Son familiares de Bladimir, de 16 años, y Maximiliano, de 14, ambos ejecutados con armas 9 milímetros en La Plata.  A uno lo mataron por la espalda. Al otro le disparó un agente en un intento de asalto. Eran hostigados por la policía. 


Cuando los hechos hablan/ en la potencia que estremece/ Sacrificio”. El poema que así comienza se titula Vindicación Imperceptible. Pertenece al último libro de poesías del defensor oficial de menores Julián Axat, y redondea el concepto de «clima de eliminación social» que explicitó en la denuncia que presentó la semana pasada ante la Suprema Corte de Justicia Bonaerense por la seguidilla de asesinatos de seis niños cometidos en menos de un año en La Plata, a la que el viernes se sumó un nuevo asesinato (ver aparte).  En todos los casos, se trata de chicos en conflicto con la ley, abandonados por los sistemas de protección estatal.  «Yo quiero llegar hasta las últimas consecuencias. Quiero saber quién fue. Y que caiga el que tenga que caer. A mi hijo no me lo van a devolver, pero yo quiero saber la verdad», exige Samuel Garay, un empleado gráfico de 51 años que el jueves sepultó en el cementerio municipal de La Plata a su hijo Bladimir, de 16 años, que el domingo anterior llegó en su moto con un disparo en la espalda al Hospital de Niños, donde murió desangrado. La crónica policial del día siguiente aseguraba que el chico había participado de un raid delictivo y que el balazo se lo había dado un cómplice.  Extraño. Un tiro en la espalda lo recibe quien huye. La bala que lo mató era calibre 9 milímetros, el mismo que la vaina que los pesquisas hallaron en el restaurante en el que presuntamente había entrado a robar en la medianoche del sábado. A Axat le resulta extraño. «La 9 milímetros es un arma policial. Esas armas no son las que suelen usar los chicos». A diferencia de Garay, Alexandra De León sabe quién mató a su hermano Maximiliano, de 14 años, el 1 de agosto del año pasado. Fue el policía administrativo de la comisaría 8va de Villa Elvira, Daniel Mannarino, que le disparó  cuando intentaba ingresar a su casa de dos plantas de las calles 82 y 115. Maxi murió en la calle, a diez cuadras de su casa. Junto a su cuerpo tirado en la vereda los detectives de homicidios de la DDI hallaron un arma. Su hermana asegura que fue plantada. «Mi hermano no usaba armas. Decía que no era su estilo. Y si hubiera tenido un arma le hubiera tirado. Pero no hubo tiroteo, los vecinos dicen que escucharon nada más que un tiro y ruido de vidrios rotos». Mannarino tiró desde adentro de su casa, sin abrir la ventana. No hubo voz de alto. Garay y De León mantuvieron una entrevista con Tiempo Argentino luego que el defensor oficial presentara la denuncia ante la Corte Bonaerense, que este diario adelantó en exclusiva. Cada uno a su manera reclama justicia. Es que la investigación de esas muertes adolescentes está en manos de la Bonaerense y las causas no registran avances significativos. La IPP (Instrucción Penal Preparatoria) que investiga la muerte de Bladimir recayó en la fiscalía de Marcelo Martini. La de Maxi, en la del fiscal Tomás Morán. Axat se presentó con Garay como particular damnificado en el expediente y pidió «el apartamiento inmediato de la investigación de la Policía Bonaerense» ante la posibilidad de que los casos puedan rozar a integrantes de esa fuerza. Mañana harán lo mismo en el expediente por Maxi, donde no quedan dudas al respecto. BALAZO ANÓNIMO. «Todavía no caigo de lo que pasó. Es mi hijo varón más chico», recordó Garay. Bladimir tenía cuatro hermanos, dos varones de 25 y 18 años y dos mujeres de 21 y 10. Como los otros cinco chicos asesinados había tenido problemas con la policía: registraba ingresos en comisarías y había denunciado ante las defensorías oficiales hostigamientos y persecuciones. El chico debía ser asistido por el Estado. «Tenía algunas entradas en la comisaría 8va». Garay sabe quién era su hijo: «Él vivía conmigo en el barrio Hernández. Y andaba lo más bien, tenía que presentarse cada dos meses en el juzgado (de menores), donde le habían dicho que tenía que estudiar y eso», explicó. «Sus problemas venían de arrastre, de cuando tenía 14 o 15 años. Pero él no quería saber más nada con ese tema. No quería que lo encierren. Era consciente, porque me decía: ‘voy a cumplir 17, ya no quiero saber nada’», dice su papá.  