Prólogo
Un paso hacia la sabiduría Por Osvaldo Bayer
“La Pachamama y el humano”. Qué título, qué duda. La pregunta fundamental. La vida. ¿Qué ha hecho el humano hasta ahora para responder? El humano no ha respondido adecuadamente aún sobre cómo ha venido tratando a la Pachamama. En lugar de lograr el equilibrio para llegar a una paz eterna, ha hecho todo lo contrario. Las guerras, la fabricación de armas, la expoliación y explotación de la naturaleza hasta el hartazgo, no han hecho más que promover un mundo de ricos, pobres, hambrientos, esclavos… de razas “superiores y civilizadas” y de “inferiores y salvajes”. Las religiones tampoco han logrado el equilibrio necesario ni el respeto a la vida, no sólo de los seres humanos sino de todo lo existente. Al contrario, elaboraron instituciones y categorías discriminadoras y crueles: inquisiciones, santos y pecadores, impíos y genuflexos, ricos y hambrientos…
¿Seguir así hasta el final? ¿O buscar a través de lo racional el equilibrio? En estas breves y profundas páginas, el autor se atreve a entrar sin disimulos en la raíz del mal. En el porqué de la violencia, en el ¿hasta cuándo vamos a seguir abusando de la Pachamama y creernos dueños y señores de todo? En el porqué de tanta muerte y desprecio por lo que nos rodea, que es desprecio por la vida propia.
El autor no busca atajos sino que va de frente en todos los temas que hacen a la vida. Sí, incluso se refiere al “maltratamiento de los animales”. Nada menos. Ellos que, como nosotros, son parte de la naturaleza.
Raúl Zaffaroni aborda temas cada vez más apasionantes, para cuya discusión nos entrega una bibliografía abierta a todas las opiniones e ideologías, un registro que merece ser calificado como íntegro y justo. Comienza describiendo la época en la que “en el sentido moderno, no tenían derecho ni los animales ni los humanos”. Luego, explica cómo se “racionaliza” la “venganza” y se concentra en el llamado “chivo expiatorio” y luego, analiza las masacres, los genocidios y los crímenes masivos. La constante búsqueda de un culpable. Finalmente, afirma que “hoy los animales no son aptos como chivos expiatorios del poder punitivo”, ahora lo son los “humanos inferiores y salvajes, los negros y latinos en los USA y los inmigrantes en casi toda Europa”. Y nos lleva de la mano desde Platón a René Descartes quien “consideró que los animales eran máquinas, desposeídas de toda alma”, para explicar la conducta humana: “la continuidad entre el animal y el humano – expresa– se había mantenido durante siglos: los animales eran animales, los criminales, los herejes, las mujeres y los colonizados, como humanos inferiores, eran medio animales”. Y más adelante: “Los medio-animales son más peligrosos, justamente por ser medio animales, y por eso es necesario eliminarlos para evitar que acaben con la humanidad. La mujer, como medio animal, era más débil, y por eso Satán –el “enemigo” en hebreo– la podía tentar a pactar con él para convertirse en bruja”. Zaffaroni acompaña la historia del hombre y sus diversas búsquedas y explicaciones con verdadero sentido didáctico. Así llegamos a Bentham, quien soñaba con llegar a considerar a los animales como sujetos de derechos, y al “balbuceo” de Kant quien “no les reconocía derechos a los animales pero que en forma indirecta admitía obligaciones humanas a su respecto”. Hasta que se llega a Herbert Spencer quien “inventó la justicia subhumana y conforme a la ley de la selección natural concluyó que era menester hacer lo mismo entre los humanos…”
Todo el texto nos seduce para tomar de la mano al autor y seguir paso a paso su intenso y profundo recorrido. Finalmente –después de un amplio desarrollo de ideas–, Zaffaroni expresa algo fundamental: “a nuestro juicio, el bien jurídico en el delito de maltrato de animales no es otro que el derecho del propio animal a no ser objeto de la crueldad humana, para la cual es menester reconocerle el carácter de sujeto de derechos”, siguiendo una expresión de Stone: “El reconocimiento de la personalidad jurídica de entes considerados ́cosas` avanzó en el derecho a través de los siglos y lo no pensable se fue volviendo pensable”. Zaffaroni, superando el concepto de “mero animalismo” y ampliando la pregunta hacia cuestiones ecológicas (¿la naturaleza puede ser sujeto de derechos?), se propone pensar un ecologismo jurídico y el derecho ambiental “como la tutela penal del medio ambiente o derecho penal del medio ambiente”; y vincula al Derecho Ambiental Internacional con el “derecho internacional de los Derechos Humanos”. Indiscutibles pasos adelante.
