El asesinato de Matías Quiroga en ocasión de un intento de robo a un camión blindado en la playa del Carrefour de Godoy Cruz vuelve a desatar reclamos y acciones en torno a la inseguridad. Hoy leí en Diario Los Andes una nota hecha al padre de Matías donde dice “Visiblemente dolido y enojado, cuestionó a los organismos de Derechos Humanos. «Estos culturosos, estudiosos y sapientes siempre los terminan justificando porque dicen ‘el pobrecito estuvo mal alimentado, o porque su mamá era alcohólica’. No estoy a favor de los planes a largo plazo, el problema es qué hacemos con los que están matando ahora» Palabras quizás lógicas de quien acaba de perder a su hijo en un hecho de violencia. Una muerte injusta y muy dolorosa, para su padre y para toda la sociedad.

Me importa resaltar varias cuestiones y exponerlas ante quien tenga ganas de leer.

Por un lado, quizás es lógico que desde el dolor se sostengan reclamos como de cadena perpetua, mayor represión, penas más duras, etc. etc. Pero como sociedad y como Estado tenemos la obligación y la oportunidad de pensar estos hechos más allá del dolor. El dolor para los dolientes, las políticas públicas para el Estado, la reflexión y la participación para el conjunto de la sociedad.

Hay algo claro, si la respuesta a la inseguridad fuera la cárcel, más policías en la calle, penas cada vez más duras e incluso la pena de muerte, hace rato que hubiésemos solucionado estos conflictos. No solo porque tenemos cárcel desde hace más de dos siglos y fuerza policial desde hace un poco más, sino porque cada vez que ha sucedido un hecho lamentable y con la repercusión social y mediática como éste, se han endurecido las políticas de represión, y aún así, estos hechos siguen sucediendo.

La respuesta, por lo menos en el mediano y largo plazo, ha demostrado que no es la cárcel. Por lo menos ésta cárcel.

Soy docente en dos cárceles de Mendoza desde hace más de 3 años y estudio criminología desde hace 6, y tanto desde la experiencia como desde la reflexión e investigación académica puedo afirmar (como muchos otros lo han hecho y lo hacen, y muchos compartirán) que de las condiciones en las que se encuentran las cárceles y desde la misma lógica que les da surgimiento y las sostiene, no se puede sacar a la calle a una persona más íntegra, menos violenta ni con capacidad real de integrarse socialmente. Por lo menos a la mayoría de las personas que salen en libertad. La excepción es la integración y la no reincidencia. Y esto no es casual.

Las cárceles son espacios de violencia, de encierro, de vulneración de derechos, de indignidad. Cualquiera que haya entrado a una cárcel alguna vez, lo sabe. Lo saben los funcionarios, los familiares de los/as internos/as, los docentes, los penitenciarios, los periodistas y las personas privadas de libertad. Quizás deberíamos comenzar por reformar profundamente estos espacios de encierro para saber si la cárcel es o no la respuesta. Y aún así seguramente estaremos equivocados porque la cárcel encierra después del hecho, no lo previene. Por lo que debemos suponer que lo que genera violencia debe estar también fuera de las cárceles, en nuestra propia sociedad, en nuestras pautas de convivencia, en nuestras lógicas institucionales, económicas y políticas.

Aun así, y mientras no sepamos bien qué respuesta darle al delito (hace más de dos siglos que la respuesta es el encierro y la represión), es fundamental replantearnos por completo la forma que le hemos dado al encierro porque evidentemente no funciona.

En este punto, quizás quien habla desde el dolor nos dirá que “¿para qué invertir nuestro dinero público en quien nos daña, que mejor si los matamos y listo?”. Pero ya he dicho que no podemos como sociedad y como Estado pensar desde el dolor porque simplemente estaríamos institucionalizando la venganza y no hemos creado semejante aparato (llamado Estado) para simplemente legalizar el que unos maten a otros, sino para mejorar las condiciones de convivencia social, apuntar a disminuir las brechas y a favorecer la integración social, económica y política de todos y todas.

El encierro en condiciones de violencia y vulneración solamente genera más violencia, y de ahí surgen los espantosos datos de reincidencia. Pero hay un dato que quiero resaltar: ese índice baja hasta casi desaparecer en los casos de internos/as que en la cárcel han sido escolarizados. Así de simple, quien ha ido a la escuela en la cárcel, quien encontró un espacio de dignidad, de respeto, de proyección personal, tiende a no reincidir. Es decir, quien ha sido integrado, tratado con dignidad, sin violencia, quien ha logrado ver que tiene capacidades y que puede pensar en otros caminos para su vida en libertad, tiende a no reincidir…

Bien, pues entonces hay cosas por hacer dentro de las cárceles también. Lograr dar cumplimiento a las leyes que enmarcan al sistema penitenciario y al sistema educativo y extender la educación a todo aquel que quiera acceder a ella. Para eso necesitamos invertir. Y seguramente será una política de poco impacto mediático y social en el corto plazo pero, insisto, debemos pensar más allá del dolor y el odio.

