Metadona, pregabalina, paracetamol, alprazolam, rivotril, amitriptilina, clonazepan, lorazepan. La vida de Alejandro Cibotti estuvo siempre rodeada de palabras difíciles. Todas aparecieron por culpa de una sigla tristemente célebre: VIH. En 2009, el gobierno de Mauricio Macri lo dejó en la calle al cerrar la dirección en la que trabajaba. La lógica neoliberal entendió que la vida de Alejandro sería más digna con un subsidio por situación de calle en lugar de un sueldo. Entonces, al problema de supervivencia se le sumó una timba de medicamentos, adscriptos por Hospital General de Agudos Enrique Tornú. Su cuerpo estaba condenado a seguir el mismo camino de su orgullo.
El desempleo le quemó el cuerpo. El hombre que hoy tiene 54 años fue diagnosticado con una polineuritis sensitiva en los nervios periféricos. O sea, falta de mielina en los nervios. El cuadro se sumó a otro preexistente de neuropatía. El ardor se ensañó con la parte baja de su humanidad, su ira quedó al descubierto y hasta el aire le dolía. Alejandro sufrió quemazón y calambres en las extremidades, dolores en las articulaciones y espasticidad muscular.
«Si yo hubiese seguido con el tratamiento, hoy no estaría acá», contó a Tiempo mientras paseábamos por Caminito. Alejandro volvió al barrio que lo vio crecer por una razón fundamental: allí viven sus hijos. «Pasé 14 semanas sin poder tocar las sábanas y cada vez tomaba más medicamentos, incluso hasta sufrí ‘el mono’ de la metadona (N. de R.: así se le llama en España al síndrome de abstinencia que producen los opiáceos)», afirmó.
Javier, profesor de la UBA, padre de familia y ex jugador de inferiores de Boca y Huracán, fue quien le presentó el cannabis a su padre. «Fue una tarde en su auto luego de que yo saliera del médico en Ituzaingó. Me habían recetado morfina y mi hijo no lo soportó: ‘mirá papá, yo tengo esto’, y me mostró un cogollo de marihuana. Nunca había visto una cosa así, era una bolita con pelos y colores verdes. marrones y anaranjados, pensé que era un pedazo de cardo. Ni siquiera sabía cómo consumirlo y Javier lo calentó en leche y le agregó chocolate. A los 20 minutos le di gracias a Dios por lo que estaba sintiendo; ya no me quemaban las piernas sino que era apenas un calorcito», recordó.
Sin dudas, el cannabis era la medicina correcta para enfrentar sus dolores. ¿Por qué? Por un principio médico que indica que «el dolor sólo puede tratarse correctamente si se ha evaluado correctamente y es el paciente la sola persona capaz de evaluar la intensidad de su propio dolor». Así lo argumentó el abogado Mariano Fusero en el amparo que Cibotti presentó ante el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para que le suministren la marihuana en su forma natural o en su defecto, le permitan cultivarla. Lo segundo, es lo que terminó ordenando el juez.
Es que el regalo de Javier se terminó y en Argentina somos capaces de probar un medicamento a partir de las encías de una serpiente o dibujando en los cuellos con tinta china pero, de momento, no somos capaces de aceptar a una simple planta. Ni siquiera cuando ya hace un par de años que muestra resultados satisfactorios en cientos de pacientes que se medican en la clandestinidad. Como si estar enfermo no fuese ya una condena.
Alejandro se volvió a encontrar con su medicina en el furgón del Sarmiento y, por esas épocas, viajaba una vez por día de Ituzaingó a Morón sólo para que alguien le convide un porro. Eso era lo único que aliviaba sus dolores.
La solución llegó de la mano de la reivindicación y Alejandro cambió las palabras difíciles por siglas. AREC (Asociación Rosarina de Estudios Culturales), RUCAM (Red de Usuarios de Cannabis Medicinal), AACA (Agrupación Agricultores Cannabicos de Argentina) y APP (Asociación de Pensamiento Penal) fueron las organizaciones que galoparon su dolor y lo acompañaron a la justicia. Luego acompañaron el CELS, Intercambios, ICEERS-España, Espolea-México y el Colegio Médico de Chile.
La titular del Juzgado en lo Contencioso, Administrativo y Tributario N° 7, Lidia Lago rechazó el amparo y lo apelaron. La Cámara entendió que la decisión no estaba bien argumentada, se lo quitó a Lago y lo pasó al juzgado Nº 13, a cargo de Guillermo Scheibler. El amparo, fielmente argumentado por Fusero, logró su objetivo y el magistrado aseguró en los fundamentos del fallo que «la urgente necesidad de encarar una revisión de la actual política para enfrentar el problema de las drogas se pone de manifiesto incluso en los principales países que han sostenido históricamente las posiciones más restrictivas en la materia».
«Considero que la marihuana no sólo me estabilizó sino que me hizo perder la angustia. Entonces me planto porque la ilegalidad termina donde empieza mi dolor. El cannabis también es medicinal. Noté que hay un antes y un después para un enfermo crónico. Pegué un salto de la cama y salí de la depresión. Mi deseo de estar bien es por la planta. No tengo ninguna duda de eso.»
Ese es el argumento más importante: el de Alejandro. Dueño de su propio cuerpo. «
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