Rebeca entró a su casa con una blusa roja, hizo un gesto con la mano hacia la calle y después desapareció. Había muerto tres días antes y durante el entierro, los ayoréode le habían amarrado a una cinta roja al pie. Con ese sortilegio se aseguraron de que el alma de la muchacha volvería para llevar al culpable de su muerte hasta el seno de la comunidad. Cuando la vieron volver así, supieron que la cinta había surtido efecto.
Antes de su muerte, Rebeca Cutamurajai Etacore, de catorce años, había asistido a un taller sobre seguridad para trabajadoras sexuales. Ya entonces tenía señales de violencia en el cuello, pero nadie habló del tema. En la comunidad ayorea Degüi, del barrio Bolívar de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, dicen que el presagio llegó dos semanas antes. El sueño maligno fue contado de boca en boca y el temor de una amenaza se instaló. Los malos augurios no tardaron en cumplirse.
Angélica Picanerai Chiqueno fue la última en ver con vida a Rebeca o ‘Corea’, como la nombran todos. A eso de las 23:00 del 2 de diciembre, con un calor que bordeaba los 40 grados centígrados, Angélica y Rebeca se sentaron en una acera de la avenida que pasa por la puerta de la comunidad. Un taxi blanco paró cerca de ellas. Desde la vagoneta con parrilla, el chofer llamó a Rebeca. Ambas se acercaron.
El hombre del taxi hablaba con una bola de coca en la boca.
-¿Es tu hija? -le preguntó a Angélica. Señalaba a Rebeca. Angélica, que tiene 23 años, dijo que era su amiga.
-¿Quieren cenar? ¿Quieren una soda?
Las dos subieron al asiento trasero, pero el hombre le pidió a Angélica que se quedara.
-Pronto te devuelvo a tu amiga -dijo.
Angélica esperó a Rebeca hasta la medianoche. Como ella no regresó, se fue a dormir. Recién volvió a verla al día siguiente, en la morgue del Hospital San Juan de Dios. Pasado el mediodía con la abuela y la madre de Rebeca fueron hasta allí, alertadas por las noticias del hallazgo de un cadáver con características de la joven: delgada, de cabello largo y negro y un tatuaje en forma de corazón en el hombro derecho. Había sido encontrado a las 7:00, entre la hierba de un terreno en la urbanización Santa Cruz, por la doble vía a La Guardia. Mientras esperaban a la Policía, los vecinos cubrieron su cuerpo desnudo con bolsas de yute.
El informe forense precisó que la causa de la muerte fue una asfixia mecánica por estrangulación y politraumatismo. Las señales de violencia se concentraban en el rostro y en la cabeza. Un delgado surco marcaba su cuello. Sus manos estaban cruzadas, en actitud de protección, sobre su vientre. En su pecho y en los brazos había manchas secas de ‘clefa’, el pegamento de uso común entre varios miembros de esta comunidad como droga inhalante.
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A casi tres meses de la muerte de Rebeca, los ayoréode evitan hablar del asunto. En el espíritu de este pueblo de origen nómada y selvático, persiste la convicción de seguir el camino dejando atrás a los débiles, a los enfermos y a los muertos, pese a que ahora tienen una vida sedentaria en la ciudad.
Una de las pocas que habla es la profesora Silvia Achipa, que no es ayorea, pero vive con ellos hace cinco años. Achipa adornó el vestido de reina del Carnaval que lució Rebeca el año pasado. Para entonces, recuerda, ya se notaban las marcas destructivas del vicio: había enflaquecido y estaba demacrada. Quizá tuvieron esa misma impresión los policías que recogieron su cuerpo. Los primeros partes decían que se trata de una mujer de 30.
Lenny Rodríguez trabaja con la comunidad ayorea con proyectos de Apoyo para el campesino-indígena del oriente boliviano (Apcob). Recuerda a Rebeca como a una líder, la alumna abanderada del colegio Juana Degüi que no pudo escapar del sino que persigue a las adolescentes de su comunidad. En la cultura ayorea, explica Rodríguez, las mujeres toman la iniciativa sexual y no está mal visto que tengan relaciones antes de una pareja definitiva. Y al llegar a la ciudad, hace más de 50 años, las relaciones ocasionales dejaron de ser exclusivas con hombres de su cultura.
La antropóloga Irene Roca asegura que las principales fuentes de ingreso económico para los ayoréode en la ciudad son la prostitución y la mendicidad. Las jóvenes, afirman ambas profesionales, trabajan en total inseguridad y retornan golpeadas, pateadas, con cortes y asaltadas. Varias de ellas sufren anemia y problemas renales y hepáticos por el consumo de drogas como la ‘clefa’ y la pasta base.
