Las rutinas de la violencia: un recorrido por el Instituto de Lomas de Zamora. Instituto Lomas de Zamora, octubre de 2011 (Comité contra la tortura).
El encierro es algo que se huele y se escucha. Al llegar a cada lugar de detención se va a presintiendo la violencia desde cada sentido, y uno de los primeros indicios es ese olor como a comida rancia, a esa mezcla entre algo que se pudre y desinfectante que se va pegando a la piel. Lo siguiente es el ruido de los cerrojos, el “clack- clack” seco de la traba que golpea la reja y el candado que se cierra dejando un eco denso que queda flotando en el aire.
Cada institución tiene sus particularidades, sobre todo los centros de detención para jóvenes, donde el sinsentido del encierro queda groseramente expuesto en cada detalle. El centro cerrado de Lomas de Zamora es uno de los más crudos ejemplos de la arbitrariedad y la violencia del sistema. Ahí todo en el ambiente es áspero, algo en el aire sofoca y se hace evidente en cada rincón. Los conflictos internos y el descontento laboral del personal se traducen en carteles y mensajes en las paredes, en discusiones y quejas por los pasillos, y el deterioro del edificio acompaña ese malestar con un estado general de abandono y mugre, falta de pintura, escasa limpieza, bolsas de basura sueltas.
En ese lugar se alojan 94 jóvenes distribuidos en 4 módulos, 2 en planta baja donde se ubica a los chicos que recién ingresan y 2 en planta alta, donde están los más grandes y que ya llevan más tiempo. Como otros institutos, Lomas tiene sus reglas y rituales sobre todo al momento de la iniciación en el encierro.
Cuando ingresan los chicos no pueden salir de sus celdas durante los primeros 5 días de arresto, salvo para fumar 2 o 3 cigarrillos al día, permiso que, por supuesto, administran los asistentes. Nunca les está permitido fumar en las “habitaciones” que son en realidad pequeñas celdas de 2 x 3 metros con camastros de hierro tipo cuchetas y el baño incorporado, sin puerta, con un precario inodoro y un agujero en la pared que hace de ducha. Allí se aloja a los chicos de a pares.
En esos dos primeros módulos a los jóvenes no les está permitido tener elementos personales, salvo algunas fotos y papeles (pero no lapiceras), y recién pueden usar sus zapatillas después de la primer semana de encierro. Mientras, tienen que arreglarse con unas ojotas de goma, en general maltrechas. Al ingresar nadie les informa sobre el reglamento, nadie sabe explicar porqué las cosas son así, simplemente son, y los chicos van aprendiendo como pueden las caprichosas reglas del lugar.
La visita del Comité
El equipo de inspecciones entra al hall central y la tensión del ambiente se agudiza. Se adivinan los nervios del personal ante lo ajeno, ante los intrusos que llegan de afuera a mirar; hay mucho movimiento, algunos intentos de explicar lo caprichoso y las puertas se abren a desgano. Este ritual se repite en cada intervención del Comité contra la Tortura, y una vez en los pabellones el equipo de inspección se divide y se abre camino para hacer las entrevistas en las celdas con los detenidos, mientras en los pasillos se asoman los ojos curiosos por las pequeñas aberturas de los pasaplatos.
En Lomas la inspección empezó por los módulos 1 y 2, los de ingreso, con el equipo dividido en parejas que fue ingresando a cada celda, explicando porqué estaban ahí, cuál era su trabajo. Al abrirse una de las primeras puertas se presentaron Luciano y Luciano, los dos de 17 años, compartiendo la celda y el nombre. En los lugares de detención hay un respeto casi sagrado hacia los que llegan de afuera, los chicos saludaron muy formales, dando la mano y sin tutear. Se sonríen, preguntan observan, de a poco y con la charla se va construyendo una cierta confianza:
– “¿Cómo están acá, qué onda este módulo?”
