazo, a funcionar asegurando beneficios, sin riesgo de inversión alguno, determinando al derecho penal y al sistema carcelario como medio de valorización del capital financiero: “The Jailhouse Stocks”.
Dada la enorme presencia directiva del capital financiero en la economía del estado norteamericano (en salud, educación, industria militar-tecnológica) el sistema penal no podría resultar extraño al fundamentalismo de libre mercado: American Express, Goldman Sachs & Co., Merrill Lynch, Smith Barney, y otras firmas de Wall Street invierten, sucesivamente, en construcción carcelaria y acciones financieras relacionadas con el funcionamiento del sistema penal americano. El aumento de la tasa de prisionalización de la población corre paralelo al éxito de cartera de las inversiones. Obviamente, la valorización financiera es la existencia misma de la cárcel contra la improductividad de los internos: la masa de afro americanos e inmigrantes hispanos presos asegura la rentabilidad de las empresas (no solo financieras) sino de armamentos y defensa, de transporte, de salud, de comidas, de sistemas de seguridad tecnológica, de telefonía.
El sistema carcelario —por lo menos en Estados Unidos— antes de volverse muy chiquito, se está volviendo gigantesco, enorme en sus proporciones, palanqueado como revitalizador económico y oligopolio, organizando un monumental Gulag Privado con una artillería formidable deproducción de castigos y encierro sin ninguna regulación por parte del derecho y el estado, sin otro límite que su propia implosión.
V
La mayoría amorfa de la mediática punitiva—. Volvamos al caso argentino. La cárcel en sí misma no es un negocio porque la interrelación de los capitales, mediante el crédito (capital financiero), resulta débil en la economía nacional y el sistema penal funciona bajo la órbita de la economía de gasto del estado como producción de obra pública. Aquí, la institución penal como tal, no es un negocio —en la magnitud, forma, funcionamiento y escala del caso estadounidense— sino una excusa para hacerlos manteniendo siempre al estado como inversor y fuente del flujo del dinero. La cárcel aparece como un costo y jamás lo es: la cárcel es una oportunidad para hacer fluir el dinero del estado.
El “costo intrínseco de su organización” se capitaliza en toda su indigencia “pos-fordista”, sea por la mano de obra que se emplea (mostrar públicamente que baja el desempleo), sea por la corrupción del proceso de licitaciones públicas, sea por la economía regional “revivida”, sea por la industria de la construcción que se mantiene al alza… Toda la economía nacional de la penuria parece que vuelve a vivir con la obra pública del castigo. Desde los negocios inmobiliarios indirectos que se valorizan al metro cuadrado surgidos de la existencia misma de “zonas vulnerables” —omisión de la inversión pública del estado en planes de vivienda masivos que potencian la inversión privada en “zonas seguras”— pasando por la explotación clientelística de los planes sociales que asisten a la vulnerabilidad conservando y reproduciéndola hasta las economías provinciales que se benefician con presupuesto del Estado Nación previa negociación u extorsión política a gobernadores e intendencias, según el caso y la circunstancia de la coyuntura.
Toda una serie de personajes amanecen entre las devastaciones de la sociedad mundial que ya no ofrece “estado de bienestar” sino “estado penal”: el vendedor de panchos, papel higiénico, cigarrillos y preservativos afuera de la prisión; el servicio de transporte y las famosas “calesitas” de los traslados penitenciarios y las pujas por “comisiones” entre intendencias y municipios… Un infinito de miseria se aglomera como moscas en el estiércol de una historia… ¿concluida?. La corrupción —por más grosera, impúdica y evidente que sea— se desvanece toda en “la generación de empleo”, en la percepción de “barrio seguro” y en la imagen de intendente “firme y comprometido con la seguridad contra el delito”. La fe en la “mano dura” lava los pecados de “la mano en la lata”. La respuesta a todo esto es que la técnica penitenciaria ya no persiste sino que ya no importa: es un mero semblante desteñido a la espera del aviso de fin.