Zaffaroni reflexiona sobre el mundo que dejamos a las próximas generaciones. Pone en claro que “las administraciones republicanas de los Estados Unidos han provocado una considerable lesión al progreso de los Derechos Humanos en el mundo al negarse a ratificar instrumentos internacionales importantes como el Tratado de Roma de la Corte Penal Internacional y la propia Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica)”. Más aún si se considera a las guerras modernas como delitos ecológicos. Llegamos así a Hiroshima y Nagasaki donde “se corrió el peligro real de la iniciación de la extinción de la especie”: el filósofo francés, Michel Serres,
afirma “desde Hiroshima y Nagasaki el humano ha descubierto una nueva muerte: la muerte de la especie”. Zaffaroni propone privilegiar la cooperación por sobre la competencia social y analiza las ideas de Leonardo Boff: “Ante esa perspectiva y la necesidad de cooperación como regla de supervivencia (Boff) considera que es el capitalismo esencialmente competitivo el principal obstáculo para la salvación de la humanidad en la tierra y concluye que se impone un nuevo socialismo cooperador”.
Quien escribe esta introducción a un libro tan sincero fruto de un coraje que se atreve a decir ¡basta! se siente impulsado a mencionar párrafo por párrafo este escrito tan necesario. Pero un prólogo debe ser sólo un abrir la puerta al jardín donde el visitante podrá analizar por sí mismo todos los argumentos irrebatibles del autor acerca de la equivocada historia del humano en toda su trayectoria, y de las reacciones que su comportamiento ha producido. Sin embargo, me siento tentado a reproducir todavía un párrafo más de este libro donde se sostiene una verdad indiscutible con palabras bien claras: “Europa corporativizó sus sociedades, aprovechó inventos chinos y árabes, desarrolló una tecnología de punta en materia de navegación y guerra y emprendió una empresa de dominio planetario, llevando a cabo horribles crímenes contra la humanidad en América y en África, aniquilando poblaciones, reduciendo al mínimo otras y transportando esclavos, para obtener bienes que eran escasos en su territorio, especialmente materias primas y medios de pago. De esta forma se fue consolidando una civilización industrial, con centro dominante y periferia dominada”. Y agrega: “Dos vertientes se disputaron el campo de celebración triunfalista: una idealista y otra materialista. Sus respectivas cúspides fueron Hegel y Spencer”. Y va más allá con una frase definitoria: “La razón como exclusividad fue sinónimo de capacidad de dominio, cuando no del deber de dominar como obra humana”. Las víctimas directas fueron “nuestras culturas originarias, consideradas infantiles”.
Por eso Zaffaroni cita, como respuesta a Hegel y Spencer, el preámbulo de la Constitución de Ecuador, de 2008: “Celebrando a la naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte que es vital para nuestra existencia… (se decide construir) una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza para alcanzar el buen vivir (o el pleno vivir), el sumak kawsay”.
Zaffaroni afirma que “Nos convertimos en los campeones biológicos de la destrucción intraespecífica y en los depredadores máximos de lo extraespecífico”. Y propone: “Sólo reemplazando el saber de dominus por el de frater podemos recuperar la dignidad humana, que importa, en primer lugar, reconocernos entre los propios humanos”. “Esto no significa ningún romanticismo que idealice a las culturas originarias y al modo de vida de nuestros pueblos precolonizados. Nadie puede pretender negar la técnica, el uso de instrumentos, el beneficio de usar prudentemente de la naturaleza. No se trata de un sueño regresivo a la vida ́primitiva`, sino de actuar con nuestra tecnología pero conforme a las pautas éticas originarias en su relación con todos los entes. Si nuestra condición humana nos dota de una mayor capacidad para idear instrumentos y herramientas, cabe pensar que no lo hace para que nos destruyamos mejor entre nosotros y hagamos lo mismo con los otros entes hasta aniquilar las condiciones de nuestra habitabilidad en el planeta”.
Para cerrar, una última cita: “La guerra suicida la emprendió una cultura, no la cultura”. Y luego para abrir definitivamente la puerta y las ventanas a este sembradío de búsquedas y guías sabias, esta frase de la última página del original del escrito: “Se trata de un encuentro entre una cultura científica que se alarma y otra tradicional que ya conocía el peligro que hoy le vienen a anunciar y también su prevención e incluso su remedio”. Aprendamos.