Cristian Ibazeta, un preso de la Unidad 11 de Neuquén que en 2010 fue el principal testigo en un juicio contra 27 guardias del penal, fue atacado el 21 de mayo pasado, en su celda individual, pocos días antes de que iniciara sus salidas transitorias. El jueves pasado murió. El testimonio de Ibazeta se refería a las torturas sufridas por los internos de dicho penal luego de que en abril de 2004 tomaran tres pabellones en protesta por los maltratos sufridos no sólo por ellos sino por la madre del propio Ibazeta, quien en aquella oportunidad había sido desnudada para la requisa y manoseada. No porque el resto de las mujeres que van de visita lo merezcan, pero es bueno señalar que la madre de Ibazeta es no vidente. Las puertas giratorias existen: de los 27 policías que llegaron a juicio oral, dos recibieron condena efectiva, uno de cuatro y el otro de tres años y medio. Otros cuatro recibieron condenas condicionales. Los restantes 21 salieron del tribunal por la misma puerta por la que habían entrado y, salvado su honor, entraron a la U11 por la misma puerta por la que habían salido. Para cerrar el círculo, el entonces jefe de seguridad interna de la U11, Carlos Brondo, ni siquiera llegó a juicio. Hoy es el jefe de todos los penales neuquinos.
Ibazeta tenía 30 años y un hijo de 12. Estaba detenido en la Unidad 11 de Neuquén y le faltaba un mes para empezar el régimen de salidas transitorias. Su historia es peculiar pero no demasiado diferente a la historia de miles de presos. En abril de 2004, después de insistentes reclamos de buena parte de los detenidos en la U11, la requisa a la madre de Ibazeta, ciega por esclerosis múltiple, obligada a desnudarse y manoseada, de-sató la ira de Ibazeta y desbordó el vaso. Los internos tomaron tres pabellones del penal como protesta y para visibilizar el problema. Cuando se normalizó la situación, es decir, cuando la policía tuvo las manos libres de nuevo, se tomó revancha: durante tres días desarmó a palazos protesta y cuerpos. Los internos eran desnudados y castigados con manguerazos de agua helada en pleno otoño sureño, mientras los obligaban a cantar el himno. Si se equivocaban –aseguraron a este diario desde la ONG Zainuco, que representó a los denunciantes en el juicio– “les daban fierrazos en las rodillas, los apilaban desnudos y les caminaban por encima, les daban fierrazos en las plantas de los pies”. Guantánamo no está tan lejos.
La investigación eludió, sospechosamente, acusar al jefe de Seguridad del penal, Carlos Brondo, que hoy ocupa el cargo de jefe de los lugares de detención de Neuquén. Fueron a juicio 27 policías. Zainuco los acusó por torturas. El juicio se llevó a cabo en 2010 ante la Cámara Criminal II de Neuquén. El juez Mario Rodríguez Gómez votó por la condena de los 27 acusados. Por torturas. Juan José Gago y Luis María Fernández (ex asesor legal del Ejército durante la dictadura) consideraron que no había pruebas contra 21 y los absolvieron de culpa y cargo. A los otros seis los condenaron por apremios ilegales, ese estamento de la insignificancia que reemplaza a la tortura. Dos cumplieron condena efectiva. La interpretación fue curiosa: dijeron que la tortura debe verificarse en la rotura de los órganos. Como bien señalan horrorizados en Zainuco, para Gago y Fernández la picana no es tortura.
Además de su testimonio clave, Ibazeta había presentado siete denuncias por torturas que estaban en trámite o habían sido archivadas. El lunes 21 pasado, María Acosta y Gladys Rodríguez, de la misma ONG, visitaron a Ibazeta a su pedido. “Estaba muy nervioso porque los guardias le habían roto las zapatillas que le había regalado la madre –dijo Gladys Rodríguez a este cronista–. Lo convencimos de que se calmara porque en un mes salía. Sabía que iba castigado a buzones. Dijo que no tenía ningún problema con otros internos pero sí que lo buscaban todo el tiempo los guardias. Pidió que informáramos a Florencia Martínez, de la Cámara II. No llegamos a tiempo”. Seis horas después, recibió 24 puntazos. La guardia dijo que fue una pelea con internos. Curioso: la celda era individual y la puerta estaba cerrada.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-195044-2012-05-28.html