La cárcel es aquí un gasto permanente que pesa sobre el presupuesto de estados provinciales o federales que no logran cumplir con las garantías constitucionales del estado benefactor y son denunciados, por la mano izquierda del estado, en un sucesivos informes sobre torturas, hacinamiento, malos tratos. De este modo, el sistema penal se ata al discurso jurídico porque su “deber ser” jamás tiene que ver con el ser y por lo tanto la existencia del derecho cobra sentido pleno. ¿Qué sucede? Sucede que la conservación de las “zonas vulnerables” es un constante peligro e inminencia para el “hombre común” y la reproducción de la urbanidad excluyente no cesa de proporcionar tipos penales de autor y clientela joven a la institución penitenciaria que —según los vaivenes del ciclo económico que le permite al estado hacerse de recursos hostigando a la sociedad con anarquía impositiva— no para de almacenar generaciones tras generaciones de procesados en un depósito absolutamente improductivo. ¿Qué hace entonces el capital?
En boca del individuo —su creación disciplinaria— repite la denuncia del sistema penal por vetusto y constantemente inútil, porque no le suministra fuerza de trabajo más barata y disciplinada, porque constituye un mero gasto impositivo. O pide cortar el presupuesto y (des)hacerse del sistema satisfaciendo la voluntad de venganza del chivo: “que se pudran en las cárceles”. O, bajo su rostro humano, impulsa la reforma y la racionalidad del sistema de conjunto. Matices más keynesianos o más liberales, más intervención “humana” y reforma, o castigos “más económicos”: una vieja crítica monótona de la prisión que Michel Foucault documentaba, entre los años 1820-1845, en su libro sobre el nacimiento de las prisiones. Ahora bien: ¿se trata solo de una micro-física del poder que distribuye y diferencia formas de ilegalismos y delincuencia?
¿No estamos hablando de una ruina del poder normalizador que, necesariamente, implica que la prisión en tanto esquema del ejercicio del poder —lugar ocupado por la empresa como alma— y que por lo tanto las nuevas objetividades se sobre-imprimen sobre las disciplinarias y las dirigen? ¿Alguien puede afirmar que en Estados Unidos el micro-poder sostiene la producción incesante de castigos?¿No será que la producción incesaste de castigos reencuentra el ser primitivo y desnudo del castigo —la voluntad de venganza— en el marco de una supremacía financiera y tecnológica?¿Acaso no es un país plenamente desarrollado y “democrático”, como Estados Unidos, con ramas productivas prácticamente automatizadas, el que hace funcionar el sistema penal como modo de valorizar el capital financiero al servicio del racismo de su sociedad como intrínseca legitimidad silenciosa? ¿No es entonces la cárcel el instrumento político de la reacción nacionalista contra la globalización?
Si la prisión solo funciona fracasando es porque es un laboratorio de técnicas para aceitar la dominación. La cárcel, por lo tanto, no es un mero “costo” del estado sino una máquina electoral que produce castigo, contra el discurso constitucional del estado, al servicio del humor social. El sistema del capital tecnológico barrió con la diferencia entre sociedad y estado: no importa el derecho y las instituciones públicas sino “lo que quiere la gente”. “La gente” tiene todo el derecho del mundo. Tampoco es la mayoría en una democracia republicana. “La gente” es la mayoría amorfa de la globalización. Y, hasta la fecha, “lo que quiere la gente” coincide, salvo en las crisis, con lo que la empresa de capital decide que quiera. En este sentido, la mayoría amorfa es la mayoría del presente. Multitud, indignados, cacerolazos, etc, etc, etc.
Para la organización reaccionaria de esa mayoría amorfa el derecho no debe ser un dique al poder punitivo sino su ejecutor. No solo rechaza el derecho penal de acto sino que constituye el sustrato social que legitima la avanzada de un derecho penal de peligrosidad: es la mayoría conducida a penalizar la diferencia y a la cual se llama a resistir la globalización.
Tal es la esencia de la función política actual del sistema punitivo: encontrar al enemigo que permita hacer reaccionar la carga nacionalista de la mayoría amorfa para re-establecer una unidad política, productivamente, sobredeterminada.
