“Aunque estamos mal hechos, no estamos terminados; y es la aventura de cambiar y cambiarnos la que hace que valga la pena este parpadeo en la historia del universo, este fugaz calorcito entre dos hielos, que somos nosotros” (Eduardo Galeano)

 

Hace algunos días fui a la Alcaidía de mujeres acompañando a otras que, durante una hora y media por semana, y con las detenidas que eligen la propuesta, comparten el taller “cuerpo, mente y género”.

Una de las mujeres que va al lugar es instructora de yoga y da clases a las detenidas durante esas visitas. El tiempo se divide entre la lectura de algún cuento o la proyección de algún audiovisual relacionado con las violencias, una charla sobre el tema y las clases de yoga de Liz.

Durante tres encuentros Liz no fue porque su esposo había fallecido y a las presas se les contó la razón de su ausencia.

Ese día llegamos y la pizarra señalaba: Total: 29-S.Trans.2. Una resta hecha con tiza blanca decía: Hay: 27. Luego de pasar por dos controles en los que anotaron nuestros nombres en unos cuadernos bastante deteriorados, las mujeres del servicio penitenciario nos hicieron pasar a un salón. Un espacio amplio y bastante cuidado en el que hay muchas mesas y sillas. Pareciera que es un comedor pero que también se usa para otras actividades educativas que tienen las detenidas.

Las mujeres fueron entrando saludando con mucha cordialidad. Pero el saludo de todas a Liz fue especial, pura emoción.

Ramona, una señora mayor la contuvo durante largos minutos con un abrazo tan grande como es ella. Le hablaba al oído y Liz que es chiquitita, con la cabeza en el pecho de Ramona, acurrucada, lagrimeaba en silencio.

La última en entrar fue Irma. Una mujer pura sonrisa, que habla con voz alta y que bromeando les pide zapatos a todas. Después me enteré que es su costumbre. A mí me pidió una calza pero con el requisito de que no sea de color negro.

Irma entró directo hacia Liz. La agarró con fuerza de los hombros, la sacudió en señal de “préstame atención” y le dio un sermón. Le habló de la fuerza que debemos sacar de cualquier lado las mujeres, de los hijos y le repitió varias veces que había rezado por ella y que iba a seguir haciendo lo mismo. Cuando nos despedimos se lo reiteró.

Durante la charla luego del cuento, las que hablaron contaron que se habrían criado sin padres y con madres de “carácter fuerte” como sostén de sus hogares. El episodio relatado en el cuento acerca de una mujer que defendía a otra de un marido violento no pareció sorprenderlas mucho.

Esa hora y media me pasó volando. Y me volví pensando que en el lugar donde pensaba encontrar tristeza y desesperación, encontré fortaleza y consuelo.

Volví pensando en la enorme capacidad de esas mujeres que aún en situación de encierro y de soledad: ABRAZAN. Son capaces de dar afecto, fuerza y contención. Pensé en las risas y complicidades compartidas y en nuestras “claves” de mujeres.

Volví pensando en cuanto tenemos en común y en cuando podemos hacer unas por otras. Ese día, ellas por Liz.

 

Sandra Saidman, Asociación Pensamiento Penal