La sociedad está integrada por distintos colectivos sociales. Por las relaciones de poder que nos atraviesan, algunos ocupan espacios de dominación y otros son sectores históricamente vulnerados: la comunidad LGBT (lésbica, gay, bisexual y trans), los grupos religiosos no cristianos, los y las habitantes provenientes de países limítrofes, los y las afrodescendientes, o quienes forman parte de los pueblos originarios. A estos sectores se les dificulta ejercer plenamente sus derechos, ya que tienden a ser estigmatizados, invisibilizados o bien muchas veces se los asocia con situaciones delictivas.
En ese sentido son socialmente discriminados. Como sostiene el sociólogo Carlos Belvedere, se crea un estereotipo que naturaliza una identidad social mediante la sutura en torno de rasgos particulares a los cuales se les adscriben dogmáticamente como indisociables características negativas que no le son necesarias.
Recientemente, a partir de un asesinato cometido por una persona, el diario La Nación titulaba: “Una travesti disparó 30 tiros en una clínica y mató a una bioquímica”. Asimismo, Télam destacaba: “Una travesti mata a una bioquímica”.
Cabe aclarar que el título de una nota es uno de los lugares más destacados en la construcción de lo que entendemos por “realidad”. Esto se debe a que es el lugar más leído, es donde se categoriza, sintetiza y define la noticia.
Pertenecer a la comunidad trans, dar cuenta del género autopercibido, no es un agravante de delito. Por lo tanto, destacar la elección de género de la autora del delito en el título refuerza la estigmatización del sector social, colocando a las personas trans en el lugar de peligroso. Más aún, como señalábamos anteriormente, cuando se trata de un sector históricamente vulnerado.
En un país de más de 40 millones de habitantes, todos los días se comete algún delito. Pensemos por un segundo qué ocurriría si nuevamente un delito cometido por una persona de la comunidad trans es destacado por los grandes medios de comunicación. Rápidamente se asociaría una situación con la otra y se construiría un discurso profundamente discriminatorio.
Situaciones como ésta se han repetido históricamente en los medios de comunicación. “Condenan a perpetua a un pai umbanda por descuartizar a dos mujeres”, supo leerse en el diario La Nación el año pasado; “Caen colombianos tras persecución y tiroteo”, remarcó Crónica, dando cuenta una y otra vez que las personas pertenecían a colectivos vulnerables.
¿Qué busca este discurso que se cuela en los titulares? ¿Qué subyace en esta manera de describir los hechos? ¿Leímos alguna vez que un crimen se titule “heterosexual mata a una bioquímica” o “cristiano asesinó a su mujer”? Quizá podríamos pensar que un grupo de la sociedad desea que sigan escondiéndose aquellos que se levantan contra los mandatos hegemónicos, buscando que se asocien ciertos grupos con la marginalidad, el delito, ya sea cometiéndolos o siendo víctimas de los mismos simplemente por ser, pero siempre, de una u otra manera, reforzando su característica identitaria por sobre el hecho en sí.
En épocas donde el cambio cultural va, lentamente, detrás de los avances legislativos de ampliación, adquisición y reconocimiento de derechos, se vuelve necesario mirar estos pronunciamientos y no dejarlos pasar. En tiempos donde desde los sindicatos y las fuerzas políticas la “diversidad” gana espacios, agenda y acciones concretas, debemos seguir repensando, participando y militando. Porque lo cultural depende de nuestro hacer, y no podemos permitirnos que las leyes estén tan lejos de lo cotidiano. Hay que exigir por el real cumplimiento de lo obtenido y reflexionar sobre el discurso que se presente en lo dicho, en lo escrito, en lo accionado.
* Referente de UTE Diversidad (Unión de Trabajadores de la Educación) y presidente del colectivo Educación por la Diversidad Todas las Voces.
** Licenciado en Comunicación Social y docente de Comunicación Social y Seguridad Ciudadana en la UNRN.
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-228265-2013-09-04.html