Cárcel y Universidad pertenecen a órdenes de la realidad tan distintos que resultan incompatibles.
O por lo menos así lo parecían hasta que en 1985 se abrieron las puertas de la cárcel de Devoto -y luego las de otras unidades federales- para que los profesores de la UBA enseñaran Derecho, Sociología y otras disciplinas a los presos.
Pasando barrotes, los estudios superiores fueron conquistando un espacio impensado e inédito, marcado por la falta de contacto con el afuera.
Alcira Daroqui, coordinadora de la Carrera de Sociología en el Programa UBA XXII Universidad en cárceles, es reconocida por la entrega y lucidez con la que sostiene esta tarea, a la que considera como un modo de realizar el derecho a la educación.
¿Cómo la universidad logró entrar en la cárcel, modelo de institución cerrada?
No se puede descontextualizar históricamente el momento en que se produce el acuerdo entre la UBA y el Servicio Penitenciario Federal. Fue en 1985, cuando estaba recién comenzando una democracia bastante sitiada, pero que sostenía la bandera de los derechos humanos. Entonces, las distintas fuerzas de seguridad que participaron activamente en la represión -y el Servicio Penitenciario Federal fue una de ellas- necesitaban mostrar otra cara. La flexibilidad, la disposición a que ingresara en la cárcel la Universidad, sobre todo la Universidad de Buenos Aires -que había sido víctima de una fuerte represión durante la dictadura- llamaba poderosamente la atención. Piense que algunos profesores, que empezaron a dar clases en Devoto en el 86, habían sido presos políticos en esa cárcel. Saludaban a los guardiacárceles, que los reconocían. Algunos no pudieron entrar nunca, porque precisamente no toleraban volver a la cárcel. Hoy sería impensable iniciar un proyecto así.
¿Cómo logró mantenerse el Programa de la UBA durante veintidós años?
Hubo diferentes momentos, me jores y peores. Hoy existen, como tales, sólo dos centros universitarios: en Devoto y Ezeiza (está última es la Unidad 3, de mujeres). El mantenimiento tuvo que ver con compromisos individuales y con gestiones de algunas unidades académicas.
¿En alguna otra parte del mundo la universidad ingresa a la cárcel?
No. No existe en el resto del mundo algo aís. Hay otras experiencias que tienden a una educación a distancia, semipresencial; se intenta sacar al alumno afuera a rendir los exámenes. Se busca garantizar, de alguna manera, el derecho al estudio, pero no a través de una intervención institucional como la que se ha planteado la UBA.
Tiende a emplearse como razón para legitimar este trabajo la no reincidencia de muchos de los presos que estudian. ¿Esta es la razón por la cual tiene que haber más educación en las cárceles?
Yo creo que esto no es así. Afuera, en nuestras facultades, hay una heterogeneidad muy grande; también en la cárcel la hay. Hay presos o presas que al haber estudiado recibieron un estímulo grande para pensar en nunca más volver a la cárcel. Pero esto no es una ecuación matemática. También me parece reduccionista e incluso peligroso suponer que nosotros vamos a las cárceles a curar, porque la educación entonces tendría una lógica de cura, de tratamiento, como una intervención sobre la cabeza del otro. La educación es una herramienta más, aunque es probable que para algunos, dentro de la cárcel, sea muy significativa. Es probable que para otros sea una forma de sobrevivir dentro de la cárcel. A mí me parece que uno de los objetivos que debería plantearse el Programa es ayudar a sobrevivir, limitar los niveles de degradación, de indignidad. Esto sí ayuda a una persona, siga estudiando o no afuera, se reciba o no.
¿Todos los internos miran del mismo modo el estudio?
No. Así como no se puede decir que vamos a la cárcel para evitar la reincidencia, tampoco podemos decir que no haya gente que reincida. Estudiar pudo haber sido un proyecto positivo para un interno, pero qué va a hacer luego no tiene que ver con la Universidad. Además, hay que tener en claro que hubo y hay reincidencia, porque los motivos por los cuales alguien comete delitos exceden a que haya estudiado o no. Si no, la pregunta sería por qué están procesados por cometer delitos ex ministros y ex presidentes con títulos universitarios. Entre los alumnos hay una fuerte heterogeneidad. Para algunos se trata de sobrevivir dentro de una situación de detención complicada; para otros es un espacio en donde hay serenidad para escribir cartas a la familia, para hablar por teléfono. A otros realmente los estimula el estudio. Unos estudian Sociología para reflexionar sobre algunos temas; otros eligen Derecho o Economía de una manera más instrumental.
