Carmen Argibay contó sus inicios, su carrera, su cárcel y la dictadura en un testimonio inédito que es parte de una investigación sobre los vínculos del Poder Judicial con el terrorismo de Estado. Es un verdadero documento histórico de una de las primeras personas detenidas ilegalmente en la última dictadura. La fueron a buscar a su casa en la madrugada del mismo golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976. Con el tiempo, esa circunstancia y los nueve meses que pasó en el penal de Devoto se convertirían en un rasgo distintivo de su biografía. El terrorismo de Estado desaparecía gente, pero poca era del Poder Judicial, que en aquellos tiempos funcionó más bien como una cortina, o también como apéndice, del poder represivo. Argibay era la secretaria general de la Cámara del Crimen. Era un cargo importante. Como fue costumbre de la entonces recién estrenada dictadura, no le dieron explicaciones o razones sobre su “arresto”. Cuando intentaba dar con las razones de ese hecho ella lo vinculaba con alguna venganza personal de miembros del tribunal del que formaba parte –que presidía Mario Penna– con quienes había tenido diferencias.
En la cárcel, donde tuvo un infarto, la recientemente fallecida jueza de la Corte Suprema enseñó inglés y francés a sus compañeras, con quienes “iba al cine” los viernes, cuando ella, que tenía buena memoria, contaba alguna película que le gustaba. Había empezado su carrera como “pinche” en los sesenta y fue relegada de un ascenso por ser mujer. El doble apellido, Argibay Molina, le pudo jugar a favor o en contra, pero la tenía sin cuidado. “Si alguien creía que pensaba de determinada manera por mi pertenencia familiar, debe haber sido alguien que sólo conocía a alguna parte de la familia. Lo cierto es que en mi familia hubo de todo, desde conservadores a socialistas. Pero creo que pronto descubrieron, en Tribunales, que pensaba por mi cuenta y que mis opiniones eran mías y de nadie más”, contó Argibay.
La detención
“Fui detenida en mi casa, el 24 de marzo de 1976, en horas de la madrugada por un grupo perteneciente al Ejército. Volaron la cerradura de la puerta de calle a tiros y rompieron la puerta de mi departamento a culatazos. Estaban de uniforme de fajina y era un teniente o teniente primero con tres o cuatro conscriptos. En mi casa todos dormíamos cuando se produjo el ingreso de esta gente. Me dijeron que quedaba detenida a disposición de la Junta Militar, sin otra explicación, pese a que una de mis hermanas les pidió más precisiones, ya que la Junta Militar era una novedad que evidentemente se había producido unas horas antes. Me llevaron a la cárcel de Villa Devoto y nunca me iniciaron una causa. A fin de mes, en el penal me dijeron que figuraba como detenida a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). En esa situación estuve durante los nueve meses que duró mi detención. Dentro de Devoto estuve en dos pabellones y en el hospital los dos últimos meses, porque tuve un infarto.”
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“De las distintas compañeras que tuve, recuerdo muchos nombres pero pocos apellidos. Había varias Cristinas, una era Cristina Bolatti, dos o tres Normas, Norma Nasif, de Tucumán, Diana Pizá, del sur, una Viviana de la que no recuerdo el apellido y una Beatriz que venía de la Universidad de Bahía Blanca, Susana Lamberti, con la que somos amigas hasta el día de hoy, así como Liliana Molina, que estaba en el hospital conmigo y cuyo hijo, Javier, nació allí y es una especie de ahijado mío, ya que fui la primera en tenerlo en brazos, hasta que la madre salió de la sala de partos precariamente armada que había.”
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“Todas las compañeras que tuve sabían leer y escribir, varias eran universitarias, alguna delegada gremial, así que eran personas instruidas. Pero, sí enseñé inglés y francés, éste con ayuda de Susana Lamberti, ya que eso ayudaba a pasar el tiempo. Teníamos pocos libros, porque el penal los censuraba, y recién hacia septiembre u octubre permitieron el ingreso de diarios. Además, nos inventábamos obras de teatro, por ejemplo, parodiando tragedias griegas u obras del teatro clásico. También los viernes a la noche ‘íbamos al cine’, es decir, que yo contaba una película por semana. Por suerte, tengo buena memoria.”
