Drogas y delincuencia juvenil suelen ser lanzados en la misma bolsa, sin que se sepa muy claramente cuál es la relación entre unas y otra. Para establecer los patrones de uso de drogas entre niños y adolescentes infractores de la ley y entender las causas y consecuencias del fenómeno, un grupo de integrantes del Programa de Asistencia e Investigación de las Adicciones de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia  de ese país, realizaron el “Estudio sobre perfiles sociales y patrones de consumo de sustancias psicoactivas en adolescentes residentes en dispositivos de régimen cerrado”.

 

De acuerdo con la psicóloga Fabiana Cantero y el sociólogo Fernando Veneziale , autores del Estudio, no se verificó una relación lineal entre el consumo de sustancias psicoactivas y actos transgresores de la ley. Esto no significa que no se hayan detectado casos en los que se cometieron delitos bajo efectos de sustancias psicoactivas, pero no se puede afirmar que hay una asociación nítida entre el uso de drogas con el momento que antecede y anticipa la comisión de delitos.

 

Los investigadores subrayaron otros aspectos como determinantes más fuertes del comportamiento delictivo, como un profundo cuadro de exclusión y falta de oportunidades en el que crecen y viven los menores.  Desescolarización, inserción deficiente en el mercado laboral –que a su vez es precario y/o informal- ciclo asiduo de ingresos, egreso y reincidencias en el sistema correccional y experiencias infantiles y juveniles marcadas por la calle, la pobreza, y la violencia abonan el terreno para que germinen comportamientos delictivos como robo y hurto o actitudes transgresoras como el uso de sustancias psicoactivas, legales e ilegales.

 

El estudio encontró, entre otras cosas, que el uso abusivo de drogas entre estos menores se intensifica a partir de los 16 años pero que la edad promedio de inicio de uso de drogas está entre 12 y 13 años. Además, estudia la entrada en escena de la base de coca, que viene en aumento durante los últimos 10 años.

 

En su primera parte el Estudio establece las condiciones de vida y las problemáticas de los menores del grupo estudiado. En la segunda parte, ofrecer un análisis de la información con el objetivo de establecer variables sociodemográficas que puedan servir para el diseño de políticas públicas preventivas.

 

Dormitorio-e-Capa.jpgEl Estudio fue realizado a través de la aplicación de un cuestionario directo a 218 menores  recluidos en dispositivos de régimen cerrado de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (como el Instituto San Martín, foto). Si se tiene en cuenta que el promedio de adolescentes que permanecen recluidos en este tipo de centro está entre 230 y 250,  la muestra tiene un alto alcance de representatividad del universo total del grupo estudiado.

 

Desde Buenos Aires, Fernando y Fabiana concedieron esta entrevista a Comunidad Segura, como introducción a al Estudio completo.

 

Existe la percepción de que el uso de drogas entre los jóvenes precipita la comisión de actos delictivos por parte de ellos. Sin embargo, el estudio concluye que esto no es necesariamente cierto y que hay marcadores sociales que influencian más la conducta delictiva. ¿Cuáles son estas circunstancias y cómo afectan a los jóvenes del grupo estudiado?

De acuerdo con los datos recabados, no se constata una asociación directa entre consumo de drogas y delito, entendiendo ese consumo como el agente precipitante que empuja a delinquir. Más bien lo que se observa es una variada casuística sobre este tema. Probablemente, en muchos casos, el uso de sustancias sea un emergente resultante que acompaña al cuadro de profunda exclusión. Es cierto que la situación de vulnerabilidad por sí misma no empuja a delinquir pero lo que hay que considerar es el impacto que este proceso tiene tanto en el plano subjetivo como en el objetivo en vidas juveniles que aun están en formación.

 

Todos los indicadores sociales relevados en esta población señalan experiencias de vida profundamente marcadas por la desposesión material y simbólica, agravadas por continuas entradas y salidas del sistema institucional punitivo. En este sentido, es posible pensar que la recurrencia por los ilegalismos que muestran estos jóvenes se inscriben en lo que el sociólogo R. Merton señalaba como conducta anómica, es decir viven en una situación donde la brecha entre las metas culturalmente aprobadas para acceder a bienes y los medios legítimos disponibles para alcanzarlos se presenta como insalvable, o al menos son visualizados como tales porque la realidad cotidiana se los confirma día a día. En este marco, el robo y el hurto (los delitos de mayor prevalencia) se van configurando en una opción sentida como válida que tiende a hacer difuso el límite entre lo legal y lo ilegal.

 

¿El estudio permite concluir si hay drogas más asociadas a la comisión de delitos que otras? ¿Cuáles serían éstas y a qué se debería esa mayor influencia?

En aquellos casos en donde se ha podido acreditar una relación entre comisión de delitos producidos bajo efecto del consumo de determinadas drogas, se ha observado que la pasta base y los psicofármacos son los tipos de sustancias más utilizadas en dichas ocasiones.
Aquí, el uso de pasta base podría deberse a sus específicas propiedades toxicológicas ya que su efecto es de muy corta duración y demanda una continua reposición de su consumo, y por ende urge del recurso dinerario para su obtención.

 

En el caso de los psicofármacos (especialmente en las denominadas benzodiacepinas) su ingesta indiscriminada o combinada conlleva  a los jóvenes a realizar transgresiones con un registro más reducido sobre la conciencia de sus actos. Esta disminución de la autopercepción explica, en parte, un menor nivel de inhibición como factor precipitante que empuja al delito.