Pero el hostigamiento policial también era, aseguró, una presencia permanente: «El servicio de calle de la comisaría 8va lo tenía junado y a mal traer». El chico arrastraba una causa penal por la que, una vez al mes, se presentaba en el juzgado de Menores de La Plata. “Hace tres semanas vinimos al juez y él estaba bien. Y ese día hablamos con el juez porque el Centro de Referencia (de la Secretaría de Niñez) de 12 y 38 tenía que ir a verlo para saber cómo estaba, si estaba haciendo las cosas, pero nunca aparecieron por mi casa. Y ellos estaban obligados a hacerlo. Incluso con su mamá Bladi fueron a verlos porque por la edad que tenía y porque es alto y parece más grande, no lo tomaban en ningún colegio. Entonces tenía que estudiar de noche y no le encontraron un lugar, recuerda Garay. «Si yo supiera quién mató a mi hijo, no estaría acá. La bala entró por la espalda. Corre la bolilla de que el que le tiró fue el pibe que iba con él. Pero parece que le habrían disparado».   LA BALA POLICIAL. «Yo lo escucho a usted y no lo puedo creer. Lo de su hijo es igual que lo que le pasó a Maxi. Es todo la misma mierda». Alexandra no pudo hablar sin que la interrumpiera el llanto y el desconsuelo. Pasó casi un año desde el asesinato de su hermano de 14 años y la causa que investiga su muerte sigue sin registrar avances. Maxi quiso entrar a la casa. «No te voy a mentir, él quiso entrar, se subió a un balcón y apenas se trepó le dispararon», recuerda Alexandra. Todo ocurrió a diez cuadras de su casa. El tirador declaró en la causa, alegó defensa propia y volvió a su vida. La versión de Alexandra es la que acercó el adolescente que esa noche estaba con Maximiliano. Es la que ella cree que es la verdad. Y  coincide con lo que vieron o escucharon los vecinos del policía administrativo. «El pibe dice que después del tiro Maxi cayó y que el tipo bajó y lo metió para adentro de la casa. Pero lo encontraron afuera de la casa. Eso es una contradicción, porque el tipo dice que estaba adentro de la casa, que fue en defensa (propia), pero los testigos dicen que estaba afuera. Y el hombre también dice que Maxi le tiró, pero los vecinos dicen que el único disparo que escucharon fue el que rompió la ventana y que mató a Maxi», relató la joven. «Decían que tenía un arma 22, pero su compañero decía que estaba sin arma. Yo sabía lo que era mi hermano, pero él nunca andaba con armas», aseguró. La relación de Maximiliano De León con la policía era conflictiva: registraba 25 causas por detenciones policiales. «Yo le había pedido a Axat que le haga un habeas corpus porque la policía lo molestaba mucho. Él se mandaba sus cagadas, o sea robaba y eso. Pero la policía lo veía tranquilo e igual se lo llevaba. A veces tenían razón, pero a lo último la policía lo agarraba sin hacer nada y volvía todo golpeado de la comisaría. Ya lo tenían marcado. Lo molestaban los de la comisaría 8va y de Barrio Aeropuerto. No lo quería nadie», afirma Alexandra. Maximiliano tenía problemas de adicciones que habían obligado a internarlo para desintoxicación una vez en el hospital de Niños, y estaba esperando un cupo en un centro de rehabilitación que nunca llegó. «No le daban ninguna alternativa. Él quería salir, ya no quería vivir más la vida que vivía, pero lo mataron», reafirma su hermana, inmersa en la desesperación, la injusticia y la muerte. «

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