La violencia contra la mujer es generalizada en Colombia y deja decenas de víctimas cada día, pero pocos crímenes son una expresión de machismo tan aberrante y tan impune como desfigurarlas con ácido. Sus víctimas quedan por el resto de su vida con las secuelas físicas de la agresión, lo que las lleva a padecer una verdadera muerte en vida, social y afectivamente. Y, aunque últimamente esta modalidad de violencia de género se ha abierto paso en las noticias, se cubre como un fenómeno aislado o sensacionalista.

Esta es la historia de las víctimas y de la patología de los agresores de una forma de violencia sobre la cual casi no hay estadísticas (en los últimos 15 años solo hay 24 denuncias, casi todas en Bogotá), y que ha dejado a incontables mujeres con lesiones gravísimas en su cuerpo, afectaciones sicológicas profundas y en el más completo abandono por parte de la sociedad y del Estado. SEMANA reunió a seis mujeres que quisieron salir del ostracismo en el que cayeron por su drama y de la vergüenza que por mucho tiempo sintieron por tener parte de su cuerpo desfigurado. Ellas, valientes, decidieron volver a vivir.

Gina Lilián Potes Aguirre tiene el caso de ataque con ácido más antiguo en el país. Hoy tiene 35 años y fue agredida cuando tenía 20, justo en la puerta de su casa, donde estaba con sus dos hijitos y una hermana. «Golpearon la puerta y yo abrí. Ahí estaba una mujer preguntando por un jardín infantil y cuando yo le estaba explicando cómo llegar, apareció un hombre que dijo: ‘esto le pasa por ser tan bonita’, y me echó encima esa cosa». En segundos, el ácido le quemó toda la ropa y la piel de parte de su cara, el cuello, el pecho, sus senos y el abdomen. Gina duró dos meses en cuidados intensivos en el hospital Simón Bolívar y, cuando la dieron de alta, supo que su drama apenas comenzaba. «Uno piensa en la familia, la zozobra, el miedo. Y lo más triste era saber quién me había atacado».

Gina prefiere omitir el nombre de sus sospechas, pero asegura que algún día lo contará. De acuerdo con los testimonios de otras víctimas, los agresores son personas mandadas generalmente por hombres, casi siempre sus parejas quienes, entre varias cosas, sufren enfermizamente de celos.

Otra víctima, Consuelo Cañate, de Istmina (Chocó) señala directamente a su esposo de haberle causado los traumas de los que 11 años después sigue sin recuperarse. Ella vive con una máscara porque fue tan grave la lesión que la piel no le responde, a pesar de que se ha practicado 30 cirugías. «Fue Dagoberto Ensucho, él mismo me echó el ácido y cinco meses después, cuando salí del hospital lo volví a ver. Lo demandé, le dieron cuatro años de cárcel y ya está libre».

La doctora Linda Guerrero, directora y fundadora de la Fundación del Quemado, sostiene que lo grave de este tipo de violencia con ácido es que el criminal no solo quiere hacer visible la agresión, sino que deja en su víctima una marca de por vida que se vuelve un estigma estético y social. «La voy a desfigurar para que no sea de nadie más», explica.

Estas mujeres se sienten impotentes porque la Justicia resulta inoperante frente a este delito. Hay 24 casos reportados entre 1997 y 2012, la mayoría de ellos en Bogotá, con sus denuncias correspondientes, pero solo hay dos detenidos. El perfil de las víctimas se convierte en una condición para que, como dicen ellas, «no pase nada». Estas mujeres atacadas con ácido, según la doctora Guerrero, «vienen de un estado socioeconómico bajo, muy poca escolaridad y, en esa medida, limitadas opciones de trabajo». Y eso les cierra las opciones para que las autoridades actúen frente a sus casos. «A mí me dijeron que era yo la que tenía que averiguar quién me había hecho eso. ¿Cómo se les ocurre? ¡Eso es ilógico!», recuerda con frustración María Cuervo Sánchez.

