Por Horacio Cecchi
Más grupos de vecinos persiguieron, atraparon y molieron a palos a jóvenes justificándose en que les habían obado
o intentado robar, en una secuencia de linchamientos (no fueron intentos pese a fracasar en su objetivo final) que más que fenómeno debieran tildarse de estallidos de odio y de miedo incontinente. Las escenas se repitieron en General Roca y en La Rioja, mientras que se conoció una tercera ocurrida el sábado en Rosario. Esta última fue una especie de muestra deresultados de prueba y error: un grupo de remiseros persiguió a dos motoqueros que se supone que pretendían asaltar la remisería. Uno de ellos logró escapar y el otro tuvo la mala suerte de caer en manos de los manopropistas y fue saturado a golpes. Resulta que no eran los que habían creído. Lo malo es que el error, con su excusa, termina justificando el procedimiento. En la Ciudad Autónoma, mientras, el fiscal 13 a cargo del caso horda salvaje de Barrio Norte y del intento de robo del muchacho pidió la entrega de las cámaras de seguridad de la zona para intentar determinar quiénes participaron en el linchamiento del joven que intentó robar una cartera en Coronel Díaz y Santa Fe. Por esta vez, la seguridad de las cámaras se les dio vuelta. Al borde de la apología, el diputado del Frente Renovador Sergio Massa justificó la reacción energúmena aludiendo a que se produce “por ausencia del Estado”, del cual, curiosamente, él forma parte. La reacción fue tal que a media tarde el diputado fuori state tuvo que agregar que linchar está mal. También Hermes Binner aportó una rareza: dijo que los linchamientos se deben “a la impunidad”, como si no se tratara de su propia provincia (ver aparte).
El sábado, mientras en Coronel Díaz y Santa Fe un adolescente era sacudido a patadas para castigarlo hasta que aprenda y se muera, en la zona oeste de Rosario, dos jóvenes asaltaban una remisería y escapaban en una moto de alta cilindrada. Dos minutos después, dos jóvenes “idénticos” pasaron por delante de la remisería en una moto pero de baja cilindrada, una Guerrero GLDL de 110 centímetros cúbicos. Los dos jóvenes fueron identificados o se identificaron ellos mismos como Oscar Bonaldi, de 22 años, y Leonardo Medina, de 24. Pasaron delante de la remisería porque habitualmente pasan por allí porque les queda camino al trabajo. Cuando los remiseros los vieron pasar, al grito de ¡ahí van! treparon a sus autos cual llaneros en patota y los persiguieron. La motito de pueblo, claro, no daba para escapar de los remiseros, que les dieron alcance en pocos metros. El miedo hace estragos en la razón: mientras los dos jóvenes creían que eran asaltados, los remiseros creían haber capturado a los asaltantes. Uno de los prófugos asaltados, Medina, logró zafar por esas cosas de la suerte y hecho jirones llegó a una estación de servicio a pedir auxilio porque les querían robar la moto. Mientras, Bonaldi supo de la violencia de la horda encaramada en su cuerpo, sin entender todavía por qué no se llevaban la motito. Más tarde, Medina dijo a Cadena 3 de Rosario que entró en la estación de servicio y pidió que llamaran a la policía al grito de “¡me robaron la moto!” Bonaldi no pudo decir nada porque tenía el rostro deformado por los golpes. Bonaldi y Medina denunciaron la golpiza en la policía y aportarán entre las pruebas los videos de seguridad. El error de los remiseros, como sugiere la experiencia, sólo servirá para reconocer eso, que fue un error y que con mejorar alcanza.
Los linchamientos en Rosario, la Chicago argentina con series de homicidios vinculados al narcotráfico y sus vínculos policiales, quizá deban ser analizados desde esa perspectiva por su llamativa reiteración: se agregó otro caso de linchamiento de dos ladrones (ver aparte).
A más de mil kilómetros de Rosario y del Barrio Norte porteño, y demostrando que el furor de la vendetta y el odio tiene menos fronteras que las imaginadas, un grupo de vecinos atacó a un joven que según los vecinos intentaba entrar por la fuerza a una vivienda e intervinieron con más fuerza sobre él luego de una adrenalínica persecución. Según señaló el Diario de Río Negro, “le dieron una fuerte paliza en el suelo”, que suena más a que le dieron su merecido que a que estuvieron a punto de transformarse en homicidas. El joven interceptado fue internado en el hospital local con heridas en la cabeza y en el hombro. La publicación agrega que luego de la detención del joven “se logró dar con un cómplice de éste, que se encontraba refugiado bajo el puente de la ruta 6”, en una suerte de búsqueda del Far West o del KKK. El diario no aclara la suerte del refugiado.
En otra región, Ciudad de La Rioja, vecinos de un barrio impidieron a un joven que cometiera un robo, pero nadie más que el cansancio impidió que casi lo mataran. El hecho ocurrió en el barrio Santa Justicia, donde un joven de 19 años entró a un kiosco y amenazó a la dueña para que le entregara dinero. La mujer le dijo que no tenía plata y el joven, desorientado, atinó a llevarse unas cajas de vino y se fue a pie. Los vecinos lo cazaron y lo arruinaron a golpes y lo entregaron muy maltrecho a la policía.
En la Ciudad Autónoma, en los límites de Barrio Norte y Palermo, el caso del joven apaleado el sábado pasado demostró que la barbarie no es propiedad de un sector social determinado, sino que el odio atraviesa en forma transversal todas las clases. La diferencia, claro, es que en Palermo y Barrio Norte se suponen más herramientas para distinguir linchamiento de defensa propia, especialmente porque en la golpiza sufrida por el joven todavía internado, se trató de defensa de cartera.
El fiscal de instrucción 13, Marcelo Roma, está a cargo de las dos causas, es decir, tanto de la que acusa al joven por intento de robo como de la que investiga quiénes lo atacaron con la intención de matarlo. Ayer, Roma solicitó los videos de las cámaras de seguridad para analizar ambos hechos. Según Roma, el joven recibió una patada en la mandíbula de parte de uno de sus agresores. Ayer se encontraba internado en el Hospital Fernández con custodia policial. Entre las evaluaciones que hace Roma a estas horas está la de la gravedad de las lesiones sufridas por el joven detenido. Si son leves deberían pasar a la Justicia contravencional de la Ciudad. Si no lo son, deberían permanecer en su fuero.