 

El estudio habla de una mayor proclividad a consumo abusivo de drogas a partir de los 16 años. ¿Cómo explican ustedes esta tendencia?

 

En realidad, si se toma la media de edad de los jóvenes privados de libertad que fueron entrevistados durante la investigación el promedio oscila en 16 años aproximadamente. No obstante, ello no significa que ni el ingreso al sistema punitivo de régimen cerrado ni el consumo de drogas se empiece a dar alrededor de esa edad, por el contrario lo que se observa es que tanto la acción delictiva como el uso de sustancias se da en edades sumamente tempranas. Dados los perfiles sociales producto de las condiciones de vida que en el estudio se describen, puede suponerse que esta precocidad no es azarosa sino que es un rasgo distintivo de esta franja poblacional. De todo esto se deduce que un joven a los 16 años ya muestra un amplio recorrido en experiencias vitales límites y en continua exposición de riesgo. Los dispositivos penales no lo “sacan de carrera” sino que los “captura” por cortos periodos de tiempo en un ciclo constante de ingresos y egresos que no hacen más que incrementar su vulnerabilidad.

 

El Inicio de uso de drogas se da alrededor de los 12 y 13 años, de acuerdo con su investigación. ¿Cómo se explica la tendencia a seguir descendiendo la edad de inicio de consumo de drogas?

 

Una primera hipótesis es que un número muy alto de jóvenes viven en zonas urbanas de extrema pobreza donde el acceso a las drogas se ha visto enormemente facilitado debido a la expansión del narcotráfico y de todo un sistema de venta minorista por parte de muchos habitantes de esos enclaves, que adoptan esa modalidad como medio de subsistencia. Otro factor importante es que prácticamente la totalidad de los jóvenes han desertado de la escuela y ello mismo los pone en una situación de disponibilidad de tiempo y ocio improductivo en entornos hostiles carentes de oportunidades y proclives a la violencia.

 

¿En qué consiste el fenómeno del aumento de consumo de la pasta base y el impacto diferencial que su uso masivo tendría dentro de los sectores sociales más desprotegidos?

 

La pasta base se incorporó a los patrones habituales toxicológicos de la Argentina desde hace aproximadamente 10 años, no casualmente en el periodo de mayor crisis socioeconómica de su historia, con índices inusitados de pobreza e indigencia.  La gran masa  de excluidos que trajo este proceso, que se remonta a la década del 90, se convirtió en un potencial mercado de consumidores para esta droga, cuyo costo era mucho más accesible que otras sustancias dado que provenía del descarte de la elaboración refinada de la cocaína, aunque en la actualidad su producción presenta distintos componentes pero siempre conservado un precio barato acorde a los magros recursos de sus compradores.

 

Instituto-San-Martin.jpg¿Al comparar los resultados de este estudio con los de años anteriores, cuál es la tendencia en cuanto a consumo de drogas entre la población estudiada? ¿Qué interpretación han hecho ustedes de los resultados?

 

Los indicadores de tendencia actuales cuando se lo compara con otros trabajos que venimos haciendo cada dos años desde el 2003 señalan que ciertos consumos como el de alcohol, marihuana, psicofármacos y pasta base se han incrementado y otros se han mantenido constantes, como el de cocaína y solventes inhalantes. Otras variables a considerar es el modo de cómo es consumida la droga, ya que prevalece el policonsumo, es decir las combinaciones simultáneas de varias drogas. A lo largo de sus trayectorias de vida los jóvenes prueban varios tipos de sustancias, en ese sentido el monoconsumo tiene una incidencia muy baja en este grupo.

 

¿Que nos puede decir del alcohol y la marihuana, dos de las sustancias más comúnmente utilizadas?

 

El alcohol y la marihuana son sustancias que tiene una doble característica: por un lado son sustancias casi excluyentes de inicio, y además son las que presentan las tasas de mayor prevalencia de consumo. Este dato es de suma importancia ya que existe una corriente de opinión pública muy instalada en los medios que minimiza este hecho enfocando la alarma social solamente en el consumo de pasta base, que no es un tema menor pero que, a nuestro entender, se debería más a un  imaginario público basado en prejuicios estigmatizantes hacia los sectores más desfavorecidos.

 

Ustedes hablan de que con la reincidencia, el sistema punitivo termina reforzando la conducta delictiva y las condiciones de vulnerabilidad de estos jóvenes. Dado que el uso de drogas es una realidad aparentemente ineludible entre los jóvenes de cualquier sector de la sociedad ¿cómo creen que el estado y la sociedad en general deben lidiar con ellos?

 

Si bien puede resultar obvio, desde nuestro parecer basado en la experiencia acumulada desde hace años, es la modificación de las condiciones de exclusión lo que permitiría no eliminar pero si al menos atenuar la expansión de este fenómeno social. Medidas tan sencillas como escolarizar a quienes se encuentran fuera del sistema educativo sería un buen comienzo. Con respecto a los que ya están dentro del sistema punitivo privados de libertad, es preciso evitar la reincidencia en el delito con políticas activas de empleo e inserción dirigida para estos jóvenes, vemos que muchos de ellos al regresar al mismo medio donde se desarrolló su carrera delictiva y de consumo recaen nuevamente, por eso mismo la política pública debe incluir el acceso a una  vivienda que le permita relocalizarse con otras redes sociales de contención, algo que en los “barrios difíciles” se hace mas complejo de hallar. Si los jóvenes vuelven al seno familiar, es necesario apuntalar a este grupo con recursos tangibles.

El informe completo

 

Andrea Domínguez

 

 

fuente: http://diarionecochea.com/?p=55798#