Y mientras tanto, ¿cómo responde la sociedad? Gina, Consuelo, María, Gloria, Angie y Viviana coinciden en algo: tener parte de sus cuerpos con lesiones de la gravedad que dejan las quemaduras con ácido les ha hecho imposible conseguir trabajo. Todas sufren por los gastos mínimos de cada día: un pasaje de bus, la comida, el arriendo, y, como casi todas son madres cabeza de familia, tienen la preocupación por la subsistencia de sus hijos. Viviana Hernández resume lo que les pasa: «Esto significa la muerte en todo sentido: laboral, social, económico y sentimental. En lo de salud también estamos totalmente abandonadas».

Este año, para la buena fortuna de estas víctimas de la violencia de género, han tenido una respuesta efectiva de la Alta Consejería para la Equidad de la Mujer y de la Alcaldía de Bogotá. Cristina Plazas, directora de esa oficina, le confirmó a SEMANA que harán lo posible por darle empleo a estas mujeres. Además, la Fundación del Quemado ha resultado fundamental en la recuperación física y sicológica de estas valientes mujeres. Adicionalmente, hay en el Congreso un proyecto de ley que pretende endurecer las penas de los criminales porque, hasta ahora, usar ácido para agredir a una mujer es tipificado como lesión personal y la pena, cuando la hay, es mínima. La doctora Guerrero sostiene que un buen comienzo para empezar a ganar la batalla a favor de las víctimas es hacer visible este tipo de agresión.

Estas seis mujeres, como seguramente también las otras víctimas reportadas y las que no han dejado registro, quieren dejar atrás la depresión, la angustia, la soledad, la falta de dinero; quieren recuperar su autoestima; quieren olvidar que sus ataques fueron premeditados y planeados por seres cercanos a sus vidas. Ellas quieren, simplemente, tener la posibilidad de trabajar, ser útiles, aceptadas, respetadas y volver a ser amadas. En esto las autoridades tienen una responsabilidad clara impuesta por las leyes que, sin más alargues, deben empezar a cumplir. La impunidad de estos crímenes solo les da más razones a los victimarios para seguir atacando. Y la sociedad aún está en mora de reparar y aceptar a unas mujeres cuyo único pecado fue ser bonitas y haber tenido la mala suerte de haber sufrido en sus cuerpos los efectos de un ácido con el que unos criminales pretendieron dejarlas muertas en vida.

Angie Juliet Guevara, 26 años
Atacada el 21 de diciembre de 2007
Lesión: cara, oreja, cuello, parte del cuero cabelludo, espalda, manos.
«El tipo me agredió dos veces, primero me intentó pegar, y como yo no me dejé, a los dos días me echó el ácido».

Gina Potes, 35 años
Atacada el 28 de octubre de 1997
Lesión: cara, pecho, vientre.
«Considero que soy una mujer normal con algo que le pasó pero que le puede pasar a cualquiera».

María Cuervo Sánchez, 41 años
Atacada el 8 de marzo de 2004
Lesión: cara, pecho, brazos.
«Espero que el Estado nos dé un mayor apoyo porque esto es una muerte en vida prácticamente».

Consuelo Rosaura Cañate, 51 años
Atacada el 24 de junio de 2001
Lesión: cara, cuello y brazos
«La gente me discrimina, los buses no me paran. Se burlan mucho de mí, me dicen ‘allí va la indigente’, ‘el monstruo'».

Gloria Liliana Piamba, 26 años
Atacada el 24 diciembre de 2010
Lesión: cara y cuello
«Él me dijo ‘téngalo bien presente, en su cara me voy a cagar y con la ley me limpio el culo'»

Viviana Constanza Hernández, 28 años
Atacada el 30 de junio de 2007
Lesión: manos, cara, pecho.
«Yo he hecho las denuncias, pero dicen que no se puede abrir un proceso porque yo no vi a nadie, me echaron el ácido por detrás».

Fuente: http://www.semana.com/nacion/muerte-vida/171914-3.aspx