El accionar del crimen organizado ha sido un tema de constante debate en las últimas décadas, tanto para los diferentes Estados, como para los Organismos Internacionales. La especial importancia que enmarca el tema se debe al crecimiento del fenómeno, a las ganancias que genera la actividad y a su capacidad de poner en peligro y dañar diferentes bienes jurídicos considerados fundamentales para la vida en sociedad.
El beneficio económico constituye un aspecto que se ha señalado repetidamente como una característica saliente del crimen organizado. Por ello se suele hablar de criterios de organización empresarial dentro de la asociación criminal. Se ha definido la criminalidad organizada como la de varios miembros de la sociedad que se asocian generalmente por tiempo indeterminado y organizan su actividad criminal como si fuera un proyecto empresarial.
La organización criminal, concebida como una estructura cuyo fin es delinquir y obtener de ese modo beneficios patrimoniales o materiales, provoca una conmoción en la tranquilidad pública que se acrecienta por la gravedad de los crímenes que lleva adelante y por la utilización de medios violentos dirigidos tanto al interior del grupo como hacia el conjunto de la sociedad.
Para lograr su plan, el grupo criminal se vale de los sectores más desprotegidos y vulnerables de la sociedad. De allí la coincidencia entre las distintas manifestaciones del crimen organizado. El tráfico de drogas, la trata de personas y el lavado de dinero encuentran un punto de confluencia en sus damnificados que son, generalmente, los más débiles.
El circuito que atañe a las drogas supone, en muchos casos, un medio de subsistencia para determinados sectores de la población, y tal vez una buena oportunidad de obtener ingresos para satisfacer necesidades básicas.
La marginalidad obliga, de alguna manera, a que los más necesitados presten su consentimiento para ingresar en el peligroso circuito del tráfico ilícito de drogas, que encuentra mayor fluidez y dinamismo (para todas sus etapas) en un cuadro social con sectores vulnerables, ya sea por la falta de trabajo o la inexistencia de redes de asistencia y contención. Así, ingresan al circuito en la parte de la escala más baja de las estructuras criminales.
Un ejemplo claro es la actividad que realizan los denominados “capsuleros”, quienes por poco dinero transportan la droga dentro de su propio organismo. Estos sujetos pueden trasladar alrededor de ochocientos gramos a un kilo doscientos gramos de droga y su trabajo comienza con la ingesta de las cápsulas recubiertas de látex o algún otro envoltorio que soporte la corrosión del jugo gástrico en el estómago, aunque es cada vez más usual la observación de casos de cápsulas consistentes en simples preservativos amarrados en la punta, rellenados en su interior con cocaína. Otro ejemplo son los vendedores de drogas, denominados muchas veces por el sentido común “soldaditos”. En muchas ocasiones estas agrupaciones se valen de la vulnerabilidad del sujeto mediante el empleo de una metodología de sujeción del cuerpo y la psiquis, al igual que lo hacen as agrupaciones que se dedican al negocio de la trata de personas.
La peligrosidad de la actividad que desarrollan estas redes, en comparación con la exigua suma de dinero que obtienen a cambio, de ninguna manera justifica la maniobra si no es por una extrema necesidad económica del sujeto, máxime si se considera que la exposición a la violencia e incluso a la muerte.
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