FLORENCE, EE.UU.-A dos horas al sur de Denver, aparece un pueblo pintoresco y apacible, plagado de anticuarios, donde viven menos de 4000 personas y se escuchan historias de brujería. Rodeado por una planicie tapada por un pasto puna que se estira hasta el pie de las Rocosas, ese pueblo, Florence, es famoso en Estados Unidos, aunque parezca uno de esos lugares donde no pasa nada.
La razón está un poco más hacia el sur. Allí, sobre la avenida Robinson Sur, hay un coqueto barrio en el que conviven casas con jardines en el frente y un gran campo de golf, desde el que pueden verse dos cosas: la imagen de postal que ofrece el paisaje, y un atisbo del perfil del Complejo Correccional Florence, que alberga la única prisión federal de máxima seguridad del país, Florence ADX, la heredera de Alcatraz, descripta por un guardia que trabajó allí como «una versión más limpia del Infierno».
En una de sus celdas vive Thomas Silverstein, apodado «el hombre más aislado de Estados Unidos» por haber pasado casi 30 de sus 60 años encerrado en confinamiento solitario, un encarcelamiento que, bajos ciertas circunstancias, es considerado tortura, y que hoy está en el centro de un debate que ya llegó a la justicia y al Congreso.
Silverstein pasó la mayor parte de ese tiempo en celdas sin ventanas, con una cama y un escritorio de metal o de cemento, una ducha, un inodoro y un lavabo. Una de sus celdas era tan pequeña que podía tocar las paredes laterales a la vez si abría sus brazos. En sus celdas, las luces permanecen encendidas. Siempre. Cuando llegaba el momento del día en el que podía salir -una hora al día, cinco veces por semana o menos-, cruzaba una puerta a un patio sin nada rodeado de paredes que apenas debajan ver el cielo, un poco más grande que su celda, o a un cuarto interno, similar a su celda. Ahora, además de meditar y practicar yoga, pinta, teje, lee, escribe y ve tele. Pero hubo meses en los que no tuvo nada. Y en todo ese tiempo, el único contacto regular diario con otras personas, en las tres cárceles donde estuvo recluido, ha sido cuando un guardia deslizaba una bandeja con comida por la ranura de su puerta.
«Durante 28 años, he comido todas mis comidas solo en mi celda», escribió Silverstein, en una declaración de 45 páginas que presentó ante la Justicia en 2011.
En ese escrito, Silverstein describe las condiciones en las que vive en esa prisión junto a mafiosos, capos de carteles de drogas de México, varios miembros de Al-Qaeda -entre ellos Zacarias Moussaoui, sentenciado a cadena perpetua por los ataques del 11-S, y Ramzi Yousef, uno de los autores de los ataques al World Trade Center en 1993-, y Teodore Kaczynski, más conocido por otro nombre: «el Unabomber».
Las prisiones de máxima seguridad de Estados Unidos, o «supermax», fueron pensadas para albergar «lo peor de lo peor», reclusos tan peligrosos que deben permanecer aislados, sin contacto con nadie, casi todo el tiempo. Alcatraz, construida en 1934, fue la pionera, y, durante muchos años, la única. Florence ADX ocupa ahora su lugar.
CASTIGO Y NEGOCIO
La cárcel se pensó en los 80 y nació en los 90, en una época en la que proliferaron las prisiones de máxima seguridad y nació el negocio de las prisiones privadas en medio de un histórico crecimiento en la cantidad de personas tras las rejas: entre 1980 y 2000, la población carcelaria en Estados Unidos se multiplicó por cuatro. Aunque esa tendencia se revirtió en los últimos años, Estados Unidos tenía a fines de 2011 la mayor tasa de encarcelamiento del planeta, y mantenía a 2.239.800 personas tras las rejas, más que ningún otro país.
Silverstein es uno de los 434 prisioneros que viven en Florence ADX, pero no es uno más: fue uno de los motivos por los que se construyó la cárcel donde pasa sus días. Criado por una madre golpeadora, Silverstein huyó varias veces de su casa cuando era adolescente. A los 19 años, fue preso por primera vez por robo a mano armada. A los 23, recibió la sentencia que lo terminaría de sepultar en vida, por otro robo que cometió junto a su padre y un primo. Pasó por San Quintín y Leavenworth, y, tras ser condenado por un asesinato del cual luego fue declarado inocente, fue trasladado a Marion, una prisión federal en Illinois, construida en la década del 60 para reemplazar, justamente, a Alcatraz.
Silverstein fue condenado por tres asesinatos en Marion: el de Robert Chapelle, otro prisionero, del cual dice ser inocente; el de Robert «Cadillac» Smith, un amigo de Chapelle que había intentado matarlo en dos ocasiones, y a quien dice que mató en defensa propia, y el de un guardia de la prisión, Merle Clutts.
