Desde hace un tiempo vengo siguiendo muy atentamente el procesamiento de un niño de tan solo 13 años residente en EE.UU., quien se encuentra acusado (en un hecho bastante confuso) del delito de asesinato en primer grado de su hermanastro.
El niño se llama Cristian Fernández y al momento de cometer el homicidio por el que se lo acusa tenía 11 años. Sin embargo creo más que importante resumir la historia de vida del niño.
Cristian Fernández ha tenido una vida marcada por la violencia sexual y física desde que nació, ahora es el niño privado de libertad más joven de los Estados Unidos. Se lo está juzgando, (como dije) por el delito de asesinato de su hermanastro de dos años de edad.
El pequeño habría sido dejado al cuidado de Cristian mientras su madre fue a trabajar, cuando ella regresó encontró al niño inconsciente, con sangre tanto en la nariz como en los oídos, lo limpió y lo acostó, según informó la policía, después de horas, la mujer se percató que su último hijo no reaccionaba, por lo que decidió llevarlo a emergencias. Dos días después falleció por una fractura en el cráneo.
Esta no es la primera vez que Cristián Fernández se encuentra con la policía o los medios de comunicación, pues cuando era pequeño, la policía lo encontró sucio y desnudo en la calle. Él y su madre, de solo 14 años habían huído de la casa de su abuela, quien era drogadicta.
Su madre, Biannela Marie, lo concibió tras ser violada por un vecino cuando era una adolescente. El agresor recibió 10 años de prisión por ello. Cuando ya tenía tres años, Cristian fue expulsado de la escuela por bajarle los pantalones a un compañero y simular un acto sexual, según las investigaciones de los servicios sociales, él habría sufrido algún tipo de abuso sexual por parte de un primo suyo.
Cuando Cristian tenía 6 años, su madre se volvió a casar y pasaron 5 años sin mayores problemas, pero un día, su padrastro le dio una brutal golpiza para después suicidarse frente a él, quien ya tenía 11 años. Tan solo seis meses después asesinó a su hermano.
Sin embargo, Fernández también afronta cargos por abusar de su otro hermanastro de 5 años. Su madre estaría a la espera de recibir una condena de entre 13 y 30 años de prisión.
Por otro lado, una iniciativa ciudadana recogió un total de 190 mil firmas para que al adolescente no se lo juzgue como adulto, a lo que la Fiscalía respondió: “Tenemos que proteger a la sociedad de este individuo, es la única medida que tenemos para asegurar la seguridad ciudadana”.
Ahora bien, me surgen algunas preguntas; en realidad varias, las transcribo: ¿La única forma que tienen los Estados para solucionar las transgresiones que cometen los niños es la cárcel?, ¿no hubiese sido otra la historia si el Estado hubiese prestado atención a su madre cuando fue violada o cuando huyó de su casa con Cristián debido a los ataques de su madre (y abuela de Cristian) adicta?, ¿la expulsión del colegio a los tres años por bajarle los pantalones a un niño y simular un acto sexual fue la solución? Y el abuso sexual del que fue víctima el propio niño, ¿alguien lo investigó?, ¿recibió apoyo psicológico?, ¿y la brutal golpiza propinada por su padrastro y el posterior suicidio que presenció?
Ustedes podrán observar cómo desde que nació el niño se fue construyendo a alguien “malo”, “inmoral”, “indeseable”, entonces, para que no dañe a quienes se encuentran en la categoría de “buenos”, “morales” o “deseables”, el castigo del desdichado es la mejor opción para garantizar la seguridad ciudadana.
Sin lugar a dudas que quien comete un delito debe responder por sus actos, nadie lo discute, sin embargo, los niños “no nacen malos, se los hace malos” y esa construcción se hace día tras día en las familias, en los castigos desmedidos, en los abusos sexuales de que son víctimas, en el maltrato que los conduce a autorepresentarse como personas malas, en una sociedad que es cómplice de las desdichas ajenas de los niños y que, no obstante, solicita mayor castigo para el castigado.
En el caso que expongo, el Estado (que somos todos), tuvo muchas posibilidades de intervenir para evitar el desenlace fatal al que finalmente se llegó, pues, la solución no está en actuar sobre “los efectos” de las conductas perjudiciales de los niños (es decir esperar a que dañen para actuar) sino sobre “las causas” (pobreza, exclusión, discriminación, maltrato adulto, etc.) que podrían generar un actuar pernicioso por parte de esos niños para con el resto de los integrantes de la comunidad.
Si hoy estamos hablando de enjuiciar y castigar a un niño de trece años que tiene más de víctima que de victimario (sino que lo diga la historia de vida de Cristián y de otros muchos niños en el mundo), entonces pronto deberemos cambiar el ciclo de nuestra vida, pues si la solución a la seguridad ciudadana es el “castigo desmedido de los niños malos” a través del encierro en una cárcel, entonces propondría que de aquí en adelante “plantemos un árbol, escribamos un libro, tengamos nuestros hijos, los sometamos a un proceso penal, luego los enviemos a la cárcel y después lo devolvamos a la sociedad como alguien educado, habiendo comprendido que no se debe dañar al otro”, evidentemente, ésta tampoco sería (ni lo ha sido durante siglos) la solución, pues quien ingresa hoy en día a la cárcel (tal como lo decía Michael Foucault en “usted es un peligroso”) tiene más posibilidades de salir como un “gangster” que como alguien “resocializado”.
En los nuevos modelos de la infancia, los niños son concebidos como sujetos de derechos responsables, aunque nada indica que esa responsabilidad solo pueda materializarse en el marco de un proceso punitivo, sin embargo, esta última opción parece ser la más adecuada para protegernos de los niños que, mientras se encontraban en peligro en forma alguna nos afectaba, pero cuando se volvieron “peligrosos” para nuestro esquema de vida (movidos por la violencia de la que anteriormente fueron víctimas), el castigo para el desdichado aparece como la única forma de solución para tranquilizarnos.
Sin lugar a dudas, comenzar por evaluar las “causas” que motivan el delito de los niños y proceder a su abordaje efectivo y concreto en el contexto y territorio donde se originan, nos permitirá evitar en el presente no solo niños víctimas y que en un futuro posiblemente se conviertan en victimarios, sino además, prevenir futuras conductas transgresoras que solo llevarán a neutralizar al niño infractor desdichado en una cárcel, generando, “pan para hoy y hambre para mañana”.
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