VI
La prisión subsiste entre los fantasmas de la sociedad en proceso de una industrialización típica del siglo XX o como tercerización de empresas trasnacionales: la ociosidad carcelaria del plusvalor absoluto es aprovechada. En ambos casos se trata, sistémicamente, de la producción de un plusvalor sobre el cual se asienta la jerarquía del capitalismo tecnológico.
El 25 de mayo de 2011, el diario “The Guardian”[12], denunció que los prisioneros chinos son explotados por los guardias para obtener créditos de juegos online que luego cambiaban por dinero real: trabajo mecánico durante el día, trabajo online durante la noche. Según documenta una fuente, esta operación generaba más dinero que la explotación física del trabajo de los prisioneros. 300 internos eran forzados a jugar juegos online. Turnos de 12hs. Las computadoras no se apagaban nunca. Otros trabajos implicaban el ensamblado de asientos de autos que la prisión exportaba a Japón y Corea del Sur. Revelaba también que se fuerza a los internos a memorizar textos comunistas como medio de pagar “la deuda con la sociedad”. La fuente afirma que si no cumplían con la cuota de trabajo virtual, eran reprimidos corporalmente. Debían permanecer “conectados” hasta prácticamente perder la visión del agotamiento.
La cárcel asegura ese clásico quantum de presión sobre el salario real la clase trabajadora y, en China, lo hace en un momento muy importante de su historia: está naciendo su consumo en un pasaje histórico del campo a la ciudad de magnitudes apenas imaginadas para el escritor de un país que —con su total poblacional de 40 millones— apenas si roza la mitad de los 80 millones de militantes del Partido Comunista Chino. Los cuadros del Partido, mientras tanto, no constituyen una burguesía, en su sentido clásico, sino un híbrido de burócrata-manager que utiliza el aparato de estado para saltar a los negocios internacionales, subsumiendo a la burguesía industrial, y generando una estabilidad social basada en la promesa de que todos los chinos alcanzarán “una sociedad relativamente acomodada”, esto es, una invitación roja al banquete de la clase media global. Como hay mucha plata para los universitarios, el pensamiento crítico ni asoma. Para “los subversivos” está la cárcel, el suicidio por sobre-explotación, los blogs, el arte clandestino, la causa del Dalai Lama. Y para los burócratas-managers caídos en la corrupción… Hoteles 5 estrellas.
El 29 de noviembre de 2011, David Brunat escribió un artículo en el sitio de Internet Publico.es llamado “Cárceles chinas de superlujo para funcionarios corruptos del PCCh”. Cuenta que en la ciudad de Suzhou hay un enorme edificio rodeado de frondosos jardines cuyo diseño se inspira en la Casa Blanca. A simple vista, parece otra excentricidad de nuevo millonario. Pero es la prisión de Yancheng donde se miman a los funcionarios del Partido condenados por corrupción. La “ascética” del encierro incluye: habitaciones de 20 metros cuadrados con balcón, oficinas exclusivas, salas de conferencias, bares de lujo para relajarse tomando una copa, canchas de baloncesto, mobiliarios estilo europeo, parques, un río artificial, cuatro comidas al día, provisión de cigarrillos y chocolates, coche privado (pueden ir a dormir a casa), celulares sin restricción, cenas de gala para cerrar negocios… Un portavoz de la prisión referida afirmar que “ese entorno tan confortable puede acelerar la reforma a través del trabajo de los presos”. Mejor, volvamos a Batán.
El 5 de marzo del 2012, un juez marplatense determinó que dentro del penal funcionaban 10 fábricas que sometían a los presos a trabajo esclavo. La nota fue publicada por el diario “Página 12” y ampliada por el propio periodista, autor del artículo, en su weblog personal “Lo que Quedó en el tintero”. El periodista es Horacio Cecchi. La denuncia fue realizada por la “Asociación Pensamiento Penal” y el juez referido es Juan Tapia. El artículo recorre las distintas empresas, en su mayoría PyMES.
