El día que salí en libertad sentí una alegría enorme. No sabía adónde ir. Quería caminar, sentarme en una plaza, quería hacer todo junto. Nos fuimos caminando con una amiga que me fue a buscar y cuando vi la plaza le dije que nos sentáramos, si total teníamos todo el tiempo del mundo y podíamos quedarnos hasta la hora que quisiéramos.» Era el 8 de septiembre de 2012 y César acababa de dejar la cárcel después de 16 años de estar preso. Él tenía 33, y había pasado la mitad de su vida tras las rejas.

 

César Mendoza es una de las cinco personas que fueron condenadas inconstitucionalmente a perpetua siendo menor de edad y desde hace un año está en libertad bajo caución juratoria. La Corte Suprema no resolvió sobre la sentencia, a pesar de que el Estado fue condenado en mayo pasado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por haber violado la Convención sobre los Derechos del Niño.
PASADO Y PRESENTE. General Pico. Sábado 8 de septiembre de 2012. 17 horas. César y Claudio Núñez, otro de los condenados a perpetua siendo menor, abandonan la Unidad 25 en la que estuvieron cumpliendo sus últimos meses de prisión. Llevan con ellos sus «monos» con la única muda de ropa que tienen y se despiden en la estación de ómnibus. «Ahora sí, todo el día sueltos, amigo», le dice a Claudio y se dan un fuerte abrazo. Fue la última vez que se vieron.La Cava. Jueves 19 de septiembre de 2013. 13:30 horas. César hace un año y once días que duerme en su casa. Vive con su madre y está buscando trabajo. Dice que se le hace muy difícil conseguir porque en todos lados le piden certificado de antecedentes. Por ahora hace changas de jardinería y albañilería. En cambio Claudio, hace cuatro meses volvió a caer preso.
La alegría se le nota a César en el rostro cuando habla de sus días en la calle y cuando recuerda el reencuentro con sus tres hijos de siete, ocho y 16 años. Aunque de a ratos, las marcas del encierro se hacen presentes en sus palabras: “Creo que ya no le debo nada a nadie. Ya cumplí. Nos pasamos más de la condena que nos dieron. Tenía 17 años cuando me llevaron preso.»
A César lo condenaron a prisión perpetua el 28 de octubre de 1999 por robo doblemente calificado, lesiones graves y homicidio con alevosía y ensañamiento. El hecho por el que lo sentenciaron ocurrió en un restaurante del barrio de Belgrano en junio de 1996 y fallecieron una mujer y un policía. En el tiroteo murió un integrante de la banda que había ido con César a robar. El fallo estuvo a cargo del Tribunal Oral de Menores Nº 1 que también condenó con la misma pena a Claudio Núñez y a Lucas Mendoza (ver recuadro).
–¿Te acordás del día de la sentencia?
–Ese día me quería morir. Llegué al penal y le dije a mi hermano que estaba preso que me habían dado perpetua. Al poco tiempo a él lo trasladaron y me descontrolé. Pasó un año y pico en el que no me importaba nada. Parecía que buscaba la muerte. No tenía esperanza de nada. No sabía si iba a salir bien de ahí, porque adentro pasan muchas cosas feas. Por suerte, yo tuve una sola puñalada, pero vi cómo mataban a muchos en los pabellones. La cárcel es muy fea.
–¿Qué hiciste durante los años de encierro?
–Cuando entré tenía 17 años. Había hecho séptimo grado afuera y llegué a segundo año en Ezeiza, pero debido a los traslados no pude terminar, porque en La Pampa no se podía estudiar la secundaria. Me dediqué a hacer un par de cursos de carpintería y talabartería.
–¿Qué cambios fuiste notando en vos a través del tiempo en el que estuviste preso?
