Hace tres años que a John Wilson —nombre ficticio— no le permiten relacionarse normalmente con otros seres humanos.
Desde mediados de 2009, este recluso de 30 años pasa casi 24 horas al día, todos los días, en una pequeña celda sin ventanas de una Unidad de Régimen Especial del Complejo Penitenciario Estatal de Arizona.
La celda, que mide poco más de siete metros cuadrados, tiene una cama de metal, una mesa, un taburete y un inodoro. La única luz natural y el aire proceden de un pequeño tragaluz situado en una zona central más allá de los niveles de las celdas; estas condiciones están especialmente diseñadas para reducir la estimulación visual y ambiental.
John no puede trabajar ni participar en actividades comunes, y toma todas las comidas en su celda. El contacto con otros reclusos se limita a las conversaciones a gritos que mantiene con los que están en las celdas próximas.
Sólo se le permite salir de su celda tres veces a la semana, durante dos horas como máximo cada vez, para ducharse y hacer ejercicio solo en un pequeño patio cubierto por una malla metálica que rara vez deja pasar la luz del sol.
Primero, unos guardias que llevan guantes gruesos le hacen un registro corporal sin ropa y le ponen grilletes en muñecas y tobillos. Este es el único contacto físico que tiene. Hasta las visitas de familiares y amigos se hacen detrás de una mampara de vidrio.
John sufre problemas graves de salud mental. Desde 2009 ha sido sometido a “vigilancia contra suicidios” en numerosas ocasiones, pero apenas ha recibido ayuda psiquiátrica.
Cuando tiene una sesión con un especialista en salud mental, éste está al otro lado de la puerta de la celda, y el personal y los demás reclusos pueden oír la conversación.
Tampoco ha recibido atención médica alguna por las infecciones de la piel derivadas de la ausencia de higiene adecuada en un edificio donde hay comida, orina y heces pegados en algunas paredes.
Cuando cumpla su condena, le darán 50 dólares y una tarjeta de identidad, y se espera que pase directamente del aislamiento a la sociedad.
Creados para un determinado fin
John es uno de los más de 2.000 hombres sometidos a régimen de aislamiento en una de las dos Unidades de Régimen Especial de Arizona. Esta cifra significa que más de uno de cada 20 reclusos de la población penitenciaria total está en dicho régimen.
De estos 2.000 hombres, 124 están condenados a muerte y 14 tienen entre 14 y 17 años.
Según las estadísticas oficiales, el 35% de los presos en régimen de aislamiento fueron encarcelados por delitos no violentos, como delitos relacionados con las drogas y robos.
Arizona cuenta con más internos en régimen de aislamiento que muchos de los demás estados de Estados Unidos; y Estados Unidos tiene más reclusos en este régimen que ningún otro país del mundo.
Las condiciones de las unidades de aislamiento de Arizona son tan duras, especialmente para los reclusos que padecen enfermedades mentales, que el 28 de marzo de 2012 Amnistía Internacional escribió a Charles Ryan, director del Departamento de Prisiones de Arizona, para pedir que se impusiera este régimen sólo como último recurso y durante periodos breves de tiempo. La organización ha solicitado asimismo que no se someta a aislamiento a los menores ni a las personas con enfermedades mentales.
Una delegación de la organización de derechos humanos viajó a Arizona en 2011 y habló con abogados y defensores de los derechos de los presos, así como con familiares y amigos de los reclusos confinados en estas unidades. Pero el Departamento de Prisiones de Arizona denegó la solicitud de visitar las Unidades de Régimen Especial y, pese a los reiterados intentos de Amnistía Internacional de concertar una reunión para hablar de sus motivos de preocupación, el Departamento declinó reunirse con la delegación.
En marzo de 2012, un equipo jurídico encabezado por las organizaciones Unión Estadounidense para la Defensa de las Libertades Civiles y Bufete Penitenciario presentó una demanda contra el Departamento de Prisiones de Arizona alegando que los presos bajo su custodia recibían una atención médica y de salud mental totalmente inadecuada.
“El régimen de aislamiento durante periodos largos de tiempo es totalmente inhumano —afirmó Angela Wright, investigadora sobre Estados Unidos de Amnistía Internacional—. Todo, desde las celdas hasta la ausencia de atención médica y de oportunidades para la rehabilitación, parece expresamente concebido para deshumanizar a los presos.”
“El aislamiento sólo debe emplearse como último recurso y durante periodos breves. Nunca debe imponerse a menores o a reclusos con enfermedades mentales.”
Daños a largo plazo
Varias organizaciones de derechos humanos, incluida Amnistía Internacional, y la ONU han afirmado que las condiciones de las Unidades de Régimen Especial vulneran las normas internacionales.
Según las estadísticas oficiales, en marzo de 2011 un tercio de los reclusos en régimen de aislamiento recibían tratamiento de salud mental y casi el 4% estaban considerados enfermos mentales graves.
Estudios y datos de diversas fuentes revelan que los suicidios son más frecuentes en las unidades de aislamiento que entre la población penitenciaria en general.
Entre octubre de 2005 y abril de 2011, hubo al menos 43 suicidios en las prisiones para adultos de Arizona. De los 37 casos de los que Amnistía Internacional obtuvo información, 23 ocurrieron en unidades de aislamiento.
Según las autoridades penitenciarias, los problemas existentes en las Unidades de Régimen Especial se deben a la falta de recursos. No obstante, hay datos que indican que un cambio de enfoque mejoraría la conducta de los internos.
La crisis económica
Varios estados de Estados Unidos han reducido recientemente el número de reclusos confinados en unidades de supermáxima seguridad o clausurado totalmente las unidades de aislamiento prolongado.
En 2007, las autoridades del estado de Misisipi introdujeron cambios para reducir un 80% la cifra de reclusos en régimen de aislamiento: transformaron la unidad de segregación prolongada para permitir la realización de actividades de grupo y, con el tiempo, la integración de los internos segregados 23 horas al día en la población penitenciaria general.
Los cabecillas de bandas que permanecieron en aislamiento también tuvieron oportunidades para relacionarse con otras personas, y los reclusos con enfermedades mentales graves recibieron terapia en grupos pequeños y acceso a un programa de rehabilitación paulatina. La unidad fue clausurada totalmente en 2010.
Los cambios se tradujeron en mejoras significativas en la conducta de los presos y en una disminución de la violencia y del uso de la fuerza por parte del personal.
No obstante, el hecho es que Estados Unidos, que cuenta con una de las mayores poblaciones penitenciarias del mundo, sigue sometiendo a decenas de miles de reclusos al régimen de aislamiento; más que ningún otro país del mundo. Esta política ha de cambiar.