Por Robert Fisk *
Gracias a Dios por Noam Chomsky. No por su vida de denunciar ataques sobre nuestra hipocresía política, sino por su lingüística. Mucho antes de que yo lo conociera, el Fisk estudiante trabajaba en su curso de lingüística de la universidad, donde el trabajo de Chomsky fue el que primero me alertó sobre el peligroso uso del idioma. Condenó la semántica vil del Pentágono y de la CIA. No sólo la obscena frase “daños colaterales”, sino el lenguaje de la tortura.
O, como los muchachos que torturan en nuestro nombre lo llaman, “técnicas de interrogatorio mejoradas”. Echemos un vistazo más de cerca a eso. “Mejorado” es una palabra que sugiere algo mejor, más culto, incluso menos costoso. Por ejemplo, “medicina mejorada” presumiblemente implica una forma más racional de mejorar tu salud. Al igual que “la escolarización mejorada” podría sugerir una educación más valiosa para un niño. “Interrogatorio” por lo menos insinúa que se trata todo esto. Hacer preguntas y obtener, o no, una respuesta. Pero “técnicas” les gana a todas. Una técnica es una habilidad técnica, ¿no es así? Por lo general, me dice mi diccionario, en la obra artística.
Por lo tanto, los que llevan a cabo los “interrogatorios” tienen habilidades especiales –que implica capacitación, trabajo aprendido, el producto del cerebro–. Que supongo, en cierto modo, es de lo que trata la tortura. No es simplemente la forma en que normalmente yo describiría el proceso de golpear a la gente contra las paredes, ahogándolas en agua e introduciendo hummus por el recto. Pero en caso de que eso sea demasiado gráfico, los muchachos y muchachas de prensa de Estados Unidos llegaron a referirse a ello en una forma familiar. Todo el proceso de “técnicas de interrogación mejoradas” se llama ahora EIT. Al igual que las armas de destrucción masiva (las llamadas WMD) –otra mentira en nuestro vocabulario político– todo el sucio asunto está envuelto en una abreviatura de tres letras.
Y luego nos enteramos de que todo esto es parte de un “programa”. Algo cuidadosamente planeado, un programa, una actuación, debidamente aprobado, incluso teatral. Mi viejo y fiel American College Dictionary incluso define “programa” como “un entretenimiento con referencia a sus piezas o números”, que es lo que supongo que los psicópatas en la CIA estaban disfrutando frente a sus víctimas. Atenlo, con trapos sobre el rostro, viertan el agua, no demasiadas burbujas por favor. Ah, bueno, golpéenlo contra la pared. Un programa por cierto.
Dick “Lado Oscuro” Cheney usó la palabra “programa” cuando condenó el informe del Senado estadounidense sobre torturas de la CIA. Curiosamente, sin embargo, su descripción del documento como “lleno de mierda” contenía un efecto secundario no deseado del proceso que aplaudía. Para aquellos que bajo tortura suelen orinarse y defecar y, como sabemos por los que sufrieron estos “programas”, la CIA a menudo deja a sus víctimas paradas desnudas, lo cual hizo que las víctimas se defecaran sobre ellas mismas. Cheney quiere que creamos, por supuesto, que estos pobres hombres obtuvieron información importante de las viles criaturas que los estaban torturando. Eso es exactamente lo que las inquisiciones medievales descubrieron cuando acusaron a los inocentes de brujería. Las víctimas admitieron que habían volado por los aires. Tal vez eso es lo que Khalid Sheikh Mohammed, después de ser sometido al submarino 183 veces, les dijo a sus torturadores de la CIA. Que podía volar por el aire. Un avión humano terrorista. Supongo que debe ser el tipo de “información vital” que Cheney afirma que las víctimas le dieron a la CIA.
Por supuesto, se dejó al director de la CIA, John Brennan, que tal vez sintiera la respiración en su nuca de algunos abogados de derechos humanos, decir que algunas de las “técnicas” –sí, esa es la palabra que utilizó– no estaban no autorizadas y eran “abominables”. Y así hábilmente presentó una nueva versión de los crímenes de la CIA. AIT –Abominables Técnicas de Tortura– “debe ser repudiadas por todos” –pero no, al parecer, las buenas EIT–. Como dijo Cheney, la tortura era “algo que cuidadosamente evitamos”. Tomo nota de las palabras “cuidadosamente”. Y me estremezco.
El bueno de Brennan nos dijo que “nos quedamos cortos cuando se trató de responsabilizar a algunos oficiales”. Pero es perfectamente claro que los torturadores –u “oficiales”– no van a ser considerados responsables. Tampoco lo es Brennan. Tampoco Dick Cheney. Y tampoco, me atrevo a mencionar esto, son los regímenes árabes donde la CIA consideraba que aquellas víctimas que merecen un trato aún más vil que el que podían dispensar en sus propias prisiones secretas. Un pobre chico, Maher Arar, ciudadano canadiense, un conductor de camiones incautados por la CIA en el aeropuerto JFK de Nueva York, partió a Siria para recibir un poco de AIT –no EIT, que quede claro– a petición de los estadounidenses. Metido en un agujero poco más grande que un ataúd, su primer contacto diario con AIT era la picana.
Así Cheney y sus muchachos satisfacían su sadismo, hasta el punto en que esas “técnicas de interrogatorio” ahora indignan tanto a Occidente que se está pidiendo el derrocamiento del régimen sirio (junto con el derrocamiento de Isis y Jabhat al-Nusra), a favor de los “moderados” recientemente armados que, supuestamente, participan sólo en EIT no en AIT.
Pero como mi colega periodista Rami Khouri señaló, los 54 países del “programa” de la CIA de entregas incluyen Argelia, Egipto, Irán, Irak, Jordania, Marruecos, Arabia Saudita, Siria, Turquía, los Emiratos Arabes Unidos y Yemen. Usted puede agregar la Libia de Khadafi a esa lista. De hecho, la policía secreta italiana incluso ayudó a la CIA a secuestrar a un imán en las calles de Milán y mandarlo a El Cairo por un poco de AIT a manos de los interrogadores de Mubarak. Lo que probablemente explica por qué el mundo árabe y musulmán estuvo un poco tranquilo desde que el informe del Senado fue publicado la semana pasada.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.