Como consecuencia, un fallo de casación ordenó aplicar la ley laboral a los detenidos de la Cárcel de Batán, dos días después de la denuncia de este Polo Industrial Penitenciario: 90 días para ajustarse a las Leyes Laborales (aguinaldo, vacaciones, jubilación, etc); Obligaciones emergentes para adecuar a los internos a los convenios de trabajo; Que se adopten todas las medidas de seguridad e higiene necesarias, almuerzo y cena pertinente; Control e inspección de la Dirección de Salud Penitenciaria de la Provincia de Buenos Aires de la actividad de la empresa que explota el lavadero industrial y los restantes talleres existentes en la Unidad. ¿Cuál es la lógica de lo que sucede tanto en China como en Batán más allá de las anécdotas de la infamia?
En la medida de que el sistema mundial requiere de producción de plusvalor absoluto para reproducir el capital tecnológico diferenciado (que empuja a muchas industrias mano de obra intensivas al precipicio por incapacidad competitiva) todas las consignas, fantasías, prácticas, en suma: todo el poder disciplinario se actualiza.
Ahora bien, si el fracaso es la función política del poder disciplinario para distribuir los ilegalismos y premiar con bonos y cárceles de lujo a los poderosos, ese poder se revela impotente como transformación de una realidad determinada por fuerzas supra-nacionales: se vuelve conservador. Pierde la iniciativa y la primacía sobre el juego social. La conciencia se paraliza, se congela, se petrifica en la ideología. No hay grandes novedades. Todo es “micro-política”. El cúmulo de problemas no cesa de agregarse, unos contra otros. Los poderes se sacan los dientes, unos contra otros. Los políticos contra policía, la policía contra la gendarmería, la gendarmería contra los policías, los jueces contra los gobernadores, los gobernadores contra el poder ejecutivo, el poder ejecutivo contra el jefe de gobierno. El tiempo no para y quedan los testigos del desplazamiento de la cuestión penal mientras miles de causas sin condena se mastican la inocencia, el derecho y hacen colapsar al aparato de justicia.
Entonces, alguien grita: ¡Tecnología! ¡Tecnología! ¡Las nuevas tecnologías! ¡Esa es La Solución!
VII
Conclusiones—. La reforma de la Ley de Ejecución de la Pena —Ley 24.660— incorpora las reformas educativas de la Ley Nacional de Educación —Ley 26.206— mediante un cambio de paradigma que tiende a concebir la educación ya no como un tratamiento —en el sentido psiquiátrico-positivista del Diecinueve— sino como un derecho en la dirección del constitucionalismo social del Estado Benefactor. La opresiva, destructiva, militar y teológicapolítica penal del enemigo re-edita por izquierda la voluntad de resocialización entre la utopía, los derechos humanos, la reducción de daños y el mal menor. Hay que llevar al límite este razonamiento.
Dos sucintos ejercicios de imaginación productiva[13] se imponen: el primero advierte el límite reformista. El segundo, la hipótesis transicional.
Supongamos a todos los presos bien educados, con posibilidades de trabajo y re-inserción para sus estudios terminados. Muchos se vuelven escritores de poemas, sociólogos, psicoanalistas, economistas, actores, criminólogos, abogados, artistas y bailarines de primera talla. Piden perdón y disculpas por los medios masivos de comunicación. Donan parte de sus ganancias a sus otrora víctimas. Hacen trabajo comunitario. Visitan las escuelas públicas dando conferencias de auto-ayuda sobre la posibilidad de “cambiar tu vida”, la necesidad de “proyectar un futuro”, que si hacemos un esfuerzo por “imaginar un destino” y modificar nuestra auto-percepción y resistirnos al rol social que se nos ha impuesto: todo es posible. El hombre se hace a sí mismo y a sí mismo se re-inventa… Si todo eso que suena tan bien y es tan necesario fuera así: ¿Porqué entonces la cárcel? ¿Porqué el capital que solo piensa con egoísmo, dinero y corto plazo va a desarrollar tales maravillas o pagar los impuestos necesarios al estado y a su burocracia para que él lo haga a costa de sus ganancias? ¿Se trata de conquistar una mayor racionalidad o de una fe en la restauración de ese período benefactor que tan poco duró en la historia del capitalismo? ¿Sería la cárcel, en ese utópico capitalismo con rostro humano, una mera necesidad de lavar la culpa neurótica con castigo? ¿No sería un cambio profundo de interpretación del funcionamiento social la modificación misma del texto carcelario?
