Ante todo nuestras disculpas por la falta de updates los últimos días. Baste decir que África no es el sudeste asiático, y que allá hasta el último sucucho inmundo (literalmente, como es el caso de Camboya) tiene wi-fi, y que acá llama la atención que no haya en hoteles o aeropuertos, o que se corte la que hay en algunos lugares. Igual seguimos firmes junto al pueblo, como Crónica TV.
El bienamado Derek nos llevó a través de la maraña de alambres de púa electrificados -nos cuentan que en Sudáfrica dicen que por cada línea de alambre de púa electrificado, es que en la propiedad hay un millón que proteger- hacia escenarios de la historia viva de Sudáfrica, con imágenes e historias que se quedan dando vuelta en la cabeza.
Primera parada: Constitution Hill. En la época del apartheid era la cárcel donde metían a los que tenían la peregrina idea de que los blancos no eran superiores a los negros, habrase visto. Uno pensaría que las cárceles de los franceses en Vietnam o de Batista en Cuba llegaban al máximo extremo de crueldad, pero siempre hay espacio para el asombro: desde una dieta diferenciada, para desnutrir y matar de hambre a los negros, o los abusos sexuales a los que sometian a los líderes políticos, hasta los pozos infestados de tifus y disentería, pasando por aislamiento solitario 23 horas por día… lo que ustedes se imaginen, pero peor.
Estuvimos en la celda de Mandela, y en la cárcel de al lado (de mujeres) de su esposa Winnie. Pero lo que nos sorprendió fue enterarnos de que otro ilustre beneficiado de la hospitalidad inglesa allí mismo fue Mahatma Gandhi. Sí, llegó a Sudáfrica en 1893, a los 24 años, ya recibido de abogado, para defender a los comerciantes indios que tenían “temitas” legales, probablemente por ser de la raza y religión equivocada.
Hay bastante sobre su estancia en Sudáfrica, pero lo interesante fue enterarnos que desarrolló y refinó tanto su teoría política (la resistencia pasiva) como filosófica (Satyagraha) aquí y no en la India. Hay una cita muy emocionante de él que dice “Fue sólo luego de ir a Sudáfrica que me convertí en lo que soy. Mi amor por Sudáfrica y sus problemas no son menores a mi amor por la India.” Vimos su uniforme de preso, su máquina de escribir, sus escritos. Un grosso.
Volviendo a los presos negros, sus encantadores carceleros blancos les hacían creen a los más supersticiosos que en una celda de aislamiento (la 3) había un fantasma, y entonces tenían ataques de pánico (además de las 23 horas encerrados por día durante un año entero, con una taza de arroz cada 24 horas). Los presos, algunos de ellos de espíritu indomable, hacían obras de arte con lo que encontraban, para poder salir de allí (aunque fuera mentalmente) un ratito. Desarrollaron una técnica asombrosa de esculturas con frazadas, y papel maché con papel higiénico. Si uno no lo ve no lo cree, que después de tanta tortura hayan podido hacer algo así.
El edificio anexo, el de la cárcel de mujeres, tiene un catálogo de crueldades similar en el que no voy a ahondar, pero lo meritorio es que lo han convertido en un centro de salud para mujeres, atención a mujeres golpeadas, consejos de reproducción responsable, atención a mujeres con HIV, etc. Y de postre, y la razón por la que el lugar se llama hoy Constitution Hill, es que eligieron esas cárceles para proclamar su nueva Constitución y albergar a la Corte Constitucional, que funciona allí todavía, y es responsable de fallos señeros en la legislación del país, como la abolición de la pena de muerte, el matrimonio igualitario, derecho a la vivienda y a la salud universal.
Luego de un rico (aunque escaso) almuerzo, el paciente Derek nos alcanzó a otro complejo cultural, esta vez en una vieja terminal de tren reciclada. Charlamos con un jazzero de bronce (ver foto), aprendimos de los males de la privatización, la solidaridad pan-africana, y otras yerbas mate, como Cruz de Malta o La Merced.
Después de tamaña panzada de conocimiento cultural, la nota de color: saliendo del museo había un grupo de docentes organizando un torneo de fútbol intercolegial, y como soy colega me acerqué a hablarles. A los cinco minutos nos habían regalado tres banderas de Sudáfrica (una grande y dos chicas) y dos mega-vuvuzelas, que aprendí a tocar con bastante éxito (en mi opinión, en la de Jackie podría haber trabajado de torturador en las cárceles de Constitution Hill).
Nos tiramos afuera a disfrutar del sol y escuchar música. La noche terminó con una tradicional cena judía de Shabat de 26 personas en la casa de nuestra familia amiga. Intenté comer poco pero no tuve mucho éxito, ni lo lamento. Un renuncio habrá también tenido Mandela en su camino…
Muchas gracias a todos por el interés, los comments, y los mails. Abrazos, y aquí van las fotos.