–Cuando caí preso no me drogaba, pero empecé después de que me condenaron, porque ya no me importaba nada. Tomaba pastillas de reynol y rivotril. Y eso me perdía, tenía quilombos con la gente. El lugar también se prestaba, la mayoría de las personas que estaba en el pabellón tenían perpetua, por eso a nadie le importaba nada y el entorno se prestaba para drogarse. Además, la policía nos discriminaba. La cárcel es un sistema patético que no va a cambiar. Se muestra una imagen, pero adentro es otra cosa. Corre mucha droga y eso genera los problemas.
–¿Por qué decís que te discriminaban?
–Porque en la causa que tenía se murió un policía. Y a mí, a Claudio y a Lucas no nos dejaban hacer conducta por la pena que teníamos. Tampoco podíamos trabajar. Yo sé que hice algo malo, pero estaba cumpliendo la pena.
–¿Y cuándo empezaste a trabajar?
–Después de nueve años sin hacer nada nos dieron trabajo, a mí en la huerta de Ezeiza. Todo por medio de Claudia Cesaroni, que nos empezó a ayudar.
César habla en plural porque se refiere a Claudio y Lucas, a quienes conoció en los camiones de traslados y con quienes compartió varios años tras las rejas en las diferentes cárceles en las que estuvieron: Unidad 16 de Caseros, Devoto, Ezeiza, Marcos Paz, Rawson, Unidad 4 en Santa Rosa y la 25 en General Pico.
Antes de ser condenado a perpetua, César vivía en La Cava con su madre y ya había tenido varias entradas a la comisaría. Su primer robo fue en una casa de familia cuando tenía 12 años. «Salir a robar era como ir a trabajar. Salíamos los viernes y sábados de 12 a 5 de la mañana.»
–¿Por qué empezaste a robar?
–Con esa edad, uno no piensa y hace cualquiera. Pero la verdad es que no sé por qué me fui al otro bando, porque antes hacía las cosas bien, jugaba al fútbol, iba a natación. Pero en la escuela no me iba bien y, cuando me cambiaron, me juntaba con otros chicos y empecé a robar casas. Lo hacía porque quería darle una mano a mi mamá, que trabajaba mucho. Mi papá nos había abandonado cuando yo tenía cuatro años. Veía a los chicos que salían a robar y se compraban motos, traían cosas, y yo quería traer plata a mi casa. Pero bueno, eso ya está, ir a robar, como la cárcel, quedan como un mal recuerdo.
–¿Cómo fue la salida y el reencuentro con tu familia?
–Antes de salir no quería generar tantas expectativas porque no sabía cómo iba a ser. No le podía prometer nada a nadie. Pero fue bueno encontrarme con mis hijos y hermanos, aunque la relación con mi hija de 16 me está costando.
–¿Cómo te sentís en libertad?
–Apenas salí me sentía incómodo, pensaba que todos me miraban. Pero ahora me siento mejor. Sólo se me complicó cuando empecé a buscar trabajo, porque en todos lados piden antecedentes. Yo ya cumplí y ahora quiero trabajar para que mi mamá deje de ir a limpiar casas de familia, porque ella ya es grande.
Durante la entrevista en una estación de servicio, muy cerca de su casa, César vio entrar y salir a chicos que iban con sus netbooks a navegar por Internet. La situación le generó una reflexión: «Veo ahora a estos chicos que vienen acá y está bueno que accedan a todo esto, pero también veo a otros chicos que son más atrevidos que antes. Nosotros hacíamos cosas malas pero no nos metíamos con la gente del barrio, ni salíamos a matar. Creo que no les conviene agarrar el mal camino porque estando adentro, perdés todo. Tu familia, tus amigos y lo poco que tenés. Por eso me quería morir cuando me enteré de que Claudio cayó de nuevo preso.»  «
14 años de inconstitucionalidad
Las condenas a prisión perpetua a menores de edad datan de 1999. Las sentencias de César Mendoza, Claudio Núñez y Lucas Mendoza, fueron apeladas por la defensa de los acusados pero la Cámara de Casación Penal rechazó la apelación. Lo mismo pasó con la Corte Suprema que rechazó el recurso extraordinario.
