Esta obra es un intento de explotación que apunta a desentrañar las complejas causas que desembocaron en la consumación del crimen de genocidio más significativo de la historia del hombre: la Shoá.
A pesar de los numerosos trabajos realizados hasta ahora por prestigiosos historiadores, estudios sin duda fehacientes y certeros que han arrojado luz sobre distintos aspectos relacionados con el exterminio de seis millones de judíos europeos a manos de los nazis y sus aliados, en amplios sectores de la opinión pública persiste la impresión –ciertamente tranquilizadora– de que a ese acontecimiento se llegó pura y exclusivamente merced al voluntarismo de un puñado de dirigentes psicópatas encabezados por Adolf Hitler.
Esta impresión se funda en lo incalificable del resultado final de la gigantesca empresa criminal emprendida por el nazismo: en la Europa de mediados del siglo XX fueron exterminadas seis millones de víctimas judías, entre ellas un millón y medio de niños masacrados en fusilamientos o gaseados en las cámaras de los campos de exterminio. Sólo un conjunto de mentes desquiciadas –se dice– pudo haber desencadenado un crimen semejante.
No obstante, habrá que insistir, una vez más, en lo errado de esta última afirmación. Debemos preguntarnos si, como integrantes de nuestras sociedades modernas y “civilizadas”, estamos preparados para asumir la dura realidad, según la cual Auschwitz –y todo lo que simboliza– ha sido un producto más de nuestra modernidad. En efecto, un análisis exhaustivo del devenir de los sucesos durante la vigencia de la dictadura nacionalista nos revela que a la Shoá se llegó tras superar una serie de etapas, a través de las cuales se fueron radicalizando las decisiones en torno de la situación de los judíos –primero alemanes, luego europeos–, decisiones que fueron tomadas, interpretadas e implementadas, con plena conciencia de las consecuencias de sus actos, por cientos de miles de individuos en todos los niveles y prácticamente en todas las reparticiones estatales que se encontraban bajo el control del Estado nazi y de sus aliados.
Precisamente, fue este avance en etapas sucesivas –acompañado de la propaganda y los discursos legitimadores de la persecución– el que permitió a los dirigentes e ideólogos nazis sentar las bases para que el inmenso aparato burocrático estatal –que no sólo incluía la administración pública sino también las Fuerzas Armadas– se adaptase a las consignas persecutorias de la minoría judía propiciadas por los líderes del movimiento. Desde esta perspectiva, el salto de la burocracia hacia la última etapa del proceso de destrucción sólo fue posible una vez consolidada y asumida plenamente la racionalización de las etapas previas.
Por eso nos parece fundamental analizar la genealogía de este crimen de proporciones inauditas mediante la identificación y la descripción, aun someras, de cada una de las etapas del proceso que culminó en las cámaras de gas y los hornos crematorios de Auschwitz-Birkenau, ya que “hasta un genocidio debe nacer de una manera o de otra, por monstruoso que nos parezca. Hasta un genocidio debe tener una génesis, aunque existan acontecimientos que mucho le cueste aprender a la investigación histórica” (Burrin, 1990: 11).
En ese sentido, si bien en la portada de este libro se menciona la existencia de una serie de etapas, es necesario aclarar desde un comienzo que los sucesos que abordaremos no guardan una linealidad temporal definida; las circunstancias políticas, económicas y sociales que los condicionaron, especialmente en el marco del conflicto bélico mundial, deben ser asumidas en su complejidad y, en todo caso, el hecho de asignar a estos sucesos un lugar entre otros anteriores y posteriores debe considerarse siempre como algo relativo y aproximado.
Si nos permitimos esta concesión –la de segmentar por tramos lo que constituye a las claras un complejismo proceso (método que por lo tanto conllevará cierta dosis de arbitrio)– es porque estamos convencidos de que, al presentar los hechos de este modo y arrojar luz sobre la lógica subyacente a toda la secuencia, contribuiremos a desbaratar las invectivas de quienes aún hoy niegan o relativizan la Shoá basándose precisamente en la imposibilidad fáctica de que algo semejante, de tamaña magnitud, haya podido suceder. Al mismo tiempo, procuraremos llamar la atención sobre lo incalificable de la “Solución Final” perseguida por esta empresa criminal de proporciones inauditas: la erradicación de la faz de la Tierra de todo un pueblo, de su gente, su historia y su cultura, como si nunca hubiese existido, sin hacer diferencias entre hombres, mujeres, niños o ancianos; religiosos, conversos o ateos; ricos o pobres; personas cultas o sin educación formal; defensores de una ideología conservadora o bien revolucionaria; promotores de un Estado propio o cultores de la asimilación. La definición nazi del judío como enemigo irreconciliable por su sola “condición racial” los alcanzó a todos, sin excepción.
