Los incidentes protagonizados por un grupo menor durante la multitudinaria marcha contra el Código de Faltas (conocida como “Marcha de la Gorra”) han tenido alguna trascendencia en los medios y –a mi juicio– han provocado no pocos perjuicios simbólicos para las víctimas de los abusos policiales que provoca la figura legal de merodeo.
Este es un tema crítico del mentado código, que permite a un oficial de policía disponer de la libertad de alguien por considerarlo sospechoso –“merodeador”–y detenerlo sin concurso de juez ni abogado durante 48 horas para “averiguación de antecedentes”.
Las cosas como son…
Por una parte es necesario repudiar –como lo han hecho claramente los organizadores de la marcha– el accionar de los que provocaron los incidentes que, además de violar la ley, no han respetado las consignas explicitadas desde la organización y, con su actitud, perjudican a los mismos que dicen querer defender, con lo cual ponen su propia agenda de resentimientos por encima de los objetivos de la marcha misma.
Esas personas, al hacer lo que hicieron, desprestigian a los miles que se manifestaron de forma pacífica. Además, con su accionar, han sido funcionales para que muchos confirmen sus prejuicios contra los jóvenes de sectores populares que son una y otra vez estigmatizados.
Los grupos que realizaron las pintadas y las agresiones hicieron un flaquísimo favor a la causa que en principio decían defender. Ayudaron a distraer el tema central y dieron excusas para confirmar prejuicios sociales atávicos.
Esos prejuicios que se escuchan larvadamente en algunos medios periodísticos y otras veces de manera no tan larvada en blogs y expresiones callejeras (son “choros”, “vagos”, “no quieren laburar”).
Los prejuicios, ya se sabe, son miopes, y por eso no dejan ver cosas fundamentales como –por poner un ejemplo– que quienes venden La Luciérnaga son jóvenes que, al optar por salir a la calle a vender una revista, es decir a trabajar, ya le han dicho que no a una larga serie de atajos para mal vivir: le han dicho que no al robo, a la venta de droga, a la vida fácil y a otros “negocios” oscuros que están al alcance de la mano en muchos casos.
Hay mucho mérito detrás de esos chalecos rojos que ofrecen una revista que es mucho más que una revista. Pero la miopía no ve eso. Sólo ve potenciales “criminales” de los que hay que cuidarse.
Una distracción
Sin embargo, el problema mayor es que toda esta discusión y “escándalo” por los hechos negativos de la marcha distrae la discusión sobre el problema central: el debate sobre la exclusión social que sufren numerosos jóvenes y –como un tema conectado a este– la necesidad de revisar y derogar la figura del merodeo, al menos en su forma actual.
Forma que, en su práctica, termina criminalizando a jóvenes de un determinado sector social y que proporciona herramientas represivas sin el debido control judicial a las fuerzas del orden.
Además, cristaliza en su praxis un prejuicio social: los que tienen apariencia de provenir de de terminado sector social por su cara, su forma de vestir o sus costumbres son potenciales sospechosos. Y en esto no sólo la sociedad tiene responsabilidad.
El Estado tiene aquí una responsabilidad fundamental. La comisión creada en la Legislatura para revisar el Código de Faltas ha tenido una actividad exasperadamente exigua. Y nada hace prever mejoras antes de final de año.
Por otra parte, las políticas de inclusión social no son suficientemente efectivas y, así, numerosos jóvenes ven naufragar posibilidades de inclusión y equidad porque no pueden conseguir trabajo, no logran terminar la escuela y son mirados como sospechosos en cuanto pisan el centro de la ciudad.
Por eso, pasado el fervor de la marcha, la discusión debería volver a girar sobre las cuestiones fundamentales planteadas por esa manifestación multitudinaria: la estigmatización social de los pobres, la falta de oportunidades equitativas y la exclusión. Sobre estos temas –Estado y sociedad–, aún tenemos u n largo camino que recorrer.
*Rector de la Universidad Católica de Córdoba
http://www.lavoz.com.ar/opinion/la-discusion-principal-es-otra