Uno de los “Lucho” se ríe – “Re parias estamos acá, qué quiere que le diga”.
Él llegó a Lomas hace dos meses, y está cumpliendo prisión preventiva, dice que no quiere volver nunca más a un lugar así, pero se ríe. Lo hace hasta como una defensa, ríe bajito como dice que se rió cuando le pegaron durante su detención, cuando estuvo ilegalmente detenido en una comisaría durante 6 horas. “Son re atrevidos (…) ahí en Zárate cuando yo encané había otro pibito todo golpeado y agarraron la bolsa de basura así del tacho viste con yerba y toda la mugre y se la pusieron en la cabeza y le pegaban. Son re maleducados”.
Lo que siguió fue el traslado al instituto “re amarrocado”, o sea, esposado y en un patrullero. “Nos recorrimos todos los institutos y no había cupo, con las manos moradas llegué acá”.
– “¿Y acá te pegaron alguna vez?”
– “No, cuando ingresé nomás” naturaliza. “Si vos faltas el respeto, pegan todos… sin piedad te pegan”. Y describe con soltura cómo lo hacen, de a varios “maestros” como se hacen llamar los empleados de minoridad que trabajan ahí, aunque nada más que violencia enseñen.
A medida que las entrevistas avanzan en los distintos sectores, se sueltan las palabras y los relatos coinciden. Las agresiones son tan cotidianas que no es necesario indagar mucho para saber que a los jóvenes ahí detenidos los golpean casi a diario, en las celdas pero sobre todo en el patio, que cuando lo hacen los guardias cierran ventanas y los pasaplatos para que el resto no vea ni escuche. Que igual todavía existen pequeñas resistencias, dispositivos de alerta entre los chicos que cuando se dan cuenta de que le están pegando a algún compañero golpean los chapones de las puertas. Eso suele costarles sanciones, que en general consisten en más horas de encierro, suspensión de la recreación, disminución en la cantidad de cigarrillos para fumar…
Las coincidencias continúan y empiezan a repetirse en muchas de las experiencias y trayectorias de los chicos. La mayoría de los jóvenes había pasado por una comisaría, había recibido golpes o malos tratos por parte de la policía, los mismos que recibieron al ingresar al instituto donde casi todos habían sido sancionados alguna vez. Muchos de ellos no sabían cómo contactarse con sus defensores o su juzgado, o ni siquiera sabía quiénes eran los que debían garantizar sus derechos, casi todos antes de caer detenidos habían dejado la escuela; todos aún son tan niños.
Rutinas
“¿Recreación, talleres?, naa que va a haber eso (…) esto es lo peor, estamos viviendo re feo acá!”. Toda la actividad que tienen los jóvenes detenidos en el instituto de Lomas de Zamora es la escuela. A clases asisten aleatoriamente, algunas semanas van todos los días, otras 2 o 3 veces. La inspección se realizó un viernes, algunos no habían ido ningún día de esa semana a la escuela, otros 1 solo día. Ninguno sabía bien por qué. Es así: azaroso y discrecional, como casi todo en el encierro. Cuando van a la escuela la jornada dura sólo una hora y media, y abarca parte de las 5 horas de “recreación” que consisten en estar “desengomados” (fuera de las celdas). Ese tiempo lo pueden pasar en el comedor o en el patio, y hay otro espacio donde juegan al fútbol pero necesitan un “permiso perimetral” de su juzgado para acceder ahí. El resto del día transcurre encerrados y sin tarea alguna.
En sus celdas también comen, no es difícil para nadie ver que ese régimen de vida viola todos sus derechos, pero detrás de las paredes la justicia parece ser especialmente ciega. “Acá la verdad llega a venir una jueza o algo y nos traslada a todos para todos lados, porque no podés comer por ejemplo y tener el baño ahí, ese inodoro está re feo además”, considera Luciano y señala el baño en su celda, maloliente, negro y viscoso de humedad.