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Isaac Chiqueno, dirigente de los ayoreóde y la abuela de Rebeca, doña Dina, recuerdan que la joven volvió vestida con una “blusita roja” tres días después de su muerte, cumpliendo el pedido que le habían hecho al atarle la cinta roja en el pie. Ambos señalan hacia la entrada de la comunidad, en dirección a un poste que está cerca de la puerta principal. Allí, dicen, se quedó esperando el asesino.
El 6 de diciembre, a las 0:10, una llamada telefónica alertó a la Policía de un posible linchamiento. El hecho ocurría en las puertas del barrio ayoreo. Franz Beltrán Durán había sido golpeado y atado a un poste y, según el informe policial, al menos unas 100 personas lo rodeaban, amenazándolo con quemarlo vivo mientras lo acusaban de ser el violador y asesino de Rebeca.
Con la presencia de la policía, los golpes y los gritos cesaron. El informe policial explica que las mujeres ayoreóde entregaron a Beltrán, que tenía varias heridas en la cabeza y el cuerpo. El hombre fue detenido de inmediato y se convirtió en el principal sospechoso del caso. Ese mismo día, al final de la tarde, el Ministerio Público dictó su detención preventiva y fue trasladado a la cárcel de Palmasola.
Para Isaac Chiqueno y su comunidad, el caso está resuelto. El fiscal Saúl Rosales también lo considera prácticamente esclarecido. Los ayoréode, dice, reconocieron al culpable y es importante confiar en su versión. Lo mismo opina la defensora de la Niñez y Adolescencia, Rossi Valencia.
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Franz Beltrán Durán dijo que había conocido a la muchacha dos meses y medio antes y que, previo pago, mantuvo relaciones con ella dos veces, siempre en un lote baldío. Cuando fue detenido llevaba una tabla de cocina. Según explicó, la joven quería comprar una para su abuela y como él es carpintero se ofreció a fabricarla. Para el fiscal Rosales, la tabla es una prueba de que Beltrán es el asesino, porque los ayoréode aseguran que la joven la llevaba consigo la noche que se subió al taxi. En su declaración, Beltrán aseguró que las veces que fue a la comunidad llegó en taxi, pero que una vez que se encontraba con la joven, caminaban.
Angélica Picaneré describió al taxista con el que se fue Rebeca como un hombre panzón, de entre 45 y 50 años, con el bigote recortado. La descripción no coincide con la de Franz Beltrán Durán, que -según su defensora de oficio- tiene 38 años, barba rala y es delgado.
En su declaración, Beltrán Durán contó que la noche del 5 de diciembre llegó hasta la comunidad Degüi en busca de una joven llamada Carla, pero cuando preguntó por ella le dijeron que se llamaba Corea y le cobraron 5 pesos por ir a buscarla.
– Esperé unos 10 minutos y llegó un grupo de gente. Yo confundido pregunté qué pasaba. Ellos hablaban sin que yo entendiera, entonces se acercó un hombre de baja estatura y me dijo que la señorita había sido asesinada y un grupo de mujeres me agarró. Me amarraron al poste y comenzaron a golpearme.
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La muerte de Rebeca sacudió a la comunidad. Varias jóvenes dejaron de salir y otras se fueron al campo.
La diputada ayorea Teresa Nominé dice que ella puede hacer una intervención, “pero solo si mi pueblo me lo pide y me autoriza”. Sobre la prostitución, asegura que es un oficio que se practica mundialmente, “y que hay que dar seguridad a las mujeres, la solución puede ser ubicarlas en una casa”.
Los ayoréode son el último pueblo indígena conocido en haber tomado contacto permanente con la sociedad boliviana, en un proceso que empezó hacia mediados del siglo XIX y que aún continúa en Paraguay. “En su territorio eran dueños de su conocimiento, dominaban su entorno, tenían una escala de valores establecida y una autoridad definida. La experiencia ayorea ha demostrado que ellos todavía tratan de explicarse la realidad con la memoria colectiva del pasado, pero esta no concuerda con la realidad urbana”; explica el antropólogo alemán, Yurgüen Riester.
La comunidad Degüi del Barrio Bolívar, situada en la zona de la Villa Primero de Mayo, fue fundada entre 1985-1986, por Timi Degüi Picaneray. Cuando llegaron, todavía se podía cazar en el lugar porque todo era monte. Actualmente la zona está completamente urbanizada: a un lado construyen un hospital y al otro está planificado un mercado.
Con el paso del tiempo, lo ocurrido con Rebeca tiende a fundirse en el olvido. Cada día, al caer la tarde, varias adolescentes se instalan en las afueras del barrio ayoreo y allí ofrecen sus servicios sexuales. Casi todas portan una latita verde de clefa. La misma droga que consumió Rebeca antes de toparse con la muerte.
Fuente: http://cosecharoja.fnpi.org/bolivia-fantasma-crimen/