Las virtudes y prácticas de las experiencias de la política reformista chocan con los despiadados términos del sistema mundial del capital tecnológico. Tal límite es lo que quisimos exponer en este artículo. Mientras se hacen y trabajan reformas, la estrategia exige retomarlas pero bajo el norte de una contra-planificación que, desde las ruinas, vaya recomponiendo el tejido de la vida social.
Si por un momento, nos alejamos de la coyuntura y consideramos que el valor de las experiencias del reformismo —desde las fábricas recuperadas hasta el derecho a la educación universal pasando por la regulación y control del estado a las empresas capitalistas de todo tipo y tamaño– fueran retomadas y desarrolladas, hasta la médula, por una estrategia y política de los propios trabajadores lanzados a su auto-producción en un mundo que ya no asegura empleo a nadie, entonces, quizás, observaríamos cómo los medios de producción, antes abandonados por empresarios ramplones, son ahora puestos en funcionamiento por trabajadores que los recrearán como un medio poderoso de acoplar y actualizar procesos productivos en los segmentos que el capitalismo solo (re) produce ruinas sociales y asistencia. Al proceso de educación promovido por el estado, los trabajadores le reimprimirían un proceso auto-educativo con el fin de hacerse de todos los saberes necesarios que puedan definir la fundación de una nueva política. Así, los trabajadores se prepararían, muy lentamente, dando pasos sucesivos hacia la socialización más importante y decisiva de todas: la socialización de la tecnología que permite la planificación de los sistemas productivos de la vieja sociedad industrial-disciplinaria.
En ese tiempo —bajo esas manos, ese destino— la llamada “formación para el trabajo en prisiones” no brindaría como resultado más plusvalor absoluto para reproducir la jerarquía mundial del poder del capital diferenciado. Esa formación sería auto-formación de los propios trabajadores y constituirá la más digna y estimulante responsabilidad que es la puesta en práctica de ejercicios de auto-gobierno en la mira de una sociedad sin representantes, organizada desde abajo, sin aparato centralizador, sin Partido, sin otro programa que el que a sí mismo se dicte el proceso auto-deliberativo como efecto necesario del proceso educativo auto-formativo, incorporando a los estratos más débiles y postergados por el desarrollo capitalista a una democracia que conquista su apariencia jurídico-institucional en la decisión cotidiana del proceso de producción social.
Desde luego, esa educación como auto-educación funda, en su propia marcha y despliegue —siempre pasible de disolverse, suprimirse y perderse en la nada— una etapa transicional (en coexistencia con el capital y sus instituciones) donde los trabajadores formarán a los trabajadores (presos) ya no para el suplicio del empleo sino para el gobierno directo de lo común.
La eliminación terminal de la prisión no está al caer.
Buenos Aires, 24 de Marzo de 2012
Leonardo Sai
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Links:
· Weblog Nación Apache: www.nacionapache.com.ar
· Weblog Lo que Quedó del tintero. Horacio Cecchi.
· Weblog El Puercoespín.
· Weblog Humano Buenos Aires: www.humanobsas.wordpress.com
· Revista Cultural El Interpretador: www.elinterpretador.net
· Weblog Red Girasoles: Experiencias de bibliotecas en cárceles del Ministerio de Educación de la Nación:www.bibliotecasabiertas.wordpress.com
Diarios:
· The Huffington Post
· The Guardian
· The New Yorker
· Publico.es
[1] Leonardo Sai es escritor, ensayista y autodidacta. Se encuentra culminando el último tramo de sus estudios en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires; Carrera de Sociología. Ha publicado numerosos artículos y ensayos en diversos medios digitales y gráficos. Desde el año 2008 integra el equipo de la Coordinación Nacional de Modalidad “Educación en Contextos de Privación de la Libertad” del Ministerio de Educación Nacional. Todas sus publicaciones pueden consultarse en su weblog personal Escrituras: http://leonardosai.wordpress.com.
