A M’Barek Uld Mahmud lo vendieron con seis o siete años. No sabe cuánto pagaron por él, ni tampoco le interesa demasiado. Ahora tiene 56 años, y desde hace tres ha dejado de ser un esclavo.
Tampoco puede decir que sea un hombre libre, porque sus propiedades, si las tuviera, serían de su amo, su herencia, de haberla, la disfrutarían los hijos del dueño, y los tribunales, mientras, jamás le darían la razón.
En Mauritania quedan entre 300.000 y 500.000 esclavos, todos ellos de raza negra, privados de derechos y resignados a seguir siendo invisibles ante la Justicia y las autoridades.
Hay algunos, como M’Barek, que han conseguido huir y asentarse junto a otros antiguos vasallos en paupérrimos pobladosabandonados por el Estado, en los que «no hay ni una escuela, ni un dispensario, ni siquiera una mezquita».
Los más de 1.200.000 mauritanos que, según cálculos de la organización SOS Esclavos, han sido esclavos han dejado atrás los castigos corporales y el trabajo extremo, pero no han recuperado sus derechos.
«Una vez, el amo nos ató a mi y a mi hermana a la rama de un árbol, suspendidos en el aire, y encendió una pequeña fogata bajo nuestros pies para castigarnos por perder el rebaño», relata M’Barek casi con indiferencia.
En 2007, tras la llegada del presidente Sidi Mohamed Uld Cheij Abadalahi en las primeras elecciones libres en el país, todo pareció que iba a cambiar.
Pena de cárcel para los esclavistas
En agosto de ese año se aprobó una ley que, pese a que la esclavitud está formalmente abolida desde 1981 en Mauritania, imponía castigos ypenas de hasta diez años de cárcel para todos aquellos que siguiesen teniendo esclavos a su servicio. Sin embargo, dos años y 546 denuncias más tarde, todavía está por ver que algún tribunal les dé la razón.
«La ley está muy bien, pero no sirve de nada si no se aplica. El problema es que los tribunales locales se rigen por la ‘sharia’ (ley islámica) que, según el rito malekita que se sigue en Mauritania, da cobertura a la esclavitud», explica a Efe Biram Uld Dah Uld Abeid, encargado de misiones de SOS Esclavos.
Fatigado, M’Barek asiente desde una «tarba» (un sofá corrido árabe) y añade: «Y el problema es que la Justicia está en manos de las mismas tribus que tienen esclavos, y que son los principales interesados en perpetuar el problema».
Para comprender el fenómeno de la esclavitud conviene recordar que Mauritania es un cruce de caminos entre el mundo árabe-bereber y el África negra, un choque entre una tradición esclavista y otra que la ha sufrido siglos. No en vano, éste fue el último país en abolir formalmente la esclavitud.
Uld Dah considera que la comunidad internacional da vía libre a que en Mauritania se practique «una democracia a la ateniense, que sólo tiene en cuenta los intereses de unos cuantos, mientras el resto son esclavos o ex esclavos sin derechos». Y aunque su comercio ya no se practique en plaza pública, SOS Esclavos denuncia que los intercambios con los países del Golfo Pérsico son algo muy frecuente.
Control ‘absoluto’
Pese a las mejoras alcanzadas recientemente y una mayor conciencia social -hasta hace apenas unos años era un tema tabú-, el control de los amos sobre sus esclavos sigue siendo absoluto. Habi Mint Rabah logró escapar el año pasado de sus amos gracias a su hermano y a SOS Esclavos.
Tuvo dos hijos, uno de ellos ya ha muerto, y aunque no quiere hablar del asunto, su hermano explica que fueron fruto de las violaciones continuadas que sufría a cargo de su dueño. El dominio de los esclavistas sobre sus sirvientes se extiende hasta el punto de que todas las mujeres, al margen de su edad, pueden ser utilizadas sexualmente.
Al igual que muchos otros de sus compañeros, Rabah pensó en escapar, e incluso lo llegó a hacer en alguna ocasión, pero finalmente siempre decidía regresar. Esta sumisión se explica porque, como cuenta M’Barek,«los dueños separan a los niños de sus madres desde pequeñitos, y les enseñan que Alá les ha elegido para servir y que si se escapan irán directamente al infierno».
El control sobre las mentes de sus siervos llega hasta el extremo de enfrentarles a su propia familia, como le sucedió a Ahmed, a quien sus hermanas quisieron matar a golpes después de que él hubiese decidido demandar a su amo por unas tierras que éste le había arrebatado.
Su demanda lleva años en los tribunales y es el único motivo que le empuja a seguir, ya que sobrevive gracias a las limosnas de sus amigos y desconocidos. «Hasta que la Justicia no me dé la razón y me dé lo que es mío no descansaré; no seré un hombre libre», dice.
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/06/09/solidaridad/1244533587.html