Tenía 23 años. Era una noche de 2010, cuando un conocido lo invitó para que lo acompañara a una fiesta en el sudeste de la ciudad de Córdoba. Una salida nocturna de fin de semana, música, bebidas y chicas para mirar, pensó él. Y allá fueron.
Cuando se dio cuenta, el dueño de casa le estaba hablando con dos hermosas jóvenes a cada lado. Terminó en la cama con una de ellas y con la cabeza dando vueltas. “Jamás una mina así me había dado la hora”, reconocería tiempo después. Antes de retirarse, con una sonrisa que no podía borrar de su cara, la chica y el dueño de casa lo encararon. Con modos suaves, hablando entrecortado aún con la música fuerte, lo tentaron:
–¿Vos consumís?
–No.
–¿Y tus amigos?
–Tengo conocidos.
–Tomá, llevate esto y dáselos gratis. No te hagás problema, te llamamos.
Él no tuvo inconvenientes en repartir los 10 “ravioles” de cocaína que aquella noche se llevó encima. Amigos, conocidos, algunos estudiantes universitarios. Casi que se los sacaron de las manos. A la semana volvió y otra vez regresó a su casa con otros 10 envoltorios con gramos blancos. Otra vez, gratis. Y otra vez, los repartió sin demoras. A la tercera vez, lo sentaron para “charlar”. El dueño de la casa donde hicieron aquella fiesta inolvidable para él, puso sus condiciones. “Ahora –le dijo– los vas a vender. Y una parte quedará para vos”. Así fue.
Ganancias. Al poco tiempo, se compró una Playstation. De a poco, también, fue renovando su guardarropas. Tenía dinero a mano y el “trabajo” no le consumía demasiado tiempo. Pero, sin darse cuenta, estaba envuelto en medio de una red “narco”.
De manera periódica, también viajaba hacia un pueblo ubicado a 175 kilómetros de la ciudad de Córdoba, en el extremo norte de la provincia, a un paso de Santiago del Estero. Allí, dejaba otros “ravioles” a más conocidos.
Hasta que unos tres meses después de aquella noche para él fantástica, cayó en la cuenta de que era una “mula” barata para los traficantes cordobeses. Un “perejil” más en el engranaje “narco”. Hijo de una familia honrada, de padres trabajadores, que nunca le habían negado nada que necesitara pese a las carencias materiales del hogar, recién entonces se despertó.
Habló con el “dealer” y se plantó. “Esto no es para mí, no quiero seguir más, disculpá, pero no soy para esto”, le dijo. “Pará, pensá, mirá el dinero, es fácil”, intentaron convencerlo. Insistió en que no quería continuar, hasta que llegó a un trato. Iba a viajar hacia aquel pueblo por última vez para entregar unos “ravioles” y eso iba a ser todo. Luego, se abriría.
Pero no le fue tan sencillo. Cuando el ómnibus estacionó en la Terminal y él descendió, había una comitiva policial esperándolo. Le ordenaron abrir la mochila y secuestraron la droga. Veintidós gramos repartidos en siete bolsitas, según quedó asentado en actas.
Estuvo pocos días detenido, ya que no tenía antecedentes penales ni por contravenciones. Quedó libre, pero con una causa abierta por la que podía ser condenado a prisión. Sólo él. No se investigó la red ni a demás cómplices. Seis meses después, el abogado Rafael Tatián le daba la buena noticia: en Tribunales Federales habían decidido sobreseerlo al considerar que la droga que llevaba era para consumo personal.
Un caso que, coinciden en la sede judicial, forma parte de una generalidad de detenidos que cayó en las redes del narcotráfico de manera similar. Historias que con matices distintos, tienen un trasfondo en común: la cadena se corta por lo más delgado.
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El protagonista de esta nota, cuya identidad es resguardada (por eso tampoco se precisan los barrios que transitaba ni el pueblo al que viajó), se negó a dialogar con este diario. Dijo que era un episodio pasado en su vida del que prefería no hablar. Hoy trabaja como empleado y se mantiene alejado de cualquier tipo de delito. Lo publicado consta, en parte, en el expediente, y otros detalles fueron aportados por fuentes judiciales y otras personas que conocían el caso con más precisiones.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/noticias/sucesos/penurias-joven-captado-red-narco