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“Me visitaban mi madre y mis hermanas y mi hermano Manuel. Mi padre había muerto el año anterior y mi hermano menor estaba en Europa, donde se quedó a vivir. Al comienzo, un mes o dos, me visitaba mi primo Pablo Argibay Molina, como mi abogado, hasta que el PEN resolvió que quienes no teníamos causa, no necesitábamos abogado y suprimió esas visitas. Ningún amigo tenía la posibilidad de visitar a las o los detenidos a disposición del PEN. Sólo la familia que hubiera acreditado el parentesco.”
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“Nunca fui torturada, pero maltratarnos, nos maltrataban a todas. Por ejemplo, cada vez que había una requisa en el pabellón, rompían todos los apuntes que habíamos hecho de inglés y francés, supongo que porque no entendían una palabra, pero también puede haber sido por maldad pura, como algunos otros actos, vaciaban los tarros de dulce de leche comprados a la proveeduría del penal para complementar la dieta arriba de las camas, descosían los forros de las camperas, etc. Cuando tuve el infarto y me tuvieron que trasladar al hospital, que estaba tres pisos más abajo y en la otra punta del edificio, me llevaron a los empujones y con la mano encadenada a la espalda. ¡Especial para una infartada reciente!”
La liberación
“Salí en libertad el 22 de diciembre de 1976, por un decreto-ómnibus que liberó a una cantidad de personas que estábamos a disposición del PEN. Pero no nos liberaron a todas juntas, sino con cuentagotas: hoy, diez; mañana doce; pasado, seis y así. Mi amiga Liliana Molina, por ejemplo, salió un par de días antes que yo, aunque figurábamos en el mismo decreto.
La primera persona que me avisó que me liberaban fue una enfermera del Servicio Penitenciario. Después un alcaide que trabajaba en Judiciales.
Me liberaron desde Coordinación Federal, cerca de las doce de la noche y, como había quedado con mi hermano, tomé un taxi en la esquina para volver a mi casa, donde me esperaban todos los de mi familia. Había partido de fútbol. A mí nunca me interesó el fútbol pero, como una muestra de tratar de recuperar la normalidad, le pregunté al taxista cómo iba el partido y resultó que él era peor que yo… Nunca escuchaba fútbol, me dijo.”
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“Ni me expulsaron ni me fui del país. En el año 1977 hice un viaje de tres meses a Europa, con mi madre y mi hermano menor, por consejo médico.
Después de trabajosos trámites para conseguir el pasaporte, viajé en mayo y regresé en agosto del mismo año. Durante la duración del Proceso ejercí la profesión de abogada y completaba mis ingresos ayudando a estudiantes secundarios con inglés y francés. En el año 1983, en febrero, empecé a trabajar para la sección Internacionales del diario La Voz, hasta diciembre de ese año, en que renuncié. En 1984 me nombraron juez de Sentencia, a cargo del Juzgado letra Q de la Capital, con acuerdo del Senado.”
La familia judicial
“Entré a Tribunales haciendo una suplencia de seis meses, en el Juzgado Correccional Letra N, en 1959. El cargo se llamaba entonces Auxiliar mayor de séptima, vulgarmente conocido como ‘pinche’. Un mes después de concluido el interinato, la vacante se hizo efectiva y me llamaron para nombrarme en ella. No venía de una familia tradicional de gente de Derecho, mi padre era médico y mi madre era una excelente pianista aficionada pero, con siete hijos, difícilmente hubiera podido ser más que ama de casa y madre. En mi familia, solamente mi tío José Francisco Argibay Molina era abogado y, cuando yo ingresé, era juez de la Cámara del Crimen, después de haber sido empleado, secretario, fiscal y juez de sentencia. El juez que me nombró, Miguel Angel Buero, había sido secretario de mi tío, así que en ese sentido puede decirse que eso me ayudó.”