Y hablo de educación por pensar en una estrategia de la que nadie duda. Como sociedad entendemos que la educación es el puntal de lanza para desarrollarnos integralmente como país y como sociedad. Pero las estrategias son muchas y ojo que no cuestan más dinero que llenar las calles de policías, de cámaras y construir tantas cárceles como nos sea posible. Simplemente se trata de repensar las políticas de seguridad. Una decisión política acompañada de una sociedad que también debe pensar más allá del dolor y medios de comunicación que deben escribir más allá de sensacionalismo.

Y aquí otro tema, los medios.

¿Por qué no le dan la misma difusión a la muerte injusta de un chico de 15 años en el barrio Lihué que murió el 9 de marzo mientras caminaba por la calle? ¿Porqué lo titulan como “jornada sangrienta” y no pasa de una pequeña nota en la sección policial?
Ninguna muerte injusta es más injusta que otras. Ningún ciudadano vale más que otro. Ninguna vida más que otra. Pero aún así parece que para los medios sí, sabiendo lo que generan con ello en la agenda pública. Si una muerte no tiene impacto mediático, tampoco social y menos político. Son fórmulas que también hemos sostenido durante varias décadas. Una muerte en silencio no saca cientos de policías a la calle y detiene a 80 personas en un megaoperativo de fin de semana. Una muerte en el Lihué no vende diarios, no moviliza todo un aparato de intereses y políticas de estado. No impacta. Porque el medio decide que no impacte. Porque es un pobre muerto.

Insisto, ninguna muerte vale más que otra. La de Matías es tan injusta como la de Facundo. Pero el medio y la sociedad deciden salir a marchar solo por una de ellas. ¿Por qué? ¿Qué nos pasa dentro de cada una de nuestras conciencias para que una muerte nos duela más que otra?… Al poco indagar en ello, bajaremos la mirada sin poder dar explicaciones ¿no?…No son políticamente correctas.

Por otra parte, no todos los delitos son iguales. En el caso específico del que me lleva a escribir esto estamos (a priori, no somos peritos ni jueces) suponiendo un nivel de organización que no tiene un robo callejero en la Peatonal. Y esto también debe ser objeto de la política pública. No todos los delitos revisten el mismo nivel de complejidad. Las cárceles no están llenas de aquellos líderes de organizaciones delictivas, de narcos, de jefes de redes de trata, de funcionarios condenados por corrupción. Básicamente están llenas de personas procesadas y condenadas por delitos contra la propiedad, mulas, perejiles, etc.

Y esto no es azaroso sino que la política pública ha estado enfocada en perseguir este tipo de delitos que, incluso, mas allá del daño real que generan en sus víctimas son menos dañinos en términos sociales y políticos que el delito organizado. Pero claro, el delito organizado es más complejo, más difícil de investigar, más relacionado al poder. Pero es el delito que siembra violencia e impunidad en la sociedad. El pibe que robó el auto de mi vecino desde su garage hace unos meses le hizo un daño real al pobre hombre, pero ese daño no guarda relación con el que genera quien maneja un ejército de mulas que juegan su vida cada vez que trafican solo para poder consumir. Ahora bien, el primero será perseguido por la policía y quizás puesto en la cárcel y al segundo nunca le sabremos siquiera el nombre y posiblemente lo veremos tomando una cerveza en la avenida Arístides Villanueva o vacacionando en la playa mientras sus hijos juegan con los nuestros.

Me refiero a que la política y la justicia no enfocan por igual en todos los delitos y casualmente invierten toda su infraestructura en cierta franja social. Por ello casi todas las personas que están en la cárcel son jóvenes, morochos y pobres. No quiere decir que el joven, morocho y pobre sea per sé un delincuente, sino que la política pública y la justicia han llevado adelante un proceso que ha seleccionado a los más vulnerables de la cadena y los ha metido presos.

Por último, me importa decir que mueren por año más mujeres en manos de sus parejas o ex parejas que personas en ocasión de robo. Y de todas las personas que mueren en conflictos interpersonales la mayoría lo hace porque hay un arma a disposición que se compra muy fácilmente en cualquier barrio. Aún así, no conozco a ningún vendedor de armas que esté preso. Y muy pocos casos de hombres que hayan matado a sus mujeres.

Para terminar, quiero decir que no intento más que reflexionar sobre lo que nos pasa y las reacciones que tenemos como sociedad. No intento invalidar el justo dolor por la muerte injusta del padre de Matías, pero invito a pensar que como sociedad y como Estado tenemos que ver más allá de la represión y la cárcel porque ambas cosas han demostrado su fracaso.

Pensar en apuntar a reformar la policía y los sistemas penitenciarios, a perseguir la corrupción y sancionar la violencia institucional que en ambos se da, a democratizarlos como espacios donde muchos ciudadanos trabajan, a mejorar la formación que tienen, a repensar la política pública en materia de seguridad mas allá de los medios y a invertir fuertemente en educación. La violencia no se soluciona con la violencia institucionalizada, sino con mayor equidad, menos exclusión y más educación. Pero son políticas a largo plazo y hay que jugarse social y políticamente por ellas si de verdad queremos justicia y seguridad.

Por las injustas muertes de los Matías y los Facundos, pidamos justicia, más no institucionalicemos el odio y la venganza, pues tendremos miles de Matías y Facundos más.

Romina Cucchi
rominacucchi@hotmail.com
DNI 28.589.146

Licenciada en ciencia política y administración pública
Docente

Fuente: http://minus.com/mSzAdIQws