¿Y las mujeres?
A las alumnas de Ezeiza no les queda opción; todas tienen que estudiar Sociología. Para algunas significa salir de los pabellones y, también, de situaciones de mucha depresión -la mayoría de las mujeres son primarias en sus detenciones. Unos y otras implican un desafío pedagógico para nosotros, porque la mayoría de nuestros alumnos es grande y hace muchos años que ha dejado el hábito del estudio. Algunos temen no poder, otros aceptan el desafío. En definitiva, casi todos ven al estudio universitario como una estrategia de sobrevivencia.
¿Qué diferencia hay entre que enseñe la Universidad a que enseñe el Servicio Penitenciario? ¿Cómo es la educación primaria y secundaria dentro de las cárceles?
En las cárceles federales -es distinto en las provinciales- la escuela primaria está a cargo de maestros que pertenecen al Servicio Penitenciario Federal. La secundaria se dicta por convenio con escuelas secundarias de la zona de la cárcel. Uno de los problemas que yo creo más graves es que hay una suerte de ficción del servicio educativo.
¿A qué se refiere?
A que en la cárcel, los mecanismos de control, evaluación y supervisión de la actividad educativa no existen. Esto significa que se pueden dar dos horas de clase por semana -o cuatro, o seis-; se puede tener una cantidad de alumnos difusa, variable. No se sabe qué cantidad exacta de personas entran a la cárcel sin lectoescritura… Si hubiera mecanismos de control y de supervisión de la actividad educativa se podría saber qué personas están en condiciones de ingresar a la Universidad y cuáles vienen con un capital educativo muy diluido.
¿Cómo se desenvuelven cotidianamente las prácticas educativas en la cárcel?
Nadie lo sabe. Entiendo que son absolutamente deficitarias, porque la educación misma es deficitaria en el marco carcelario, precisamente porque está en el marco del tratamiento penitenciario. La Ley de Ejecución Penal dice que la educación es un derecho, como dice que el trabajo es un derecho y una obligación. En el fondo, hay una lógica de cura que concibe a los presos como enfermos o discapacitados que hay que curar. Si vemos lo que sucedió afuera de la cárcel con la educación y el trabajo, ¿cómo no va a ser peor en la cárcel? Nadie cree que el trabajo y la educación deban ser provistos a los presos y mucho menos si esos presos provienen de los sectores excluidos.
¿Hay trabajo en las cárceles?
No. Hay algunos talleres, algunas cositas menores; pero trabajo carcelario, no. Permanece el mito de finales del siglo XIX: todo el mundo iba a estar trabajando en las cárceles y después iba a volver al mercado, recuperado y más dócil. Pero eso no sucede en la realidad. Seamos francos: a los excluidos que están en la cárcel, ¿quién quiere reintegrarlos y adónde?
¿Es otra especie de ficción?
Exacto. Hay toda una ficción sobre la socialización, la reintegración social, la rehabilitación, el tratamiento y la educación del preso. La educación es empleada de una manera discursiva, vacía, hueca, como un derecho, pero en el fondo es un mecanismo de regulación de la convivencia carcelaria. Se deja que un preso vaya a clase si se porta bien; si se porta mal, no se lo deja ir. O por arbitrariedad se exige que se aprueben determinado número de materias. Como el trabajo y la educación son los dos pilares del tratamiento penitenciario, todos están obligados a hacer algo, aunque sea ficcional, aunque prácticamente no se haga demasiado. Tendría que haber evaluaciones, controles, pero no hay ningún análisis serio.
¿Una clase es igual en cualquier contexto?
No es lo mismo dar clase en una escuela que en una cárcel. No son iguales las condiciones. Cuando se cursa la primaria y la secundaria -no tanto en los cursos de la Universidad- pueden llegar varios alumnos golpeados, víctimas de una situación terrible de violencia, y el maestro está ahí dándoles clase. ¿Qué se hace en esas situaciones? ¿Se da la clase, se la suspende? ¿Qué pasa si gran parte de los maestros terminan teniendo una relación demasiado cercana con el Servicio Penitenciario y se ponen en ese plano para mirar al preso? La fuerza de seguridad no debe intervenir por ningún motivo en esa relación educativa, pero sin embargo, lo hace.
Copyright Clarín, 2008.