En marzo de 1908, Salvador Enrique José Planas Virella tenía 26 años cuando la Cámara del Crimen de la Capital Federal lo condenó a 10 años de cárcel. Lo habían apresado tres años antes, cuando el 11 de agosto de 1905 intentó asesinar al presidente conservador Manuel Quintana. Hasta poco antes los 30 años estuvo en la Penitenciaría Nacional, de donde logró escapar en enero de 1911 a través de un túnel que excavó con Francisco Regis, otro anarquista vindicador. Ayudado por sus compañeros de militancia cruzó a Montevideo, donde la policía le perdió la pista definitivamente.
El día del atentado, poco antes del mediodía, fue a una peluquería en la calle en Montevideo de 652, a la vuelta de la pensión en la que vivía con su hermano menor. Pidió que le afeitaran el bigote, porque desde hace días vigilaba el carruaje que llevaba a Quintana de su domicilio en Juncal hasta la Casa Rosada. Temía que lo pudieran identificar.
Esa mañana estaba decidido a actuar. Durante días rumió la idea, y se convenció: pobre, hijo de proletarios que también padecían penurias del otro lado del océano (en una comarca rural, cerca de Barcelona) y anarquista: “sería siempre desgraciado”. Así se lo dijo al equipo de médicos de tribunales que tuvieron a su cargo estudiarlo física y psíquicamente, en la causa que por intento de homicidio le instruyó el juez en lo criminal de la capital, Servendo Gallegos.
Seguro de que “el mundo no presentaba alegrías para él, que su vida sería estéril y sin objeto” decidió que quitarse la vida era un medio para “cortar el mal”. Pero no quería que su desaparición fuera en vano, debía resultar “benéfica para sus compañeros”. Matar al presidente sería el medio para que “su sucesor, atemorizado” prestara atención a las necesidades de la clase proletaria.
El 11 de agosto, poco después de la una de la tarde, el carruaje en el que se trasladaba Quintana tomó por la calle Arenales, siguió por uno de los laterales de la Plaza San Martín. Salvador, que lo estaba esperando, corrió y se montó en el estribo. Lo apuntó al presidente con el revolver Smith Wesson que consiguió en una casa de usados en la calle Corrientes y gatilló; pero la bala no salió.
Los peritos químicos concluyeron que el cartucho “no estaba en condiciones de explosibilidad”. Ante el fracaso el anarquista vindicador emprendió la retirada, corrió hacia el centro de la plaza e intentó suicidarse; la bala tampoco salió. Lo detuvieron y lo llevaron a la Seccional de Investigación de la Capital, a cargo del comisario José Rosas.
La causa
Entre las cosas que llevaba Salvador cuando lo detuvieron abundaba la propaganda anarquista, que esperaba propalar. Un folleto titulado ¿Por qué somos anarquistas?, el periódico “El productor” editado en Barcelona, uno titulado Tierra y libertad editado en Madrid y otro editados por los ácratas en París.
Tenía además una carta en catalán, en la que su madre Franca Virella le contaba las penurias que pasaba junto a su esposo paralítico –desde hacía 7 años- y otra de sus hijas. Consultado el cónsul argentino en España confirmó el parentesco y que “por caja de ahorro y depósitos y por banco alemán trasatlántico” les mandó 460 pesetas, repartidas así: 50 en septiembre, 360 en diciembre y 50 en abril de ese año.
Ante el juez, el muchacho declaró que su novia lo había abandonado por sus ideas de avanzada (le propuso vivir juntos sin casarse), que era tipógrafo y que había llegado a Argentina tres años antes, corrido por la miseria en Litges, Barcelona. También dijo pertenecer a la Sociedad de resistencia de las artes gráficas y que era amigo de otros ácratas, como Carlos Balzan y Edmunto Calcagno, entre otros.
Después desfilaron sus empleadores. La mayoría de ellos lo tenía como un buen hombre, pero la viuda de Chechi aclaró que lo había despedido porque “se embebía con frecuencia en la lectura de folletos anárquicos y se expresaba en términos violentos contra los capitalistas”.
Quintana no declaró ante el juez sobre los hechos, pero el 17 de agosto mandó una carta al juez en la que relataba lo sucedido. Sobre las características de Salvador se explayaron los médicos, y concluyeron que el muchacho estaba en sus cabales cuando atacó al presidente. Por tanto, era imputable.
También dijeron que era vegetariano y que desde hace años bebía solo agua, que no ganaba más que para comer y que leía “sin método” cuanto llegaba a sus manos. De piel trigueña, ojos pardos, cabello negro y poblado, fuerte, y de nariz corta en relación al rostro, los médicos advirtieron que sus encías presentaban una “coloración azul obscura, fenómeno debido a uno de los tantos accidentes a que exponen a los obreros de imprenta, las emanaciones de plomo”.
Consultado por los motivos que lo llevaron a apuntar contra el presidente explicó que el primero de mayo de 1904 estuvo entre los manifestantes en el Paseo de Julio, cuando fueron salvajemente agredidos por la policía, y hubo muertos y cientos de obreros heridos. Y que los jefes de estado deben responder por eso, como sus principales responsables políticos.
Suficientemente probado el hecho y reconocidas las motivaciones por el acusado, el fiscal Reyna pidió para Planas Virella 16 años de cárcel. El juez Eduardo French le impuso una pena de 13 años y cuatro meses. Pero su defensor Roberto Bunge apeló ante la Cámara del Crimen, y con el voto de la mayoría entendieron que actuó afectado por causas perturbadoras, que había padecido la represión en manos de la policía durante las concentraciones obreras y vivía en la calamidad, y redujeron la condena a 10 años de cárcel.
Fuente: Archivo General de la Nación, Juzgado del Crimen, Caja P-136, año 1905.