Tan extraordinaria era la magnitud del crimen que se estaba cometiendo, que el jurista polaco de origen judío Raphael Lemkin, radicado en los Estados Unidos, debió acuñar en 1944 un vocablo nuevo para hacer referencia a él: genocidio, término que refleja la desquiciada consigna de querer arrancarle una de sus ramas al árbol de la humanidad, de privar al mundo de un pueblo entero, de hacer que éste desaparezca para siempre. Eso era lo que los perpetradores nazis les decían a los judíos cautivos en los campos de concentración: “Nadie quedará vivo para contarlo. Y si alguno logra escurrirse, cuando intente contar lo que vio, nadie creerá que semejante cosa pudo haber sucedido”.
Por otra parte, cabe señalar que para avanzar a través de las sucesivas etapas, siempre en busca de aproximarnos a la verdad histórica, emplearemos la indagación como técnica de adquisición de conocimientos. Eso se debe a nuestra formación profesional, en cuyo marco la indagatoria judicial es un ejercicio cotidiano. En este sentido, toda indagación que tienda a la reconstrucción histórica de un hecho pasado debe reconocer de antemano cuáles serán los aspectos a los que se asignará mayor relevancia, en desmedro de otros que, por distintos motivos, sólo serán considerados secundariamente. Ninguna indagación acerca del proceso causal que condujo a la Shoá podrá prescindir de tres piedras basales:
– la figura, el pensamiento y la acción del conductor de la dictadura nacionalsocialista: Adolf Hitler;
– la estructura y el desenvolvimiento de la corporación burocrático-estatal que se encargó de buscar e implementar la solución de la cuestión judía: las SS de Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich; y
– las alternativas, muchas veces inesperadas y dramáticas, que viviera Alemania en el marco de la Segunda Guerra Mundial en Europa, especialmente lo sucedido en el frente oriental a partir de finales de junio de 1941.
Si se explora la historiografía dedicada a la Shoá se advierte que, si bien en la mayoría de los trabajos hay una justa consideración de las dos primeras premisas fundamentales recién señaladas, suele infravalorarse la influencia de la contienda bélica sobre el proceso, en especial durante el período comprendido entre el verano de 1941 y fines de 1942, cuando la guerra sin cuartel con la Unión Soviética impactó decisivamente sobre las últimas etapas de la Solución Final e imprimió a la Shoá los definitivos y trágicos contornos de modo, tiempo y lugar que hoy conocemos. En esto coincidimos con Jürgen Matthäus, quien afirma que “en la búsqueda de respuestas a las preguntas de cómo, cuándo y por qué la persecución nazi hacia los judíos evolucionó hacia la Solución Final, la importancia de la guerra contra la Unión Soviética difícilmente puede ser sobreestimada” (en Browning, 2005: 245).
Nuestro análisis descansa sobre estos tres ejes, que a su vez deben articularse con muchas otras cuestiones que, de un modo u otro y en distintos momentos del proceso histórico estudiado, también ejercieron su influencia:
– el antisemitismo tradicional latente en Alemania y en buena parte de la Europa luego conquistada por Hitler, además del odio antijudío fomentado de un modo creciente por el régimen nazi a lo largo de su existencia;
– la actitud del pueblo alemán y de los países anexados y aliados frente a la persecución de los judíos;
– el aporte de otras agencias estatales y no estatales alemanas, en especial el ejército, pero también el Partido Nacionalsocialista, la administración y la industria;
– el rol ejercido por otros altos dirigentes nazis, como Hermann Göring, segundo en la línea de poder del régimen, Joseph
Goebbels, su ministro de Propaganda, o Hans Frank, responsable de la Gobernación General en la Polonia conquistada, entre otros;
– las necesidades económicas (especialmente de mano de obra) del Estado alemán a partir del esfuerzo de guerra;
– el papel cumplido por las víctimas judías y sus representes a lo largo de todas las etapas estudiadas;
– la actitud asumida frente a la cuestión judía por los restantes países de Occidente antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
A menudo se me pregunta por los motivos que me impulsaron a afrontar esta tarea. La respuesta es sencilla: la Shoá no atentó solamente contra el pueblo judío sino contra la humanidad en su conjunto; desde esta perspectiva, ya no puede ser considerada patrimonio exclusivo de un pueblo, pues su sombra proyectada pone en cuestión la mismísima condición humana.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-189324-2012-03-11.html