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“El juez Buero se fue a un juzgado de sentencia y lo reemplazó Carlos Alberto López Lecube, que venía de ser defensor oficial. Dos años después ascendí a escribiente y, en ese cargo me recibí de abogada. Se produjo la posibilidad de una vacante de secretaria, pero entonces el juez ‘descubrió’ que era mujer y no quiso nombrarme, a pesar de que hasta ese momento decía que yo era su mejor empleada. Enojadísima, pedí un pase y logré irme al Juzgado de Sentencia de Menores letra M, a cargo de Lucas Lennon. Cuando me dieron el diploma, renuncié a Tribunales y me fui a ejercer la profesión durante casi dos años. Pero como no me gustaba, me presenté para volver a Tribunales y, sorpresivamente, me nombró secretaria interina César Black, que estaba a cargo del Juzgado de Instrucción No 2. Después fui secretaria tutelar interina en el Juzgado de Menores No 9, y luego pasé a ser efectiva como secretaria de actuación. Estuve en el Juzgado de Sentencia de Menores letra R, donde me nombraron en reemplazo de García Moritán, que se había ido al Camarón. También trabajé con Alicia Oliveira, que era juez de un juzgado correccional de menores, quien tuvo un conflicto con un secretario y me preguntó si aceptaría una permuta con él. Le dije que sí y, con el consentimiento del juez con el que yo trabajaba, que me parece prefería un secretario varón, hicimos la permuta. Poco después me ascendieron a secretaria de Superintendencia de la Cámara y después pasé a la Secretaría General de Cámara, cargo que ocupaba el 24 de marzo de 1976. En septiembre de ese año (mientras estaba detenida), la Cámara me dio de baja, aplicando la ley de prescindibilidad. En la primera votación, los votos estaban empatados porque faltaba un camarista y desempató el presidente, que era Mario H. Pena, que ya había votado por echarme.”
El doble apellido
“Estimo que mi único ‘padrino’ fue mi tío, que murió a fines del año 1970. Como estuve en muchos lados, tuve muchos y diversos compañeros: algunos sí hicieron bromas por el hecho de pertenecer a una familia tradicional, pero fueron pocos y, la verdad, me preocupaba poco. En cuanto a si alguien creía que pensaba de determinada manera por mi pertenencia familiar, debe haber sido alguien que sólo conocía a alguna parte de la familia y pensaba que por allí podía venir algún condicionamiento. Lo cierto es que en mi familia hubo de todo, desde conservadores a socialistas. Lo era mi bisabuelo paterno que, además, era masón y a cuya mujer en Córdoba le decían que ‘se había casado con el diablo’. Mi abuelo materno era un republicano español que vino a la Argentina con su título de médico, que revalidó durante la presidencia de Avellaneda, formó acá a su familia y trajo a sus padres y a una hermana soltera a vivir con él. Creo que pronto descubrieron, en Tribunales, que pensaba por mi cuenta y que mis opiniones eran mías y de nadie más.”
La venganza
“En mi época de empleada, no existía el gremio judicial y nos estaba prohibida la actividad política por el Reglamento de la Justicia.
No relaciono mi detención con expedientes judiciales, sino más bien con una venganza personal, por algunas actividades que de- sarrollé en mi cargo de secretaria de Superintendencia. No sé si “molestaron” a las Fuerzas Armadas, pero sí “molestaron” a algunos personajes de Tribunales. No participé en la disolución del Camarón, pero sí tenía relación con Roberto Bergalli (que también fue detenido), aunque nos hicimos más amigos después del ’76, y era amiga de Guillermo Díaz Lestrem (defensor oficial que fue detenido unos días después y está desaparecido), con un grupo que nos reuníamos una vez por semana a almorzar en la Asociación de Magistrados. En realidad, nos habíamos conocido todos siendo secretarios o en nuestros primeros pasos en la carrera docente en la facultad.”
Poder Judicial y dictadura
“Creo que sí hubo ‘listas negras’, pero no tengo pruebas para decir quiénes pudieron haber participado en su confección. Durante varios meses antes del golpe se habló de esa posibilidad. Yo, que en el fondo era una ingenua, creía que en un año de elecciones no era razonable que se produjera un golpe. Está claro que nunca me imaginé la sinrazón de los militares. Creo que ninguno de no- sotros preveía la magnitud de lo que iba a pasar. Por mi parte, no modifiqué para nada mi rutina, prueba de ello es que estaba durmiendo tranquila en mi casa, cuando se produjo el violento ingreso que conté al principio.”
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“Diría que parte del Poder Judicial fue cómplice, pero hubo sectores que no lo fueron o, por lo menos, jueces que no lo fueron y que, incluso, tuvieron actitudes valientes de enfrentamiento, como por ejemplo el caso de Guillermo Ledesma, a quien el Ejército le sacó un preso de Devoto para llevarlo al Primer Cuerpo y Ledesma se constituyó allí y no se fue hasta que se lo entregaron.”
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