Ese asesinato marcó el inicio de su confinamiento y, también, el de Florence ADX: el gobierno federal decidió construir una nueva prisión, más segura que Marion, donde además de Clutts fue asesinado el mismo día otro guardia, Robert Hoffman. La cárcel abrió en 1994. Silverstein llegaría allí recién en 2005, tras pasar por una cárcel en Atlanta -en una celda en el sótano, sin ventanas, con paredes de metal pintadas de blanco, con sólo una cama, sin reloj ni ropa- y otra en Leavenworth. Allí, fue colocado en la «unidad especial», o SHU, «la más restrictiva de las unidades habitacionales en la más restrictiva penitenciaría federal del país», según sus palabras. «No creí que fuera posible, pero las condiciones eran aun peores que las de Leavenworth», señaló.
Las celdas en las que estuvo allí eran más chicas, de unos ocho metros cuadrados. Tenía una cama y un escritorio de cemento, una ducha, un inodoro y un lavabo, y una ventana pequeña cerca del techo por la que se veía el muro de su patio de recreación, similar al de Leavenworth: una jaula de metal dentro de un patio rodeado de muros que impiden ver la pradera que rodea a la cárcel, o las montañas al fondo, y sólo ofrecen un vistazo del cielo.
En 2007, Silverstein le inició una demanda al gobierno federal por imponerle «castigos crueles e inusuales», algo prohibido por Octava Enmienda de la Constitución nacional de Estados Unidos. La justicia, hasta ahora, ha fallado en su contra. Pero luego de iniciar esa demanda, lo trasladaron a un área de la prisión menos restrictiva, y le dieron una hora más de recreación.
Craig Haney, profesor de psicología de la Universidad de California y uno de los principales expertos en confinamiento solitario del país, entrevistó a Silverstein para presentar su evaluación a la justicia. En su informe, dice que Silverstein sufre «dolor y angustia, ansiedad extrema, desesperación y desesperanza, depresión, falta de concentración y deterioro cognitivo».
Uno de los abogados de Silverstein, Laura Rovner, profesora de la Clínica de Derechos Civiles de la Universidad de Denver, explicó a LA NACION ese deterioro en términos más poéticos: dijo que una parte de las personas que viven en aislamiento «se apaga» para poder sobrevivir. «Florence es peor que Guantánamo», resumió.
UNA PRÁCTICA ILEGAL
En 2011, la Asociación de Abogados de Nueva York presentó un informe donde se puntualizan las principales críticas a la práctica del confinamiento solitario: dice que viola derechos humanos básicos, que es ilegal bajo la Octava Enmienda constitucional, y que en muchos casos constituye tortura según la ley internacional.
Ese mismo año, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) presentó un trabajo que estima que en Estados Unidos hay entre 20.000 y 25.000 prisioneros en aislamiento, definido como «cualquier régimen donde un presidiario es aislado de otras personas, excepto guardias, durante al menos 22 horas al día».
Al presentar ese informe, Juan Méndez, argentino, abogado, activista de derechos humanos y experto en tortura de la ONU, llamó a los países a prohibir la práctica, salvo en circunstancias muy excepcionales, al afirmar que «puede constituir tortura o tratamiento cruel» si se aplica por tiempo indefinido, antes de un juicio, en jóvenes o personas con trastornos mentales. Uno de los casos que Méndez dijo que había seguido era el de Bradley Manning, acusado de filtrar documentos clasificados al sitio WikiLeaks.
David Fathi, director del Proyecto de Prisiones de la Unión de Libertades Civiles (ACLU, según sus siglas en inglés), una de las organizaciones que presionan para aniquilar esta práctica, aclaró que la estimación de la ONU contempla reos en prisiones de máxima seguridad. Pero si se cuentan los prisioneros que están aislados en prisiones con un menor nivel de seguridad, la cifra sube a 80.000.
«Estados Unidos es, por lejos, el líder mundial en la práctica de confinamiento solitario» indicó Fathi a LA NACION. «Se ha convertido en un elemento normal de nuestro sistema penitenciario. Ningún otro país democrático se acerca en número de prisioneros en confinamiento, o en la duración del aislamiento», completó.
Con todo, Fathi dijo que ha habido progresos. El año anterior, el Congreso tuvo su primera audiencia para evaluar la práctica. Por demandas como la de Silverstein, los suicidios y el alto costo de mantener prisioneros aislados, ya hubo dos estados, Illinois y Mississippi, que decidieron cerrar prisiones de máxima seguridad. La demanda de Silverstein no es la única que recayó sobre Florence. El año anterior se presentaron otras dos demandas ante la Corte de distrito de Colorado: una por parte de la familia de José Antonio Vega, un prisionero que se suicidó, y otra de Michael Bacote y otros 10 reclusos, quienes alegan que se ha fallado en diagnosticar y tratar enfermedades mentales graves.
Fueron los habitantes de Florence quienes pidieron que se construyera allí la prisión, y hasta donaron un terreno para que así se hiciera. Pensaban que ayudaría a la economía del pueblo, recuerda Caddy Roberts-Williams, quien se mudó hace años a Florence, donde es dueña de un café. Le gusta el pueblo. Dice que es como volver atrás en el tiempo en su oriunda California. Cuando LA NACION pregunta si nunca le preocupó vivir tan cerca de los prisioneros más peligrosos del país, sacude la cabeza. «No, es más que seguro», responde.
http://www.lanacion.com.ar/1546935-maxima-seguridad-y-minimos-derechos-en-la-prision-heredera-de-alcatraz