La limpieza en las celdas la mantienen los chicos, están obligados a hacerlo. Para eso les alcanzan unas botellas de gaseosa con un poco de lavandina. “Te dicen: vas a vivir acá y no vas a vivir como chiquero; si no limpiás te sancionan”, explica José, todavía esperando que pasen sus primeros cinco días de “engome”.
La ropa que usan se las provee el Instituto, consiste en un conjunto de pantalón deportivo, un buzo y una remera en evidentes malas condiciones (con agujeros o descosidos, viejos y manchados) que les cambian una vez por semana. La ropa es una marca significante sobre el cuerpo, que en este caso distingue negativamente: lo que visten son harapos, desgarrados, atados con hilos, son prendas desteñidas, deshilachadas e incongruentes con la talla corporal de quienes las visten. Degradan, a la vez que establecen otro conducto de la violencia, bajo sus modalidades más sutiles.
No hay detalle en ese encierro librado de algún tipo de violencia. Para hablar con el equipo técnico (psicólogos, trabajadores sociales, médicos) los chicos tienen que pedirle a los asistentes o esperar que los profesionales los llamen. “A veces no te pasan ni cabida, te llaman a hablar cuando quieren ellos”, aseguran varios. Al teléfono, la única conexión con el afuera después de la visita, sólo tienen acceso una sola vez por semana durante 7 minutos y siempre hablan acompañados de alguno de los asistentes. Las comunicaciones son malas y se les cortan, y con eso se va el poco tiempo que vale en el encierro. “Hay pibes que se cortan porque piden hablar con su familia y no”, cuentan. Entonces, hay veces que las entrevistas con el equipo técnico son la única oportunidad que los jóvenes tienen para poder usar el teléfono por fuera de esos 7 minutos semanales.
Y así van tejiendo distintas estrategias para poder estar un tiempo más afuera de las celdas o para tener ciertos accesos que se transforman en “beneficios”. Una de ellas es salir de “referente”; un referente es una especie de encargado del pabellón que colabora con los asistentes en ciertos quehaceres como repartir la comida, los colchones, o los elementos de limpieza; pero esa posibilidad sólo la tienen los que hacen conducta, y eso lo evalúan los guardias.
Por eso en lugares como Lomas hacer conducta es difícil. “Acá por ejemplo si vos haces ruido te sancionan. Y vienen y te dan vuelta los candados, todo de malditos no más”, ejemplifica uno de los chicos. Dar vuelta el candado es una forma de señalar las celdas “de los violines y los transas”, “entonces vos tenés que hacer ruido para voltearlo y ahí vienen y te sancionan como dos semanas”.
Sin embargo, Luciano lo intenta, “yo hago conducta porque me quiero ir a la calle, porque si vos te pones en maldito no te vas a la calle nunca, te buscas las rejas solo. Lo que no hice caso afuera, ahora cambió”, dice, y otra vez se ríe y concluye: “si vos robás hay dos caminos, el bueno y el malo. El bueno es la cárcel, el malo es estar abajo, en un cajón. A mí me fue bien”.
Nota final: el Comité contra la Tortura presentó durante 2008 un habeas corpus colectivo por el agravamiento de las condiciones de detención, el uso sistemático de la violencia y el régimen de vida, violatorio de los principios legales vigentes. La sentencia del HC (dictada en el 2009) se encuentra incumplida en casi todos sus puntos. Asimismo, presentó 5 denuncias penales, 1 de ellas por medicamentos vencidos y 4 por jóvenes que fueron golpeados y sometidos a torturas, quienes a pesar de las amenazas se animaron a denunciar. La impunidad que se habilita para el ejercicio de la violencia y de la violación estructural a los derechos de los niños allí detenidos, se refuerza exponencialmente como resultado de la inacción que hasta hoy mantienen todos los actores del poder judicial de Lomas de Zamora. Donde no se quiere ver, no se ve.