En 1989, cuando ya tenía ochenta y tres años, Maurice Blanchot escribía en una carta a Bernard Henry Lévy: “Hoy no pienso en otra cosa que en Auschwitz”. Había transcurrido medio siglo del acontecimiento y, sin embargo, Blanchot, aunque no había sido una víctima del nazismo, lo vivía, en la medida en que lo pensaba, en presente. Era una forma de romper el silencio, de purgar el pasado. Agregaba en esa misma carta: “¿Cómo ese lugar de extremo dolor puede convertirse en un foco de polémica? ¡Oh, muertos, muertos por nosotros y a menudo a causa de nosotros (por nuestra contumacia) no es preciso que muráis dos veces”.
Treinta años de lucha por la Verdad y la Justicia. Treinta años para romper el silencio, terminar con el olvido y penetrar el espacio cultural de la palabra. Así, con el primer juicio en el que pudieron testimoniar sobre los horribles crímenes de la última dictadura militar, víctimas y familiares superaban el peor ultraje al que fueron sometidos, la privación del derecho a ser escuchados por toda la sociedad. El fin de la impunidad nos devolvió como sociedad la dignidad y quizás de una vez para siempre la cultura del otro. Esos juicios que construyeron memoria/cultura abrieron una grieta poética en el lenguaje jurídico y trajeron libertad, porque sin memoria no hay libertad posible, no hay palabra. No hay otros. Hacer derecho es hacer poesía. (Ihering) Hacer derecho es hacer palabra. No se puede construir en el silencio, menos aún se puede construir silenciando. Desapareciendo. En la palabra-tumba (Celan). En las fosas de la palabra (en esos muertos cavados en la palabra) surge un nuevo derecho. Por eso debemos escuchar a los miles que siguen sin poder hablar. Si no lo hacemos, si no escuchamos, nos condenamos a la repetición y la conservación de lo que siempre se ha dicho sobre el Derecho. En la Argentina hacía tiempo que no se discutía tanto como se discute ahora. Esto molesta a los que prefieren callar. Esto es lo que Ranciere llama “la revancha de los silenciados”. Eso es la política. La revancha del que estaba en silencio y alcanza una voz. La historia de la política es la historia de ese movimiento silenciado de la palabra, de conquista de la palabra. La memoria cambió lo que entendemos por política y lo que entendemos por derecho. De aquí en adelante por más que el viejo derecho y sus voceros continúen aferrados al dogma secreto, sus palabras han perdido el sentido. Y la vocación. El mito de la Justicia pala/ciega que es sorda, ciega y muda –habla por sus sentencias– se ha roto. Las palabras vacías y los circunloquios circunstanciales no son más que murmullos que en la calle ya no se escuchan. Estos son los profesores que hacen “lógica” del derecho. No derecho. La gente quiere saber. Quiere palabra. Nadie los escucha porque sus mensajes están abstraídos de la otredad.