[2] El concepto derecho penal del enemigo fue introducido por el profesor Günther Jakobs en un congreso celebrado en Frankfurt, en el año 1985, en el contexto de una reflexión sobre la tendencia en Alemania hacia la “criminalización en el estadio previo a una lesión” del bien jurídicamente tutelado. Jakobs establece, en un primer momento, una separación entre el derecho penal de los ciudadanos y el derecho penal de excepción en la dirección de Carl Schmitt. En un Congreso de Berlín, ya en 1999, la diferenciación se profundiza entre personas (derecho penal del ciudadanos) y no personas(derecho penal del enemigo). Se trata de un derecho penal de peligrosidad: el autor, el enemigo, el que abandona el derecho en forma permanente y no se encauza más. No es un discurso sobre la resocialización sino sobre la eliminación de raíz de lo peligroso. Para Jakobs, una y otra forma de derecho penal —ciudadano y enemigo— se hallan entremezclados en el derecho penal vigente: la declaración abierta del enemigo lo hace menos peligroso para el estado y en un mismo movimiento se desenmascaran ambos. Ya no se trata de ocultar ni de cosificar con maquillaje: se abandona el Estado de Derecho liberal, el derecho penal de culpabilidad liberal y se avanza hacia un Estado de Derecho de la Seguridad, un derecho penal de la seguridad orientado preventivamente y policialmente, a escala global: el derecho penal pierde su medida y límite. Ya no limita al poder punitivo: lo realiza en todo el ámbito social, desdibujándose y volviéndose amorfo. Y, en pos de la defensa de las normas como esencia de la cohesión social, la confianza y las expectativas normales, entrega definitivamente el aparato de justicia a la policía. El derecho penal del enemigo es la destrucción del derecho penal laico como realización plena de un poder punitivo fundamentado en un derecho penal teológico-militar. El enemigo es una amenaza constante: no puede cambiar, no se puede reformar, no tiene conciencia, no tiene capacidad cognitiva. Es peligro. En un sentido genérico, el derecho penal siempre fue “derecho penal del enemigo”. El Veinte lo deja muy claro. Sin embargo, aquí hablamos del sentido específico del derecho penal del enemigo como derecho supra-nacional de excepción en el marco de la acumulación mundial de capital. No hay “enemigo público”. Lo público y lo privado ya no se diferencian: el derecho penal del enemigo es la honestidad como cinismo procedente de la derrota del socialismo. Correlato de la sociedad del control, arquitecto de la “seguridad en la era de la globalización”: la diferencia del derecho penal del enemigo del Veintiuno es una diferencia de grado, de intensidad, de escala. Una diferencia cualitativa.
[4] Defino mentalidad como la confluencia de múltiples causas y condiciones hacia una actitud básica e inicial previa a toda “naturalización”, a todo “sentido común”, a toda “racionalización”. La mentalidad constituye la predisposición a la advenida de nuevos modos y formas de ejercicio del poder, del gobierno de los hombres y de la dominación. La mentalidad, por lo tanto, no es un contenido sino un marco formal que espera ser enunciado.
[5] Por derecho penal laico entiendo el derecho penal de la ilustración que considera que los hombres son responsables de sus actos y solo por sus acciones deben responder ante la Ley. Es laico porque el hombre de este derecho penal no es un ser, esencialmente, malvado (como lo es en elderecho penal teológico o derecho penal del enemigo) sino un ser racional que debe limitar sus impulsos no conscientes mediante el dominio de su propia razón bajo pena de que la sociedad lo someta al orden bajo una razón ajena. El derecho penal laico es, esencialmente, un derecho que busca limitar las pasiones humanas mediante la razón. En ese sentido, busca limitar la venganza del poder punitivo como progreso civilizatorio y conquista de la humanidad del hombre. Derecho penal laico es, entonces, una construcción de tipología ideal en el sentido weberiano que realza la concepción moderna de la filosofía del derecho.
