Uno del público le gritó: “¡Traidor!”. Un grupito lo siguió. Luiz Inácio Lula da Silva los miraba desde el escenario, serio, muy serio. Y escuchó desde otro sector: “Lula guerrero/ do povo brasilero”. Entonces desprendió el micrófono de su soporte y empezó a caminar rápido, casi como Mick Jagger. Fue un momento intenso del Foro Mundial de los Derechos Humanos que sesionó con miles de personas y cientos de paneles, entre protestas y alegrías, con clima de controversia y debate.
Cuando Lula intervino en el Foro, el jueves por la tarde, ya aparecían con nitidez dos temas. Uno, el papel de las policías de los Estados, que en la Argentina se llaman provincias. Otro, las reivindicaciones de pueblos originarios por sus tierras. Las protestas contra Lula partieron de un grupo del segundo sector. En Brasil se habla de indios y no de pueblos originarios, así como se habla de negros y no de afrobrasileños. Sin vueltas.
Lula entró de lleno en la discusión porque antes que él la presidenta Dilma Rousseff había sido blanco de una protesta de una parte del público por los mismos dos temas.
Dilma recibió los gritos luego de entregar los premios a los derechos humanos. Uno de los que recibió el premio fue Julio Jacobo, un porteño de Flores Sur que desde Flacso-Brasil investiga sobre seguridad pública y los niveles altos de victimización de pobres y negros. Otra de las premiadas fue Debora María da Silva, madre de un chico asesinado en 2006, durante un tiroteo cruzado entre dos instituciones policiales. “Si tenemos una policía militarizada, la democracia es falsa”, afirmó con voz fuerte. “La bala acertó en el corazón de mi hijo, pero no me sacó el compromiso de luchar por este país.” Y cerró así: “Se conmemora el fin de la dictadura militar y se olvidaron de comunicarle a la policía que la dictadura terminó”. La dictadura gobernó de 1964 a 1985, durante 21 años ininterrumpidos.
Policías
En Brasil, como en la Argentina, cada estado tiene su policía. Sólo que en Brasil la policía de cada estado se llama Policía Militar. El jefe depende del gobernador del estado, pero antes debe ser aprobado por las Fuerzas Armadas.
Los dos aspectos crean un doble problema.
Por un lado, la referencia originaria a las fuerzas armadas vertebra policías no verticales sino militarizadas en las que ni siquiera los propios agentes tienen forma de defender sus derechos como ciudadanos.
Por otro lado, la fuerte dependencia de los gobernadores hace que el gobierno nacional carezca de instrumentos de mando y control.
La estructura política de Brasil añade otro problema más a los dos anteriores: muchos gobernadores pertenecen al Partido del Movimiento Democrático Brasileño, que en rigor es una constelación de fuerzas estaduales. El PMDB es el aliado de centro o de centroderecha (depende del caso y del Estado) de la coalición de gobierno que a nivel nacional dirige el Partido de los Trabajadores de Lula y Dilma. No sólo es un aliado a nivel de gobernaciones. También, o sobre todo, en el Congreso nacional.
Dilma, entonces, como Lula antes, no sólo tiene un límite de jurisdicción sino político. El avance sobre los gobernadores o los estados es parte de una ecuación donde además de la Constitución hay márgenes que dicta la política. En esa ecuación, diluirse en aliados incómodos, entraña el peligro de perder identidad y perder aliados acerca el riesgo de diluir las posibilidades de gobernar el proceso de cambio que sacó de la pobreza a 40 millones de brasileños en los últimos diez años.
“En el Congreso nacional no podemos hacer lo que queremos”, dijo Lula. “Hay algo que se llama correlación de fuerzas. Hay que negociar.”
El equilibrio no impide movidas como la que protagonizó en el mismo Foro la ministra de Derechos Humanos, Maria do Rosario Nunes. “El mundo todavía discute la pena de muerte, que no debería existir más”, dijo. Y se preguntó: “¿No deberíamos reaccionar porque hay una pena de muerte no declarada en los barrios periféricos de Brasil?”. La propia ministra dijo: “Las democracias también precisan democratizarse. El acceso a la Justicia es fundamental en un país donde mueren proporcionalmente muchos más negros que blancos. Un 82 por ciento más. El racismo es parte de la estructura más profunda de una sociedad que fue esclavista. La democracia racial no fue asumida y es una marca profunda”.
