Trataré en estas líneas de comentarles mi experiencia como jurado en un caso reciente en Estados Unidos.

Cuatro o cinco semanas antes de la fecha en la que tenía que cumplir mi función cívica recibí una carta donde se me informaba la fecha a presentarme (bajo pena de rebeldía a la Corte) y varias preguntas formales: si soy ciudadano, si hablo el idioma, si estuve preso, etc. También hay un apartado para pedir prórroga y explicar el por qué.

En esa carta se da un número de teléfono para llamar el día anterior donde confirman si te necesitan (según el número de respuestas y la cantidad de casos a ser tratados ese día).

Como en la colimba todo el mundo espera tener el número salvador? No fue mi caso.

Los primeros tres días son pagos a razón de 5 dólares, al cuarto día te empiezan a pagar 40, si quedas ahí tenés que llevar tu almuerzo o salir a comer por la zona, llena de restaurantes, accesibles y de los otros.

A las ocho de la mañana estábamos unas cuatrocientas personas entrando al juzgado. Realmente una radiografía de la sociedad: todos los colores, las clases sociales y las profesiones, jubiladas y maestros, policías y colectiveros, ingenieros en sistemas y cocineros. Algunos pidiendo en la ventanilla que los dejen ir o que les cambien la fecha y debo reconocer que la gente que atiende es bastante paciente. Todos nos sentamos y a eso de las nueve aparece un juez que nos explica por primera vez en el día para qué estamos ahí y nos toma juramento de que si somos elegidos haremos nuestra tarea con honestidad.

La formación del jurado

En la carta que recibimos hay un número de código. Por los parlantes nos llaman por nombre de pila y número. No se quieren complicar con apellidos. En mi caso llamaron a noventa personas para conformar un jurado de catorce, que es lo necesario en un juicio penal. De ahí al juzgado, una sala mucho más chica de lo que se ve en televisión, con lugar para cuarenta o cincuenta espectadores, el jurado, el fiscal el defensor y sus asistentes. Nos dan un cuestionario para completar: ¿Fue alguna vez víctima de un crimen? ¿Estuvo preso? ¿Cree en la justicia? ¿Cree que la policía dice la verdad más que los civiles? ¿Conoce a alguna persona en este caso (lista adjunta)?

Estamos apretados y todos queremos que no nos elijan, volvernos a casa y que por tres años no nos vuelvan a llamar, como manda la ley.

Uno a uno nos van llamando, y muchos son excusados, comerciantes que no pueden abandonar sus negocios, gente que cuida padres o hijos enfermos, estudiantes con exámenes esa semana, doctores y gente que en el cuestionario pone lo contrario a lo razonable.

Todos tenemos que hablar con la jueza, la fiscal y el defensor, explicar las respuestas a nuestros cuestionarios, que me robaron el GPS, que tengo un vecino policía y nos saludamos cuando compramos el diario y a cada una de esas preguntas siguen con: ¿y eso le modifica su opinión del caso? No puedo decir que sí, me veo venir un caso difícil y no puedo zafar. Fiscal y defensor pueden recusar sin explicaciones una cantidad determinada de jurados. Se van la mujer policía, el estudiante de abogacía y otros.

Son las cuatro y media de la tarde, todos a casa, vuelvan mañana ocho y media. Somos catorce personas que vamos a pasar un buen tiempo juntos, al menos otros siete días hábiles. Nos miramos y bajamos todos en el ascensor con protección policial empezando a estudiarnos.

El juicio:

La mañana siguiente es mas fácil. Hay otro grupo nuevo de desconocidos, pero nosotros nos vamos reconociendo y nos quedamos cerca, por los altoparlantes nos llaman. «El jurado de la jueza Pincus, presentarse en ventanilla para ser escoltados a su juzgado»

La jueza nos lee los cargos, abuso de menores, creo que a todos se nos revolvió el estómago, no hay escapatoria, a aguantarse lo que venga. Nos explica que el principio del «beneficio de la duda» es fundamental y que el trabajo es del fiscal para culpar al acusado mas allá de una duda razonable, todo lo que necesita hacer la defensa es mantener el beneficio de la duda para su cliente.

Durante los siguientes días pasan testigos: policías, asistentes sociales, la esposa del acusado y madre de la abusada, videos, fotos, escuchas telefónicas, todo con mucho «protesto su señoría» los dos abogados a conferencia con la jueza, lo cual muchas veces implicaba otro recreo. En el ínterin almorzábamos juntos con los otros miembros del jurado. Todo esto bajo estrictas órdenes de la jueza de no discutir el caso entre nosotros fuera de su juzgado, o ni siquiera con nuestras familias.

