En los dormitorios suena el reggaeton de Plan B como cortina de fondo. Dos de las chicas ya están en la escuela, otra adolescente se prepara para ir al súper para hacer algunas compras. «Abrigate, hace frío», le dicen por lo menos tres adultos antes de que ella cierre la puerta, sin llevarse la campera. La escena, casi familiar, se repite con frecuencia en «El Chalecito», un dispositivo transitorio de alojamiento cogestionado entre la Dirección de Niñez de la provincia y la Asociación Programa Andrés Rosario. Allí viven 7 chicas, de 9 a 19 años, egresadas del ex Hogar del Huérfano. Algunas estuvieron allí más de cinco años, casi la mitad de su vida. Y, ahora, se preparan para enfrentar el reto de llevar adelante una vida independiente.

Según datos de Niñez, en la provincia hay actualmente 620 niños con medidas excepcionales de protección. Por distintas situaciones que han vulnerado sus derechos, como abandono, maltrato o abuso, están separados de sus familias.

De ellos, alrededor de la mitad reside en instituciones, ya que la posibilidad de vincularlos con alguien de su familia ampliada parece todavía lejana y una adopción resulta difícil. La mayoría son niños que están pisando la adolescencia, con historias largas para edades tan cortas.

Durante este año, unos 60 chicos cumplirán los 18 años. Y si bien el amparo de los programas estatales no se extingue al día siguiente de alcanzar la mayoría de edad, armar un proyecto de vida independiente y fuera del hogar resulta todo un desafío.

El Chalecito es uno de los dispositivos pensados para acompañar ese tránsito. En su proyecto institucional se presenta como un dispositivo que «busca construir un modo de alojamiento que minimice las consecuencias que implica la institucionalización» donde se atienden «las particularidades de cada una de las niñas y adolescentes, acompañándolas en la construcción de una subjetividad afirmada en la vida y no en el estigma moral y sancionador, que muchas veces las posiciona y captura en figuras de infantes infantilizados o eternas víctimas».

El director de Niñez, Cristian Allende, asegura que esta propuesta busca «acompañar a los adolescentes que salen a una vida autónoma independiente para que puedan tener recursos y herramientas». Para esto, dice, hay toda una estrategia de preparación para la vida independiente que arranca a los 12 o 13 años «hasta que puedan de manera gradual y progresiva soltarse».

En toda la provincia hay cuatro centros residenciales con un funcionamiento similar al de El Chalecito. Dos funcionan en Rosario y, en las próximas semanas, se inaugurará otro más en la localidad de Alvear.

El día a día. «Históricamente, los lugares de alojamientos han sido instituciones totales donde todo pasa adentro», advierte . Ignacio Cárcamo, referente del Programa Andrés Rosario. «Los chicos iban todos a la misma escuela, en una combi con el nombre de la institución, participaban todos de los mismos talleres que se hacían en el mismo hogar y los atendían los mismos médicos. Acá se trata de que las chicas decidan a qué escuela quieren ir o qué actividades hacer».

Algo de esto ya se intuye cuando se cruza la puerta de la casa de dos plantas con un jardincito al frente alquilada en la zona norte de la ciudad.

En el frente apenas sobresale el azul eléctrico de las cortinas que cubren las ventanas. No hay carteles institucionales ni banderas oficiales y mucho menos horarios en los que se reciben donaciones.

Y se ingresa a un gran living con pocos muebles y a un garaje convertido en salón de juegos. No hay áreas administrativas, ni de preceptoría, ni de mayordomía. La cocina es centro de operaciones de grandes y adolescentes. Las habitaciones son el territorio de las chicas. Hay dibujos y fotos que son de cada una y un radiograbador que comparten todas. Y con frecuencia suena fuerte Plan B.

Cada cual su tarea. Actualmente El Chalecito alberga a siete chicas, de 9 a 19 años, que comparten la casa con un coordinador y con una pareja de «acompañantes convivenciales», encargados de ordenar la jornada.

La limpieza y el mantenimiento de la casa, la preparación de la comida, las compras y el manejo del presupuesto queda en manos de las adolescentes. Hay asambleas donde se decide, por ejemplo, el menú de la semana y las prioridades de gastos. También para repartir las tareas que deberá cumplir cada uno.

Los tiempos también son elásticos: algunas chicas van a la escuela a la mañana, otras a la tarde. Y también las actividades son distintas: una estudia repostería, otra está por empezar un curso de fotografía, otra practica kick boxing.

Algunas se mueven solas, a otras hay que acompañarlas. Se festejan cumpleaños, se reciben amigos y visitas familiares. Y así se arma una rutina tan particular y caótica como la de cualquier hogar.

«Se trata de que las chicas sean partícipes en la organización de lo cotidiano. Se hacen cargo de la limpieza y la cocina, pero también de la compra de los alimentos, aprenden a pagar los servicios, manejar dinero. Buscamos que gradualmente vayan ganando autonomía, que puedan ir o volver de la escuela solos, de acuerdo a la edad y a la madurez que van teniendo», resume Dora Dieulefait, acompañante de las chicas. Apenas los primeros pasos de un camino difícil.

http://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/Como-viven-hoy-los-chicos-que-estaban-alojados-en-el-ex-Hogar-del-Huerfano-20150705-0014.html