MIGUEL LÁZARO Sin complejo: no somos funcionarios, nos ganamos la vida trabajando en el ámbito de los servicios públicos. Y además lo hacemos bien, lo sabemos. Digan lo que digan los envidiosos y los mediocres pseudolíderes políticos. Ya saben: en la justicia, en la seguridad del Estado, en la inspección tributaria, en la docencia, en la salud, en las emergencias y en la imprescindible sala de máquinas y logística de la administración. ¿Por qué hemos elegido trabajar en la administración? Muy sencillo, porque hemos querido, podido y sabido. La metodología es por todos conocida: preparación, trabajo, esfuerzo, disciplina y competencia. Además, claro está, de superar una megaoposición compitiendo con otros muchos que también aspiraban a las escasas plazas que había. No éramos nosotros quienes configurábamos el temario ni las retribuciones ni el estatus laboral. Es bueno recordar lo obvio ante la pléyade de apardalados y malintencionados que nos rodean. Ahí están nuestros curriculum vitae.
En la época de las vacas gordas, del chalaneo, de los pelotazos, de los audi y todo terreno y de la masiva concentración de veleros en el Mare Nostrum no existíamos. Éramos invisibles. Nos minusvaloraban porque a duras penas nos llegaba para pagar la hipoteca. Con lo fácil que era aprenderse el mantra: ¿Con IVA o sin IVA? «Tú ocho horas currando y yo sin estudios ni oposiciones tengo más coches que un scalextric y apartamento en Ayamonte». «Tenéis burnaut porque queréis», decían. Mientras tanto, los preclaros adalides de la estupidez y de la mediocridad, es decir los 450.000 especímenes que mamonean de la res pública «colocaban» y «enchufaban» a su red clientelar en las empresas públicas y en la diversas administraciones por la puerta falsa saltándose la norma y el método legal que regulaba el magnífico trabajo de ser «servidor público». Es para quitarse el sombrero: mientras hacían estas cacicadas, tenían tiempo de malgastar, dilapidar y autocorromperse, y a la vez (es impresionante) se autodotaban de una serie de pesebres con más kits que un coche coreano. Ingeniería social: crearon medio millón de oligarcas elitistas (ríete del feudalismo medieval) con un chip eterno de ADN azul (ahora la sangre azul se cotiza a la baja). Su reino no es de este mundo. Son ciudadanos escogidos con dos elementos esenciales: son muy empáticos, de ahí el «que se jodan», y tienen todos broncemia. La broncemia es una enfermedad fantástica, descrita por colegas argentinos, que no aparece en los manuales de medicina ni psicología pero que ha ido aumentando de forma alarmante. Broncemia es el proceso a través del cual el bronce corporal va aumentando de forma progresiva instaurándose una creencia dominante que va configurándose como un pseudodelirio: se creen que son próceres y que su estatua de bronce debe presidir la sede de la organización en la que trabajan o dirigen. Hay dos etapas evolutivas: la primera es la importantitis/ombliguitis (yo, mi, me, conmigo); la segunda, la inmortalitis y la etapa final es la estatua olímpica. Es imposible huir de ellos. Nos rodean. Establecen las reglas del juego y nos obligan a jugarlo. Si la moneda sale cara: ganan ellos, y si sale cruz: nosotros perdemos. Tienen, en el lugar del corazón, su propio ombligo.
La casta política ha puesto en circulación un guión obsceno y estigmatizante: los funcionarios son los apestados, son el lastre que explica la caída del PIB, el riesgo de la prima y la caída del Imperio romano. That is the problem. Hay que jibarizarlos. Nos señalan y nos hipervisibilizan cívicamente con argumentos que incendian la envidia de aquellos que ahora por su desustanciamiento pretérito las pasan canutas. Es decir, igual que nosotros. Nos convierten en chivos expiatorios, desvían la atención de su incompetencia y, además, conservan sus prebendas y privilegios. Por cierto chapeau por el gesto de la extra del alcalde Isern. Solidarios, sí, pero no nos dejaremos manipular. Somos más, mejor preparados y la sociedad nos necesita. Hemos optado: mejor envidiados y odiados que dar pena. No nos autocompadeceremos ni nos autoflagelaremos. Nosotros no matamos a Manolete. Nos han buscado y nos han encontrado. Si algo nos sobra es dignidad y autoestima y no todo el mundo puede decir lo mismo. Trabajamos de funcionarios y a mucha honra, y si os pica, ajo.
* Psiquiatra en Son Espases y coordinador del Centro de atención integral de la depresión