No puede haber ni habrá derecho ni Justicia sin los otros. Por eso Lyotard proponía cambiar la denominación de los derechos humanos como los Derechos del Otro (cualquiera puede hablar en nombre de los derechos humanos, pero no cualquiera puede hablar en nombre de los derechos del otro) porque dentro de los caracteres de la Justicia hay mucho más que decir que todos “tienen derecho”. Señalaba que es imprescindible garantizar tanto la legitimidad como la paridad de la alteridad en la interlocución. Esto implica esencialmente que pueda anunciarse y decirse algo distinto a todo lo que ya se ha dicho. Esa es la grieta que han abierto los juicios por los crímenes de la dictadura. Ese es el gran desafío, construir entre todos un nuevo Derecho y una Nueva Justicia en la que todos y todas puedan hablar y ser escuchados. Un Derecho y una Justicia que tengan las palabras-espada para castigar los crímenes de los poderosos y palabras llave y palabras ganzúa para abrir las puertas a todos al Derecho y a la Justicia. Por eso, nada será igual de ahora en más, ni la política ni su alter ego el derecho y menos aún la Justicia. Buscar la legitimidad es buscar la palabra justa. El fin de la impunidad se constituyó como defensa de la libertad de expresión. Los juicios de lesa humanidad (aunados a la memoria) les dieron sentido moral (legitimidad) a las instituciones de la democracia, que estaban quebradas. Eso hizo la memoria: le enseñó al Derecho (y también a los abogados) que tenía la obligación de hablar de eso de lo que no se podía hablar. El derecho no puede callar ni dejar de escuchar al otro. Un derecho que calla, que no escucha, no es derecho. El derecho tiene una historia que va de la mano de la palabra. Donde la palabra bella es la palabra justa. Noble. Que abre un camino. Que permite escuchar(lo) (permite ver) y al que no es escuchado. Eso es lo que significaba al comienzo la justicia. Poesía. Verdad. Dignidad. Y humanismo. Cuatro palabras del nuevo derecho. Poesía. Verdad. Dignidad y Humanismo. La palabra humaniza. La dignidad del hombre es la dignidad de su palabra. El hombre llega a la justicia sólo con su palabra. (Aristóteles) Negarle al hombre su palabra es negarle su dignidad como hombre. Su derecho. Sólo a través de los poetas elevando su voz en el exterminio podemos juzgar, saber qué es el derecho. ¿Desde dónde nace el juicio? Los poetas fueron expulsados por Platón. Fueron aniquilados. Pero sin ellos no hay república. No hay derecho, no hay tolerancia. La dictadura argentina también aniquiló la poesía. Aniquiló a los poetas. Que hablaban un lenguaje “vago” (frente al derecho del Proceso que era un derecho “preciso”). Los desapareció. El Nuevo Derecho y la nueva cultura (jurídica) hablan desde un concepto esencial: la palabra del otro. Esos otros que luchan por ser escuchados. Por existir. Amanecer del derecho. Acabar con la ceniza derramada en los expedientes. En los tribunales. En las conciencias que callan.
Por qué recordamos, se pregunta Elie Weisel. Pero su pregunta debe ser invertida: cómo no recordar. Cómo no saber. Cómo no ver. Cómo no escuchar. Cómo olvidar. La memoria sabía, sabe y siempre quiere saber. La verdad es su mandato. Por eso la tolerancia, que es una forma de la libertad, va de la mano de la memoria. La intolerancia es el silencio, el robo de los hijos. Tapar el pasado, tapar los “excesos”, no ver –no querer nombrar, no dejar que se nombren– sus crímenes. El nuevo derecho parte de la premisa de Kant: atrévete a saber (lo que no se debe saber). Atrévete a decir lo que no se debe decir. Atrévete a ver lo que no se debe ver. La Argentina pasó del “no te metás” del Proceso (que siguió en los ’90) al “atrévete a saber” de Kant. El desafío de la nueva Justicia es ése: atreverse a ver, a decir. A escuchar. Las nuevas generaciones de abogados argentinos tomamos esa premisa kantiana para reconstruir la vaciada legitimidad del derecho. Atreverse a ver para ser “legítimo”. Levantar la voz es el primer gran derecho. El poeta es el mejor abogado. En la Argentina la poesía –que es la palabra justa (aunque a muchos abogados de la lógica formal cómplice la poesía, como la democratización de la palabra/justicia, que es una y la misma democratización, les pareció siempre una idea “vaga”, “imprecisa” “sin sentido”)– de abogados desaparecidos volvió al derecho. Volvió la palabra para renovar el lenguaje de la Justicia. La poesía de Pargas, de Money (poeta asesinado por la Triple A), se hizo oír. Se hizo derecho. Se hizo justicia. Se hizo palabra. Se hizo carne. Como Soyfer cantando en Duchau, nuestros poetas (Luis Elenzvaig, abogado desaparecido y poeta) nos hablan desde el exterminio. Nos indican el camino que debe seguir el derecho. Ellos son el derecho. Ellos son la palabra. Ellos son el otro (Duhalde diría el otro del otro) que se atrevió a ver la democracia.
* Defensor general público de la provincia de Santa Fe.
** Asesor de la Secretaría de DD.HH. de la Nación.
fuente http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-216876-2013-03-29.html