Cuando entró una batucada mientras pronunciaba su discurso, la ministra los miró y dijo que “Brasil cree en la democracia y el diálogo como principio”. También recordó que “en Brasil las violaciones a los derechos humanos no pasan desapercibidas para nosotros en el Estado” y que “en las manifestaciones de junio aquí hubo una presidenta que no reaccionó con intolerancia”.
En junio manifestantes que se concentraron primero en San Pablo y luego en Río de Janeiro y las principales ciudades contra la precariedad del transporte público y en algunos Estados fueron reprimidos con ferocidad. La presidenta dijo que había que escuchar las protestas y los convocó a dialogar en el Planalto, la casa de gobierno de Brasilia.
Dilma llegó al Foro después de haber viajado a Sudáfrica para los funerales de Nelson Mandela. Mencionó su nombre: “Mandela nos remite al derecho de resistencia la opresión, y también a la capacidad de un líder de construir un país libre del racismo y la opresión”. Dijo que con el plan Más Médicos el gobierno “lleva atención sanitaria a las periferias”, mientras “enfrentamos la violencia contra los jóvenes, sobre todo negros y pobres”.
Pablo Gentili, el secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales a quien agradecieron Nunes y Lula, habló en nombre de los organizadores del Foro.
En uno de los tramos mencionó el asesinato de Kevin Molina, el chiquito de 9 años que en septiembre murió asesinado mientras trataba de guarecerse en la cocina de su casa en Villa Zavaleta durante un tiroteo. “Cierren los ojos y piensen que el chico que está debajo de la mesa, entre los tiros, es nuestro hijo”, pidió Gentili. “Tiene angustia, miedo. ¿No sentimos un vacío? La defensa de los derechos humanos presupone esa sensación de indignación. Si no estamos en condiciones de pensar que es nuestro hijo no estaremos en condiciones de de-sarrollar los derechos humanos. Pero de la indignación hay que fabricar reflexión y desarrollar estrategias y políticas públicas.”
Sin papeles
Cuando Lula llegó al Centro de Convenciones, sus colaboradores ya le habían informado que podría recibir chiflidos o gritos. Por eso subió al escenario, miró fijo a los que lo insultaron y dijo que tiraría el discurso que traía escrito. En verdad, Lula lo hizo muchas veces. Cuando era presidente a menudo comenzaba leyendo y después improvisaba. En el Foro, en cambio, pareció decidir que el gesto de arrojar los papeles fuera ostensible. Lo hizo, lo dijo y tras mirar a los que gritaban gritó él mismo, micrófono en mano: “Si hay algo que no me asusta es la protesta. En la década del ’80 y del ’90 nadie protestó más que yo, y los trabajadores enfrentaron a la policía. Luchamos duramente por la democracia. Los gobernantes debemos tener conciencia de que la democracia permitió que un indio llegara a la presidencia de Bolivia, un negro a la presidencia de los Estados Unidos, un tornero a la presidencia de Brasil y una torturada por la dictadura a la presidencia de este país. Me enorgullezco de haber sido electo presidente después de tres derrotas. Muchos querían que desistiera, pero yo quería probar a la elite brasileña que un tornero mecánico sin título universitario podía ser presidente de la república y fundar más universidades que cualquier otro”.
Lula se metió con la historia. “En 1550 Perú ya tenía su primera universidad. Brasil, recién en 1930. Casi 400 años después. Hoy pasa que nunca tuvimos tanta gente de la periferia, tantos negros estudiando en este país. El 50 por ciento de los alumnos de la Universidad Federal del ABC, que acaba de darme el doctorado Honoris Causa, son de la periferia. Esto se llama derechos humanos. Dar al pobre el derecho de ser ingeniero, de ser diplomático, de discutir el mercado de trabajo en igualdad de condiciones. Cuántos de ustedes vinieron en avión… Antes para estos foros sólo viajábamos en ómnibus y dormíamos en colchones en la calle.”
Narró que la primera vez que vio a Mandela “entendí que la gente no estaba contenta de que todos hubieran salido de la pobreza, porque eso no había pasado, sino porque el pueblo sentía que Mandela había recuperado la dignidad de los negros”.
En su propia opinión, la mejor herencia que dejó fueron las conferencias nacionales para debatir temas. “Me decían que no fuera a la LGTB. Fui. Traté con respeto y me trataron con respeto.”
“¿Si es poco? Sí, claro, yo sé que es poco. ¿Pero también quieren saber, como lo experimenté en mi propia vida, lo que es buscar agua en un cubo, cómo es estar sin comer, cómo es levantarse con bichos en la cama? Pregúntenme a mí.”