El discurso sobre la inseguridad es muy poderoso porque toca la fibra íntima de todo ser humano. Nos gusta sentirnos protegidos y atendidos, y sobre esa necesidad, como es típico de nuestra cultura, se monta un mercado, no sólo de dinero, sino sobre todo de poder. Estamos dispuestos a dar poder o dinero a cualquiera que nos haga sentir un poco más seguros. El problema es que sentirnos seguros no es lo mismo que estar seguros, y lo que se trueca hoy en día no es la situación de seguridad sino la sensación.
En los últimos 30 días los diarios chorrean sangre. Si contamos las últimas 20 o 30 muertes violentas ocurridas en el país, quizá sólo el 10 % o el 20% tenga que ver con delitos contra la propiedad, el resto han ocurrido dentro del ámbito familiar, vecinal o por accidentes viales. Esto es inseguridad, una terrible situación de inseguridad, sin embargo no nos hace sentirnos inseguros.
El más espantoso de todos los casos ha sido, sin dudas, el de Carla Figueroa. La violencia que padeció en su relación de pareja llevaba más de tres años. Su deceso no fue un hecho inesperado. Los círculos cercanos de la pareja conocían la situación, las agencias públicas de prevención (Policía, Acción Social Municipal y Provincial, Consejo Provincial de la Mujer, etc.) también lo sabían o tenían la obligación de saberlo, el victimario llevaba más de 8 meses judicializado. ¿Por qué entonces, tomamos conciencia de lo aberrante de la situación una vez que el cuerpo de la muerta nos habla (para aludir a la última obra de Zaffaroni)?.
Porque nuestra sociedad es machista, practica y tolera la desigualdad y la violencia de género, es parte de nuestra cultura.
Porque la ley que permite el avenimiento, un concepto medieval que, por el hecho de permanecer en el Código Penal y en su aplicación judicial, nos da cuenta del criterio de legisladores y jueces.
Porque las agencias del poder público provincial son burocráticas y, al menos en este caso, operaron sin tener en cuenta a las personas, las buenas y las malas, definición medular de burocracia, actuar despersonalizadamente. Porque son pantallas, en definitiva, que “hacen como que” hacen algo para no hacer nada de verdad.
Porque el sistema judicial penal expropia el conflicto, y no tiene en cuenta a la víctima más que como prueba de culpa o de descargo, pero no como sujeto lesionado que cabe contener y recomponer.
En fin, con la mayúscula importancia que tiene el fallo del TIP, la muerte de Carla no se la debemos sólo a él. Fallaron todos los mecanismos de prevención oficial, falla la ley y falla también todos los días una buena parte de la sociedad que todavía no ha expurgado de sí misma la tolerancia con la violencia de género.
Fuente: http://www.infopico.com/social/6668-de-seguridad-y-de-muerte