BARILOCHE (AB).- La voz de Patricio suena temerosa. Sus palabras brotan a cuenta gotas. Con las manos en los bolsillos, sentado en una oficina de paredes verdes y pocos muebles, comienza a contar su historia, la misma que relató (e hizo conmover) a los alumnos de dos colegios secundarios. ¿Qué cuenta? «Que ahora sé lo que es divertirse, hace un tiempo no lo sabía», dice al emitir sus primeras palabras en una charla con «Río Negro».

Patricio Aníbal Nieves tiene 29 años. Hace dos que está detenido en el Penal 3 de Bariloche y le faltan al menos dos más para comenzar con las salidas transitorias. Está «adentro» por homicidio, lo asume sin vueltas y su mirada se nubla, parece perdida. Y vuelve a la charla: «Estoy acá por no saber divertirme. Una noche por una pelea que terminó con un homicidio, eso me trajo acá», resumió.

Las noticias de hace dos años relataron que la mañana del 9 de octubre de 2011, al salir de un local nocturno en Rolando entre Mitre y Moreno, un joven en estado de ebriedad intercambió golpes de puño y mantuvo una fuerte discusión con Raúl «El Riojano» Olmos, que cayó inconsciente y murió dos días después. Ese joven era Patricio; fue detenido de inmediato y condenado en julio del año pasado a ocho años de prisión por homicidio simple con dolo eventual.

 

Una condena

 

Pasaron dos años y Patricio cumple su condena. Con buena conducta e interés en ocupar su tiempo, asiste a un taller de carpintería, se ocupa de los quehaceres de maestranza y hasta hace un tiempo estuvo de ayudante en la cocina. «Tampoco quiero perder el tiempo al estar acá, estar tirado en una cama, estar deprimido, eso no quiero… dentro de todo lo malo quiero estar bien», dijo.

A estas actividades sumó en septiembre una que lo hace «feliz», repite. Hace un tiempo le propuso a la psicóloga Alejandra Schneebeli, coordinadora del gabinete criminológico del penal, dar charlas en colegios para contar su experiencia desde la visión de un joven que se llevaba el mundo por delante y por excesos de alcohol y drogas terminó cometiendo un delito grave, irreparable.

«Mi interés era contarles para que no les pase lo mismo, para hacerles ver los riesgos que corrés a la noche porque a veces pensás que nunca te puede pasar nada y es para cualquiera», dijo luego de haber asistido a dos colegios, uno privado del oeste y otro público. «Gracias a Dios lo han tomado muy bien, he tenido respuesta de ellos que me mandaron cartas agradeciéndome», contó.

Patricio alude a su propia experiencia: «A mí en Bariloche me dejaban entrar gratis a muchos lugares, me daban de tomar gratis, me han dado drogas gratis aunque nunca lo tomé como un vicio y en la noche te encontrás con esas cosas y si no te sabés medir podés terminar mal», dice casi sin respirar y agrega: «Yo no sabía eso, no me medía, si no me emborrachaba no era diversión y he llegado a mi casa sin acordarme de nada».

Está convencido que su charla sirve, al menos eso le dijeron los chicos en sus cartas y en la propia clase de la que participó, donde aseguraron que «no es lo mismo que les pongan un video de las cosas, a que vaya una persona y les cuente lo que vivió, eso los conmueve», insistió el joven de tez blanca que llegó hace más de una década de su Jacobacci natal y acá tuvo trabajo garantizado en gastronomía y hasta formó su familia con dos hijos, uno de seis y otro de cuatro años.

«Lo mío es para hablarles a los chicos porque tengo dos hijos y no me gustaría que pasaran por esta situación, uno piensa que jamás iba a terminar en este lugar. Lo único que hacía era trabajar y salir», cuenta apenado y agrega por lo bajo que la cárcel es «el peor lugar del mundo».

Su vida en el penal es una nueva experiencia y no buena, eso también lo cuenta porque le preguntan, asegura. «Este lugar no es lindo, acá depende de vos salir adelante, si te propones salís adelante, de lo contrario el sistema y la convivencia te llevan a ser peor de lo que sos».

Y la memoria lo aleja de su vida cotidiana y lo lleva de nuevo al día que salió por primera vez a dar la charla. Fue en septiembre, después de obtener una autorización judicial y el respaldo de la psicóloga que se ocupó de fundamentar la propuesta y del colegio donde asistió que le abrió sus puertas.

Ese día estuvo nervioso. «Hacía dos años que no salía de acá y ver caras distintas, muchos chicos, eso me dejó medio congelado porque acá te acostumbrás a ver a las mismas personas», cuenta con una sonrisa en el rostro al recordar esa experiencia. Y se paró frente al aula de alumnos de cuarto y quinto año. Había pensado toda la noche qué decir, hasta algo había anotado pero lo descartó: «No escribí nada en realidad porque lo que cuento es mi historia».

Y la experiencia resultó buena: «No lo podía creer, te da más fuerza para seguir haciendo cosas. Estoy feliz con esas charlas, aparte de salir un rato, me siento bien al hablarles a los chicos, espero que a alguien lo ayude».

Así Patricio intenta que el hecho de cumplir su condena tenga además una cuota de reparación y lo hace con solo transmitir su experiencia para que ningún otro chico vuelva a pasar por lo que él vivió.

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