[6] Tampoco se trata de un fenómeno nuevo, salvo para los exegetas ortodoxos de un marxismo de libro. Peter Druker lo observaba con lucidez en 1984: “La alta tecnología en sí es hacedora de empleos para el futuro más que para hoy… La empresa de alta tecnología es la cima de la montaña. Debe estar sustentada por una montaña maciza: con empresas de tecnología intermedia, baja tecnología y sin tecnología llenando la economía y la sociedad. En estos momentos, en Estados Unidos se fundan 600.000 empresas cada año, aproximadamente siete veces más que en los años de gran prosperidad entre 1950 y 1960. Pero apenas un 1,5 por ciento —aproximadamente 10.000 por año— son compañías de alta tecnología. Las restantes 590.000 van desde las sin tecnología —el nuevo restaurante étnico, o la nueva empresa recolectora de residuos, o los servicios de incineradores— hasta empresas de tecnología intermedia como una pequeña fundición robotizada de elementos no ferrosos para usos especiales. No obstante, sin éstas, las empresas de alta tecnología morirían al nacer. No atraerían, por ejemplo, trabajadores de alto calibre. Ante la ausencia de una economía empresaria, los científicos o ingenieros preferirían entonces (como todavía lo hacen en Europa) la seguridad y el prestigio del empleo en la “gran empresa”. Y el negocio de la alta tecnología necesita igualmente empleados administrativos y venderos y gerentes —y ninguno de ellos querría trabajar en empresas nuevas y pequeñas, sean de alta tecnología o no, a menos que tuviera la aprobación general, o que fuera, de hecho, el empleo preferido. Hace treinta años esa gente en Estados Unidos también buscaba la gran compañía ya establecida, o el estado, como oportunidad de empleo o de hacer carrera. El hecho de que ahora estén disponibles para la nueva empresa, pese a sus riesgos e incertidumbre, es posible gracias a nuestra economía empresaria y los empleos que ésta crea. Pero el ímpetu para que esto sucediera no vino de la glamorosa alta tecnología. Vino de una multitud de pocos glamorosos pero desafiantes empleos con oportunidades de hacer carrera en empresas de baja tecnología o de tecnología intermedia totalmente desprovistas de glamour. Son ellas las que forman una economía empresaria sólida. La alta tecnología aporta la imaginación, pero otras firmas aportan el pan de cada día” (Druker, P. 1998, pp 81)
[7] Sai, L. (2005) “Depósitos de carne” en El Interpretador. Sitio web. (http://www.elinterpretador.net/24LeonardoSai-DepositosDeCarne.html)
[8] En una entrevista que realicé a Ricardo Ragendorfer, en ocasión de un artículo para el weblog “Nación Apache” [http://nacionapache.com.ar] el periodista define el poder policial con extraordinaria fuerza sintética del siguiente modo: “Si hablamos desde un punto de vista más global ¿Cómo extirpar de la sociedad a una policía tan jodida? ¿Cómo se reforma una estructura como la bonaerense con 49mil tipos o como la federal con 35mil tipos? Todas estas preguntas intentan ser rápidamente respondidas e intentadas ejecutar por quienes tienen apuros electorales con una visión, una cosmovisión, muy corta. A la corrupción policial siempre se le impone un universo de conjuros que tienen que ver la policialidad del asunto sin contemplar que si existe una policía como la existe es debido a que existe un Estado como éste. En la mayoría de los países que tienen una tradición mafiosa las organizaciones mafiosas que existen en su seno, por lo general, son independientes y autárquicas respecto del Estado. Son mafias porque tienen un grado de enfrentamiento con el Estado. Eso no excluye que en Italia, en Colombia, haya policías corruptos. Pero cuando hay policías corruptos es porque los compró la mafia. Acá es, exactamente, al revés: la policía compra delincuentes. Es una originalidad del país. La otra es que existe una tríada, o sea, la corrupción policial es un emergente de la corrupción política, y de la corrupción judicial. El enorme flujo de dinero que pasa por las arcas de las policías no solo sirven para engrosar los bolsillos de los comisarios ni solo tampoco para financiar los gastos operativos de las fuerzas. Este flujo de dinero sirve, por ejemplo en la provincia de Buenos Aires, para financiar la política: punteros, campañas, intendentes, gobernadores. La justicia depende de la policía hasta para el traslado de detenidos. Dicho en lenguaje judicial: la justicia invierte la carga de la prueba. Si bien la policía tendría que ser un auxiliar de la justicia, funciona a la inversa: la justicia es apenas un auxiliar de la policía”. (Sai, L. 2011, pp215).
