“Ahora que siento que alguien me escucha, me entiende y me mira, cuando estoy sola con mis pensamientos lloro, pero de alegría”, dice Reina Maraz en quechua. Es uno de los pocos momentos en los que esta mujer boliviana, presa hace tres años acusada de matar a su marido, descruza sus brazos e intenta frenar las lágrimas con las manos. En un cuartito de la Unidad Penitenciaria Nº 33 de Los Hornos la intérprete demora en traducir porque también se quiebra y la abraza.
Reina tiene 25 años. La traductora también es boliviana: se llama Frida Rojas y la duplica en edad. Se conocieron el año pasado cuando la Comisión Provincial por la Memoria propuso que Frida se convirtiera en la intérprete oficial de la causa. Reina ya había firmado papeles y escuchado lecturas incomprensibles en boca de operadores judiciales. Las palabras eran jeroglíficos. En la Asesoría Pericial del Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires sólo hay traductores de los idiomas convencionales. No cuentan con expertos de lenguas originarias.
— Mana imatapas unanchani —dijo Reina en la primera entrevista con la intérprete.
—Dice que no entiende nada —tradujo Frida.
Reina se crió en Avichuca, una comunidad ki-chwua de Bolivia que aparece solo en algunos mapas. Un pueblo “dónde no pasan los autos, dónde se cocina en el fuego a leña”, según lo describe ella misma. En 2009, su marido, Limber Santos, le propuso venir a Argentina con sus dos “guaguas”, que en ese momento tenían dos y cuatro años. Reina no quería. Vinieron igual y se instalaron en la casa de la hermana de Limber, en Villa Soldati. La cuñada de Reina retenía toda la documentación de la familia.
Cada vez que Limber tomaba alcohol, le pegaba. Reina no manejaba dinero. Aunque quería mandar a sus hijos a la escuela, el marido no la dejaba. Un día Limber la golpeó durante ocho horas seguidas. Los familiares tuvieron que encerrarla en un cuarto para ponerle pausa a la violencia. Reina escapó con sus hijos a la localidad de Moreno. Al poco tiempo, volvió y se mudaron a Florencio Varela. El hombre trabajaba apilando ladrillos y ella lo ayudaba. El maltrato no frenó.
Según la causa judicial el hombre apareció asesinado a puñaladas y enterrado en las cercanías de la casa que compartían. Ella no habla del crimen. Hay una elipsis entre la vida en el conurbano bonaerense y su detención en una comisaría de Quilmes. Su voz sobre los hechos tampoco aparece en el expediente judicial. Gran parte de las pruebas de la causa se basan en el testimonio de familiares, vecinos y, en la balanza, el peso se lo lleva la versión policial.
El expediente fue caratulado como “homicidio agravado por el concurso premeditado de dos o más personas”. Para la Justicia, Reina mató al marido en complicidad con otro vecino, “Tito” Vilca Ortiz. El hombre estuvo detenido en la Unidad Penitenciaria de Florencio Varela pero falleció por cirrosis meses atrás. Reina solo dice que el marido la entregaba a este vecino como moneda de cambio cuando tenía deudas.
Primero estuvo 7 meses detenida en una comisaría. “Estaba en un cuarto encerrada. Me pasaban la comida por una ventanita. Yo intentaba decirles que mi panza estaba creciendo pero ellos no me entendían. Pensaba: no está bien que esté con mi guagua en este lugar”, traduce Frida.
Ya en el penal de Los Hornos, nacería Abigail, hoy de dos años. Cuando nació, no le hablaba en quechua: no quería que le pasara lo mismo que a ella. Comenzó a comunicarse con su hija con la ayuda de una psicóloga que hacía el esfuerzo de comprenderla.
A su hijo más grande no lo ve hace tres años. Hace poco cumplió 8. “Ese día mis pensamientos estaban en su cumpleaños. No comí. No fui a la escuela. No pude hacer nada. Yo nunca me separé de mis hijos” dice Reina en su lengua. El chico quedó al resguardo de la familia de su marido y no sabe nada de él. Solo tiene contacto con el más chico que está en Bolivia con sus abuelos.
En la cárcel, Reina conoció dos cosas que signarían todos sus días de encierro: el silencio y la mirada de las demás presas. “Aunque no entiendo lo que dicen siento sus miradas de odio”, dice.
Ya en el penal de Los Hornos, mientras trabajaba en la huerta, conoció a Marina, otra mujer quechua parlante detenida. Pudo contarle cómo la habían ayudado desde la CPM. Así aparecieron más historias. En un penal donde hay más de 200 internas, las Reinas se multiplicaron por cuatro.
Frida Rojas, la intérprete, da talleres de panadería y gastronomía en una escuela de Flores. Es la primera vez que trabaja traduciendo a una paisana en un proceso judicial. “No lo hago por dinero. Lo hago por ayñi”, dice.
El ayñi es un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros de las comunidades quechua y aymara. Significa: «Hoy por ti, mañana por mí».
Recién en abril de este año Reina tuvo la posibilidad de una primera declaración ante el TOC Nº1 de Quilmes. Un año atrás, el Juzgado de Garantías Nro. 6 de Quilmes, a cargo de Diego Agüero, declaró como nula la única audiencia en la que había declarado.
El juicio oral será en marzo del 2014. En el penal, Reina asiste a la escuela y aprende, de a poco, español. Cuando se despide de Frida, le dice una de las pocas palabras que sabe en español: gracias.