El último testigo de la fiscalía, la nena que acusa a su padre de abuso sexual fue una experiencia terrible de escuchar. Todo contado con muchísimo detalle. Salimos cabizbajos y sin ganas de hablar. Nos largaron dos horas antes ese día.

El único testigo de la defensa, el hombre acusado del crimen, pasó más de tres horas en el estrado, interrogado por su abogado, la fiscal y otra vez por su abogado.

Después los cierres. Eso sí es como en las películas. Lo único que la fiscal hizo fue apoyarse con un Power Point, lo cual, según me enteré después, no solo no me gustó a mi sino a otros miembros del jurado. El defensor sembrando dudas por aquí y dudas por allá: no nos olvidemos que todo lo que necesita es duda.

La jueza nos lee la ley, y nos explica en profundidad cada uno de los cinco cargos que se le imputan al acusado. Detalla que en un juicio penal las decisiones tienen que ser tomadas por unanimidad y nos manda a una sala de conferencias a deliberar. Ponen los nombres de todos en una tómbola para elegir los jurados alternos, los cuales no deliberan ni están en el cuarto. Por suerte mi nombre no sale. La jurado numero uno está a cargo y va a tener que leer los veredictos. Ahí sí que me salvé.

La deliberación

Ya somos doce, y lo primero que hacemos es dar un rápido punto de vista. Las aguas están divididas, tomamos lista y votación, siete a cinco por culpable. Después de debatir le pedimos a la jueza que queremos escuchar otra vez la intercepción telefónica. Volvemos a la sala de juzgado, oímos la grabación, volvemos a nuestra sala a debatir, Algunos cambiamos de idea, ahora estamos nueve a tres.

A la mañana siguiente, aunque vinimos con café y donuts sigue el debate y no parece que nos movemos de nuestras respectivas posiciones. La jefa del jurado decide que para hablar hay que levantar la mano, ya que hay momentos en que hablamos todos a la vez. Nos organizamos un poco más, pero nadie cede en su postura. Le pedimos a la jueza ver otra vez el video del primer interrogatorio a la nena, en 2010. Volvemos a la sala de deliberación, empiezan las confesiones personales. Parece que es más fácil contarles los secretos más profundos a once personas que eran extraños hasta hace una semana que a los padres, maridos o esposas. Pedimos que la taquígrafa nos relea un testimonio, la jueza nos indica que es tarde y que lo haremos mañana. En nuestras manos sigue el futuro del acusado y su acusadora. Ya se hace tarde, y aunque no nos ponemos de acuerdo seguimos civilizados y nos prometemos salir a tener un verdadero almuerzo con vino y todo cuando terminemos.

Ultimo día

Jueves Santo. Ya somos como de la familia, hasta con los guardias de seguridad, que nos ven acercarnos al detector de metales y nos dicen: «¿Vuelven después de Pascuas?». Si no nos ponemos todos de acuerdo la jueza puede declarar el juicio nulo, debatimos hasta el cansancio sobre la acusación más seria, abuso sexual agravado, hasta que, después de releer el testimonio y ver otra vez un pasaje de la primera entrevista de la nena en video nos ponemos todos de acuerdo.

Le avisamos a la jueza, que tiene que convocar a todos, fiscal, defensor, acusado y uno por uno le pregunta los cargos a la jefa de jurado. Culpable de todos los cargos. Nos mandan otra vez a nuestra sala de conferencias y la jueza nos viene a agradecer por nuestro servicio y dedicación, se ofrece a responder cualquier pregunta. La primera que sale es sobre la condena, que ella hará en más o menos un mes. Es de entre diez y veinte años.

Nos vamos todos a nuestro merecido almuerzo de jurado, a festejar por nuestra libertad después de dos semanas de casi secuestro y en la calle nos encontramos al abogado defensor. Algunos están incómodos y no lo miran, lo saludo y le digo que hizo un buen trabajo. El también nos agradece por los servicios prestados. Conversamos un par de minutos y seguimos hacia el restaurant que nos prometimos. Finalmente un almuerzo sin apuro. Seguimos debatiendo y analizando, pero nuestra misión ya está cumplida, intercambiamos teléfonos, emails y nos prometemos seguir en contacto, como promete siempre la gente, aunque después no pueda cumplirlo.

Para resumir, el caso no fue fácil, y estuve por dos semanas perdiendo el ritmo de mi trabajo, tratando de enterarme a fin del día qué había pasado, pero poder ser parte del sistema que pone en manos de los pares, ilustres desconocidos, la posibilidad de ser encontrado culpable o inocente fue una experiencia inolvidable, sobre todo cuando tanto se escucha sobre injusticia, no solo acá sino en todo el mundo.

(*): Argentino, casado con una marplatense, desde Nueva Jersey, Estados Unidos.

Fuente: http://www.lacapitalmdp.com/noticias/La-Ciudad/2012/04/16/214922.htm