«Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz, juegan con cosas que no tienen repuesto y la culpa es del otro si algo les sale mal». (J. M. Serrat).
Confieso que con tipos como Baby Etchecopar siempre he tenido «algo personal» (aunque nunca nos hayamos cruzado en la vida).
¿Es políticamente correcto que lo diga ahora cuando ha sido víctima de un hecho tan grave como el vivido?. No lo sé. Lo que sí sé, es que desde antes de este lamentable suceso que ha sufrido él y su familia, nunca comulgué (y creo que muchos tampoco) ni con su estilo, ni con sus formas de comunicación mediática y menos, con sus concepciones ideológicas y la manera de querer resolver los conflictos personales y sociales. Aclaro, anticipatoriamente, que nada puede justificar el accionar delictivo del grupo que actuó con armas de fuego y violentamente. Pero Baby resolvió esa dramática situación del mismo modo violento y en la forma que lo viene anunciando en los medios que lo haría. Y ese es el tema: Que ese estereotipo de personaje público -ahora desde el lugar de la víctima- sea elevado socialmente al valiente justiciero a imitar, revitalizando el viejo debate instalado hace años por el Ingeniero Santos: la justicia por mano propia.
«Resulta bochornoso verles fanfarronear a ver quién es el que la tiene más grande».
Baby se ufana de sus posturas machistas, discriminadoras, violentas, adornadas con sus modales de matonismo «porteño». Expresa la inocultable búsqueda (impune) del rating a cualquier precio, así sea utilizando el mal gusto hasta lo insoportable: Hizo un culto del insulto a sus oyentes, que a su vez, le respondían con similares groserías. Son antológicos los diálogos en vivo donde para refutar a una oyente agresiva no tenía el menor empacho de estigmatizar su nombre y su sexo: «Grasa, ¿cómo te vas a llamar Rita?». O para contestar los insultos de un irritado oyente, lo desafía a encontrarse después del programa así «te pego y te violo». Baby Etchecopar hizo siempre una televisión amarillenta cuyo discurso apeló al «realismo» mezclando lugares comunes, mal gusto y prejuicios violentos, y como ha dicho de estos casos el semiólogo Oscar Steimberg: «Cuando hay pobreza de enunciación, y se acude a la apelación de un sentido común utilizado en términos polémicos y repetitivos, sin idea más que la de explotación del prejuicio más elemental, ahí es donde lo bizarro no es descriptivo, sino que se trata de algo directamente de mala calidad».
La demagogia es su arma preferida. En las épocas de mayor desprestigio de los políticos Baby no se contentaba con incentivar el «que se vayan todos». Proponía la violencia en sus más diversas formas: a Nicolás Gallo, ex funcionario del gobierno de De la Rúa, prometió, desde Radio 10, «cagarlo a patadas», cuestión por el que fue llevado a la justicia (Página/12 – 15/9/2002).
«No conocen ni a su padre cuando pierden el control».
En su simplificador y también demagógico discurso sobre la inseguridad (los primeros en solidarizarse ahora fueron Blumberg, Hadad y Gelblum) nunca tuvo dudas: «No podés pasar cerca de las villas porque los morochos se te tiran encima». Y ¿qué deberíamos hacer con los «morochos»?. Baby tenía la respuesta expeditiva: «Los mato, los cago a tiros». Lamentablemente para él y su familia y para el asaltante muerto, lo hizo aunque haya puesto en riesgo, aún más, la vida de sus seres más cercanos. Su trofeo mayor había sido conseguido: Matar al delincuente de ocho balazos con el Rolex de su propiedad en la muñeca del asesinado.
Me adelanto a las posibles sinceras (y las chicanas) críticas a mi visión sobre Baby y el grave suceso que tuvo que vivir. He dicho que nada justifica el accionar delictivo y violento del grupo armado; sé de las (i) responsabilidades del Estado y del problema de la inseguridad, y también de la disyuntiva sobre el comportamiento individual de cada uno de nosotros en circunstancias parecidas. Todo ello está presente en mi análisis. Sólo digo aquí que las armas sirven para matar, no para defenderse, y si no que lo diga el padre que intentando balear al asaltante mató por error a su propio hijo. Pero además, las armas no siempre son utilizadas para disparar a delincuentes: Al contrario, de acuerdo con estudios de la Red Argentina para el Desarme (RAD), lo recurrente es que las muertes violentas sean consecuencia de «conflictos personales que derivan en lesiones por disposición de armas: sólo la cuarta parte lo es en ocasión de robo». Si el ex Gobernador de Río Negro Carlos Soria no hubiese tenido un arma en su dormitorio conyugal (cuyo destinatario sin dudas era un delincuente), hoy estaría vivo.
Digo también que las soluciones violentas no son soluciones, son problemas. Que nunca tendría un arma ni pondría en un riesgo mayor a mis seres queridos por defender el robo de un reloj o cualquier objeto patrimonial. Que nadie merece morir, y en este hecho, hay por lo menos un muerto y varios heridos. Estas cosas me diferencian, desde luego del violento asaltante, pero también de Baby Etchecopar que debemos tratar como lo que en estos momentos es, víctima de un robo violento, que a su vez gatilló y mató a su atacante. Pero no debe ser considerado un héroe nacional a imitar, ni debemos emular a este nuevo «justiciero americano». La peor consecuencia de este hecho para una sociedad democrática, sería la legitimación social de su accionar y del discurso que Baby Etchecopar y tipos como él, quisieron y quieren instalar como virtuoso. Este debate es político, sin dudas, pero a la vez, algo personal nos separa.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-32963-2012-03-18.html