Es ya un lugar común señalar que las cárceles, lejos de ser un ámbito propicio para la rehabilitación de los presos que son allí alojados por condenas o procesamientos judiciales, demasiadas veces se convierten en verdaderas «escuelas de delincuentes”.
El nivel de reincidencia en la Argentina trepa hasta casi el 60% de la población carcelaria. Y, según un informe, en Uruguay uno de cada cuatro penados reincide el primer día de libertad. Se trata, en este último caso, de delitos contra la propiedad –sobre todo hurtos y rapiñas- y los reincidentes en estos casos son jóvenes sin contención familiar y sin perspectivas laborales, lo que prácticamente los obliga a delinquir para subsistir.
Pero la generalización a veces no solo es injusta, sino que también invisibiliza los buenos ejemplos. Es decir, el que protagonizan aquellos que sí experimentaron el encierro institucional como un aprendizaje para la reinserción social.
De modo que es necesario rescatar esos casos, que lamentablemente no son la mayoría, y elevarlos a la categoría de ejemplos a seguir.
Según la crónica publicada en El Ancasti, en el Correccional de Mujeres de la provincia actualmente se encuentran alojadas nueve penadas y otras cinco están internadas en el Anexo, a la espera del juicio. Dos de esas mujeres –Lucía y Noelia- son las protagonistas de historias que merecen ser contadas.
Lucía, de 54 años, y hace 15 que cumple una condena de 25. En la cárcel se casó y está a punto de terminar la secundaria. Tiene el beneficio de la salida laboral.
«La esperanza como mujer es saber que puede faltar mucho o faltar poco, pero sabemos que afuera alguien nos espera. Trabajo, estudio y, a veces, tengo la salida transitoria para juntarme con mis seres queridos, especialmente con mi esposo y la familia que tengo. Trato de luchar día a día y de fortalecerme de lo que tengo para seguir, y seguir esperando el día en que tenga mi libertad. Ahora estoy terminando la secundaria. Mi expectativa es realmente formar un hogar con mi esposo y volver a reunirme con mis hijos”, reflexiona.
Noelia tiene 26, y decidió estudiar abogacía, carrera que está a punto de concluir. «Acá, la vida continúa y continuó durante todos estos años. Nos preparamos para el momento en el que recuperemos la libertad. Queremos salir íntegras. Existe como una barrera entre la sociedad y este contexto de encierro, y se diferencia la mujer que vive en un medio libre de la mujer que está privada de la libertad. No hay diferencia. Ambas somos mujeres”, sostiene.
Ambas han asumido este período de reclusión como una experiencia vital para retornar a la cotidianeidad transformadas, preparadas para readaptarse y olvidarse de actividades al margen de la ley.
No es lo común, pero confirma que, pese a condiciones objetivas adversas, es posible la rehabilitación. Pero seguirán siendo casos aislados si no existen políticas estatales dirigidas a conseguir ese objetivo. Es decir, mientras las cárceles sigan siendo, en vez de escuelas de readaptación social, escuela de delincuentes.