En Rosario, la ciudad en la que en tres años se duplicaron los homicidios, las víctimas tienen un perfil claramente definido: hombres, jóvenes, de sectores populares. Desde la Cátedra de Criminología y Control Social de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) analizaron este fenómeno a partir del trabajo directo en el territorio. El viernes, en el auditorio de la Facultad de Derecho de la UNR, Eugenia Cozzi (becaria del CONICET y Magister en Criminología de la Universidad Nacional del Litoral), María Eugenia Mistura (becaria de Iniciación a la Investigación CIN) y el criminólogo Francisco Broglia presentaron los avances de las investigaciones sobre el “uso expresivo de la violencia altamente lesiva entre grupos de jóvenes de barrios populares de las ciudades de Rosario y Santa Fe”.
El trabajo de los investigadores se desarrolla en las localidades de Santa Fe y Rosario. En cada ciudad se eligieron tres barrios con las tasas más elevadas de homicidios. “Fuimos a buscar a los pibes que estaban participando de estas situaciones. Siempre se hizo un abordaje colectivo de esos jóvenes”, explicó Cozzi a Infojus Noticias. “El vínculo lo hicimos siempre a través de referentes locales que nos pudieran servir de traductores locales de nuestra propuesta”, agregó.
Las investigaciones se iniciaron en 2008 a través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de la ex Secretaría de Seguridad Interior de la Nación sobre violencia altamente lesiva (agresiones físicas letales o potencialmente letales) en sectores populares. En 2009 el proyecto se trasladó a la Secretaría de Seguridad Comunitaria de la provincia. Desde 2011, el trabajo se continúa desde la Cátedra de Criminología.
“Víctimas inocentes”
En su tesis “De clanes, juntas y broncas” para la Maestría en Criminología, Cozzi demostró que el mundo delictivo no es caótico ni carente de sentido. Por el contrario, está regulado y estrechamente vinculado al ‘mundo convencional’. “Es una violencia altamente regulada”, explicó la autora, “esto tiene que ver con cómo está distribuida la violencia, con los criterios de victimización que tienen los jóvenes: cuál es una víctima legítima y cuál no. La violencia entre pares, horizontal, sirve para construir prestigio. Ellos comparten esta idea de que hay víctimas inocentes: alguien que no está en la joda, en los tiros. Pueden ser mujeres, niños o adultos. También aparece muy fuerte la diferenciación de la violencia utilizada en el momento de robar, que es muy medida”.
“El hecho de que algún joven hiciera uso de esa violencia contra alguno de los o las integrantes ‘inocentes’ de la otra junta o clan parece habilitar, y en algunos casos obligar, al resto de los jóvenes a abrir fuego contra ese agresor”, definió Cozzi en su trabajo.
La violencia horizontal, entre jóvenes del mismo rango etario pertenecientes a la misma clase social “aparecen definidas y visibilizadas por agencias estatales –principalmente la agencia policial- y por medios locales de comunicación de un modo particular, a través de la categoría de ‘ajuste de cuentas’”. La idea fuertemente arraigada en el conjunto de la sociedad de que “se matan entre ellos” y “que por lo tanto, no es necesaria ninguna intervención estatal, quitándoles valor e importancia a estas muertes”, explicó Cozzi en su tesis.
Bandas, juntas y clanes
En sus trabajos, los investigadores no utilizan el término de “banda” para referirse a los grupos de jóvenes relacionados con el delito. “Ellos hablan más de junta”, explicó Cozzi. “No encontramos en los grupos las características principales de las bandas criminales conceptualizadas por la literatura clásica norteamericana como estabilidad, organización jerárquica y un rígido sistema de reglas internas y pertenencia”, explicó Mistura en su ensayo “Broncas y muertes. Creaciones identitarias de un grupo de jóvenes de un barrio de Rosario”.
Otra característica que se destaca en las investigaciones de la Cátedra es la participación fluctuante de los jóvenes en el delito. Estas actividades -sostiene Mistura- se presentan como una “alternativa atractiva y viable por la cual los jóvenes del grupo constituyen señales de identidad, generan respeto y reconocimiento entre sus pares y entorno”. Como contrapartida, en muchos casos se evidencia que estas construcciones terminan generando “preocupación, intranquilidad, sufrimiento y hastío tanto para los mismos jóvenes como para su entorno”.
La bala que me mate
En su trabajo Cozzi relató una escena ocurrida un día de invierno de 2011: un joven le contó que cuando era chico y “andaba a los tiros” creía que no iba a llegar a los 18 años. Que jamás vería a sus hijos. Que no le importaba si mataba o moría. “Buscaba la bala que me mate”, le dijo.
“Era terrible volver a la casa de mi mamá, que en la entrada tenía un pasillo largo, que de noche estaba oscuro, que era terrible entrar por ahí, que te podías encontrar con la bronca o con la policía que era insoportable”, relató el joven. “Contaba lo insoportable que resultaba por momentos vivir al límite, en alerta permanente”, resumió Cozzi. El muchacho de la historia logró “rescatarse” y se mudó de barrio junto a su familia.
“La mayoría abandona estas actividades con el tiempo. Tiene que ver con las etapas, lo que en la adolescencia resultaba divertido después deja de serlo. Otros se mantienen de manera fluctuante y otros se profesionalizan”, explicó la abogada.