Alejandro Bordón está inquieto y busca afuera, a través de la ventana de un primer piso que da a Lavalle, algo que le haga olvidar la ansiedad. La impuntualidad de Fernando Carrera no le hace las cosas más fáciles.
Los dos casos –se le ocurre finalmente– demuestran la absoluta incapacidad de estos personajes. Les digo así porque no los puedo llamar de otra manera. Se sienten dueños del poder, igual que los represores en los años setenta.
“¿Vos sos el que mató al colectivero?”, interrumpe Carrera mientras asoma desde la puerta. El chiste funciona y afloja a Bordón. Hay risas y abrazos. Los dos se repiten las ganas que tenían de conocerse.
Coinciden en que sus dramas no son tan distintos.
El de Carrera comenzó el 25 de enero de 2005, cuando conducía su Peugeot 205 blanco por el centro de Nueva Pompeya y fue acribillado por efectivos vestidos de civil de las comisarías 34ª y 36ª, que viajaban en vehículos sin identificación. Uno de los ocho balazos agujereó el rostro de Carrera y le hizo perder el control del auto. El saldo fue de tres muertes: Gabriela Silva, de 31 años, su hijo Gastón, de seis, y Edith Custodio, de 41.
En mayo de 2008, la Sala III de la Cámara de Casación ratificó el fallo de primera instancia que condenó a Carrera a 30 años de prisión por los delitos de “robo con armas retirado, homicidio agravado reiterado –en tres ocasiones–, lesiones agravadas, resistencia a la autoridad, daño y encubrimiento”. La defensa, que siempre argumentó que la causa contra su cliente fue armada por la policía, recurrió a la Corte Suprema a través del “recurso en queja”. El martes, el máximo tribunal revocó el fallo y al día siguiente Carrera recuperó su libertad. Tuvieron que pasar siete años y medio.
El caso de Bordón es otro escándalo. El 5 de octubre de 2010, el hombre salió como todos los días de su casa en Monte Chingolo a la hora en que todavía no aclara para ir a su trabajo en una empresa de catering del Aeroparque Jorge Newbery. Bordón corrió el colectivo 524 y subió de manera atropellada pero no recuerda mucho más: la paliza propinada por el agente David Alberto Quijano, que se desempeñaba en la DDI de Campana, le nubló los pensamientos. Después fue peor: tuvo que soportar más golpes y despertarse en el calabozo de una comisaría.
A Bordón se lo acusó por el crimen del chofer de colectivo Juan Alberto Núñez, ejecutado de dos balazos en la esquina de Cazón y Guido, mientras se dirigía a la cabecera de la empresa, y se le dictó la prisión preventiva.
Recién el último 4 de junio, el Tribunal Oral 8 de Lomas de Zamora absolvió a Bordón de culpa y cargo al considerar que no había pruebas contra él. Había estado preso 20 meses en Sierra Chica, la cárcel más peligrosa de la Argentina.
–¿Los de ustedes fueron casos aislados o es una constante?
Bordón: –No somos los primeros y tampoco vamos a ser los últimos. Hay mucha gente, tal vez por causas menores, que está presa siendo inocente.
Carrera: –Estoy de acuerdo. La mayoría de los “engarronados” (jerga con la que se conoce a las víctimas de causas armadas) están por drogas y en muchos casos se trata de drogadictos o consumidores, que fueron a comprar y terminaron presos como partícipe necesario de una organización dedicada al comercio de estupefacientes. Y ni hablar de los casos ya emblemáticos de la Policía Federal que reclutaba personas en la bolsa de trabajo de San Cayetano. Cargaban en un auto a un boliviano o un paraguayo diciéndoles que tenían una “changa” para ellos y después, cuando se bajaban con la excusa de comprar cigarrillos, caía un allanamiento y encontraban que en el auto había “falopa” o armas. Y eso lo hacen para engrosar las estadísticas, llenar espacios en los medios de comunicación y hacer quedar bien a las fuerzas.
Bordón: –También hay otra condena, que es la de la gente. La sociedad te dice: algo habrán hecho, por algo están presos. A mí me degradaron totalmente, y lo mismo pasó con mi familia.
Carrera: –Los malos tratos que sufre la familia de parte del Servicio Penitenciario son lo que yo llamo penas subsidiarias. Yo estuve en el Federal y Alejandro en el Bonaerense, pero te puedo asegurar que no cambia nada. Las mujeres en “bolas” con cinco grados bajo cero. Los chicos también desnudos. No digo que no controlen los ingresos, pero con la tecnología que hay no podemos obligar a las mujeres a que se abran de piernas. No te ponen en bolas en los aeropuertos después del 11/9, pero si para entrar a la cárcel. Es una risa. Mejor dicho, es tristísimo.
La herencia del encierro: a Bordón lo conmueve usar cubiertos de metal. Tener fuego con apenas un giro de la hornalla impresiona a Carrera. A los dos les cuesta salir solos a la calle.
–¿Qué les quitó la cárcel?
Bordón: –La cárcel te cambia. Los presos huelen el miedo y si te entregás te comen el hígado. Pero el dolor más grande era saber que me arrebataron todo lo que amaba por culpa de un trasnochado que me armó una causa.
Carrera: –A mí me quitaron todo, pero sé que fui la víctima menos perjudicada de toda la tragedia, pese a que me dieron ocho tiros y estuve siete años y medio en cana. Yo puedo caminar por la calle y estar con mis hijos, pero las tres personas que murieron por la deficiencia de los seis policías que me armaron la causa no tienen la misma posibilidad. Es por ellos que hay que ir en busca de la verdad y la justicia.
–¿Se puede volver a creer?
Carrera: –Acá la presunción de inocencia se convierte en presunción de culpabilidad. Entonces, ¿de qué seguridad jurídica estamos hablando? Si el juez presume que sos culpable, te condena por las dudas.
Bordón: –Voy a luchar hasta mis últimas fuerzas para que la gente que me arruinó la vida rinda cuentas de lo que hicieron. Pero hasta que no llegue ese día, no voy a volver a creer. Cuando a mí me trasladaban de Sierra Chica para compadecer veía los patrulleros que decían “Seguridad y Justicia” y a mí me daban ganas de llorar. Si hubiera justicia, ninguno de los dos hubiera pasado por lo que pasó.
Carrera: –Los patrulleros de la Federal tienen pintado en las puertas “Al servicio de la comunidad”. Si te fijás bien la frase está entre comillas. Eso te dice todo.
El caso de Leandro Roig
Leandro Roig estuvo detenido durante dos años, tres meses y tres días en el penal de Olmos por un crimen que no había cometido. Sin embargo, en la primera jornada del juicio oral que lo tenía como imputado, recuperó la libertad, porque el fiscal de Mercedes Guillermo Altube consideró que no había participado del asesinato de Santiago Alfonso, de 16 años, ocurrido el 18 de enero del 2009 en Moreno.
En octubre de 2011, Leandro abandonó el penal y habló con Tiempo Argentino. El chico de 25 años contó la pesadilla de vivir encerrado entre delincuentes siendo inocente. “Nunca creí –recordó el joven, casado y padre de una niña– que iba a estar detenido y de repente estaba rodeado de presos. Me llevaron a Olmos y me pegaron una paliza bárbara.”
Lo curioso del caso fue que el día de la sentencia, Leandro acompañó a la madre de la víctima al tribunal y lució una remera con la foto de Santiago. Finalmente, Carlos Chávez fue condenado a 15 años por el homicidio simple del menor.