Quién es el otro en el mundo multicéntrico y multicultural? ¿Cómo se narran y se cristalizan conceptualmente las diferencias entre quienes integran los grupos cercanos a los poderes y aquellos que circulan por los márgenes de las minorías sin apenas reconocimiento?
Si las líneas que suelen separar el nosotros del ustedes y cierto nosotros de un ellos se trazan a partir de prejuicios implícitos, batallas incompletas, injusticias y mandatos administrativos, pues entonces resulta interesante explorar los rumbos por los que acaso pueda transitar una ética intersubjetiva de dignidad y respeto.
En los escenarios contemporáneos suelen quedar expuestas dos reacciones opuestas al fenómeno del pluralismo cultural y las asimetrías entre los unos y los otros. Por un lado, la mixofobia, el miedo usual a verse involucrado con extranjeros y distintos; por otro, la mixofilia, el agrado de sentirse en un entorno cultural variado y diversificado.
El antropólogo cultural Claude Lévi-Strauss señaló que a lo largo de la historia de la humanidad se emplearon dos estrategias para enfrentar la otredad de los otros: la antropoémica y la antropofágica.
La primera consistió en expulsar a los otros considerados extraños y ajenos, ya sea prohibiendo el contacto físico, el diálogo, el intercambio social y todas las variedades de convivencia. En la actualidad, como ayer, las variantes extremas de esa estrategia son el encarcelamiento, la deportación y el asesinato. Sus formas más refinadas consisten en la separación espacial, los guetos urbanos, el acceso selectivo a espacios y la prohibición de ocuparlos.
La segunda se expresó a través de la ingestión y absorción de cuerpos y espíritus extraños para convertirlos, por medio del metabolismo, en cuerpos y espíritus idénticos, no diferenciables del organismo que los ingirió. Las formas que adoptó esta estrategia fueron desde el canibalismo hasta la asimilación forzosa y coercitiva. Sin embargo, mientras que la primera estrategia procuraba el exilio o la aniquilación de los otros, la segunda se orientaba a la suspensión o la aniquilación de su otredad.
Por su parte, el filósofo Fernando Savater sostuvo que todos los grupos humanos provenimos de innumerables hibridaciones a partir de un remoto monogenismo primordial dispersado por causas medioambientales, hibridaciones múltiples que convierten cualquier proclamación de pureza en un vasto mar de vaguedades.
De modo que la heterofobia, es decir la desconfianza, el miedo y hasta el odio contra los que no pertenecen a nuestro grupo, hunde sus raíces en mecanismos atávicos de socialización, cuando la pertenencia al grupo implicaba ante todo hostilidad frente a quienes no eran de la tribu o no eran como los de la tribu debían ser.
Zygmunt Bauman identificó la heterofobia con la angustia que provoca la sensación de no controlar una situación y no poder, por lo tanto, condicionarla ni tampoco prever las consecuencias de las propias acciones. Puede surgir como una objetivación, ya sea real o irreal, de esa angustia, la que siempre acaba encontrando un objeto al cual aferrarse.
Se trataría de un fenómeno presente en todas las épocas y más aún en la modernidad, cuando abundan las experiencias «sin control» y resulta más plausible atribuirlas a la inoportuna interferencia de extraños; en este caso, a las poblaciones migrantes y a las víctimas de la ausencia de políticas sociales adecuadas en materia de contención territorial localizada.
Los modos en que suelen ser percibidos los miembros de las minorías y sus grupos de pertenencia muestran la ambivalencia de sociedades que, a un mismo tiempo, aceptan pero siempre a condición de que sea a una cierta distancia, a los otros no hegemónicos y diversos en sus orígenes, formación, ideología o prácticas sociales.
Tal cual lo formula Homi K. Bhabha, la «ley de la hospitalidad se dirime en forma perturbadora entre la ética de la invitación incondicional y la política de la interdicción condicional». Esta última, a través de un protocolo informal compuesto por visas, permisos de entrada, fiscalizaciones sanitarias, tribunales y policías.
Sin perjuicio de los controles que se esgriman para tratar de impedirlo, no es probable que los grupos minoritarios, ajenos a las sintonías de los poderes fácticos, dejen de impulsar políticas en pos de su reconocimiento y afirmación.
(*) Juez Penal. Catedrático Unesco
http://www.rionegro.com.ar/diario/el-otro-negativo-1213713-9539-nota.aspx