[9] El negocio de “La secta del gatillo” es el siguiente: “La extorsión a delincuentes, la comercialización de “botines de guerra”, el “peaje” a comerciantes y narcotraficantes, las regalías de la prostitución y el juego clandestino, el tráfico de expedientes, la venta de cargos y destinos y las nuevas modalidades de secuestros extorsivos reportan, aproximadamente, unos 1200 millones de pesos anuales a las arcas de la institución”(Ragendorfer, R; 2002; pp.52)
[10] En El Salvador la capacidad del sistema carcelario es para poco más de ocho mil interno y contiene 25 mil personas hacinadas, la impunidad asciende al 97%, los presos controlan muchas de las actividades de la prisión, los cronistas observan la situación como una bomba a punta de estallar. En Guatemala las prisiones soportan 8 mil reos y albergan a 25 mil, otro tanto en Honduras con proporciones similares de desmadre. Brasil posee alrededor de 500 mil presos y tiene la tercera población carcelaria más grande del mundo, después de Estados Unidos y China. Desde 1990, el número de presos aumentó un 450% en 20 años y existe un déficit de 200.000 plazas. Se calcula que hay 20.000 presos que deberían ya ser liberados y no lo son por la lentitud del sistema judicial. Brasil tiene 50.000 presos en comisarías que carecen de condiciones mínimas de infraestructura para cumplir con esa función. La tasa de reincidencia es del 70% y la mayoría poblacional son hombres, jóvenes, negros y pobres. En Argentina, las personas privadas de libertad se concentran en la provincia Buenos Aires. A pesar de que, hacia 2012, el Ministro de Justicia afirma estadísticas que revelarían que la situación de sobre-población estaría bajo control, los casos de torturas, muertes físicas y malos tratos se amontonan teniendo en cuenta que la gran mayoría de los presos en la Argentina no tienen condena. Los datos provienen del blog “El Puercoespín” en su post “Americas: los crímenes no se resuelven pero hay cada vez más presos”, reproducidos en el blog “Humano Buenos Aires” el 19 de marzo de 2012 junto con otros artículos de la temática en cuestión. [http://humanobsas.wordpress.com]
[11] Los datos fueron publicados por el diario “The New Yorker” en el artículo “The Caging of America”, reproducidos en el weblog “Humano Buenos Aires” el 19 de Marzo de 2012 junto a otros artículos que refieren a la temática de este artículo. [http://humanobas.wordpress.com]
[12] El artículo “China used prisoners in lucrative internet gaming work: Labour camp detainees endure hard labour by day, online “gold farming” by night”, escrito por Danny Vincent en Beijing, se encuentra en la versión online del diario referido.
[13] Kant define la imaginación productiva del siguiente modo: “La imaginación (facultas imaginandis) o facultad de tener intuiciones sin la presencia del objeto, es ya productiva, esto es, una facultad de representarse originariamente el objeto (exhibitio originaria), que antecede, por tanto, a la experiencia… La productiva, empero, no es por ello precisamente creadora, es decir, no es capaz de producir una representación sensible que no haya sido nunca dada a nuestra facultad de sentir, sino que siempre se puede mostrar la materia con que se produce… Asi pues, aunque la imaginación sea una tan grande artista, e incluso maga, no es creadora, sino que tiene que sacar de los sentidos la materia para sus producciones…” (Kant; 2004; pp 76-78)