Tres años después, la Defensoría General de la Nación presentó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), los tres casos de perpetua a menores a los que se le sumaron los casos de Ricardo Videla y de Cristián Roldán Cajal, de la provincia de Mendoza.
En 2010, la CIDH emitió un informe de fondo en el que decía que la Argentina había violado la Convención Americana sobre derechos del niño, y como tampoco cumplió con las recomendaciones que le habían dado, llevó el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Mientras a nivel internacional se trataba el tema de la inconstitucionalidad de las penas, el año pasado la Sala III de la Cámara de Casación pidió que los tribunales orales que habían dictado las sentencias revisaran las penas; pero la medida fue apelada por el fiscal Raúl Pleé. La semana pasada la procuradora Alejandra Gils Carbó dijo que se desestime la apelación del fiscal y que sea la Corte Suprema quien revise las condenas. Ya en mayo de este año la Corte Interamericana había condenado al Estado por el encarcelamiento arbitrario y las condiciones de detención, tratos crueles, inhumanos y degradantes a la que fueron sometidos los menores.
«Siento que es un fracaso colectivo que estén de nuevo presos. Ya pasaron 14 años de las sentencias inconstitucionales y lo peor de todo es que estos chicos, hombres de 33, 34 años no tienen ningún acompañamiento para tratar de armar algo en su vida. Todo el proceso de resocialización lo vivieron en la cárcel. La sentencia reciente de la Corte Interamericana le ordena al Estado que ellos tengan un proyecto de vida. Que tengan asistencia psicológica, psiquiátrica, capacitación laboral y educativa», explica la abogada Claudia Cesaroni que desde 2002 acompañó a estos jóvenes en sus reclamos.
Desde la Defensoría General, Javier Mariezcurrena, explica que tienen que controlar que el Estado cumpla: «Tienen que implementar las medidas de reparación, como así también la revisión del régimen penal juvenil. Como abogados de las víctimas vamos a supervisar que se cumpla todo tal como la Corte Interamericana lo dijo.»
OPINIÓN – Disfraces progresistas
 Julián Axat | DEFENSOR PENAL JUVENIL
Hace pocos días, en un Congreso de Derecho Penal juvenil celebrado en Catamarca, coincidí con el juez mendocino Eduardo Brandi. Durante su exposición habló sobre principios y garantías constitucionales que los NNyA tienen ante la persecución penal específica.
Durante la alocución de una hora percibí que el juez hacía esfuerzos por subrayar las ideas de proporcionalidad y humanidad de las penas. Un auditorio de 500 personas entre alumnos, docentes y abogados terminó aplaudiendo su intervención. Cuando llegaron las preguntas levanté la mano, pedí perdón por hacer de aguafiestas, entonces con sumo respeto pregunté si como juez no estaba arrepentido de haber firmado condenas perpetuas a niños declaradas ilegales recientemente por la Corte Interamericana. Se produjo un largo silencio en la sala, entre el público se escucharon murmullos. Brandi tomó un sorbo de agua y tartamudeo las siguientes palabras: «Bueno… arrepentido no… eran otras épocas… es que en realidad… el derecho y la jurisprudencia cambian… y la Convención no lo impedía…»
Para entonces la gente se paraba de sus sillas y se iba enojada como si en toda esa hora el expositor les hubiera tomado el pelo. Mi idea estaba lejos de defenestrar al juez; en todo caso, saber cómo pensaba ahora y en especial entender cómo funcionan los disfraces progresistas temporales. Si hay algo que me queda claro, es que el justificativo que siguen teniendo los jueces de la democracia que juegan con el dolor irracional es el mismo que el ensayado por los viejos jueces de la dictadura: «el cambio del tiempo justifica el cambio del derecho», y así de sus responsabilidades. Debajo de la reluciente toga, puede seguir escondido el puñal oxidado.